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Diego Armando Maradona fue un dios y también uno de nosotros

Diego Armando Maradona fue una figura del fútbol y un fenómeno generacion­al. Una llama a la que apagó su propia intensidad.

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Muchos piensan que Diego Armando Maradona es el mejor jugador en toda la historia del fútbol, incluso por encima de quien heredó el sagrado número 10 de la selección argentina de fútbol: Lionel Messi. Lo cierto es que, a diferencia de "La Pulga”, Maradona lo alcanzó todo. Fue ídolo del fútbol local, primero en Argentinos Juniors, y luego en Boca Juniors. En 1982 debutó con el FC Barcelona, donde primero lo dirigió el alemán Udo Lattek,y luego, su compatriot­a César Luis Menotti.

Maradona alcanzó la gloria total en las canchas en 1986. Armado de una técnica prodigiosa, y con una pierna zurda capaz de hacer lo increíble, no solo alzó la copa de campeón en el mundial de ese año, sino que forjó en el alma de muchos argentinos un orgullo que marcaría a toda una generación.

Empujados por el dictador

Leopoldo Fortunato Galtieri y por la primera ministra Margaret Thatcher, Argentina y Reino Unido habían participad­o cuatro años antes en un conflicto armado por la soberanía de las islas Malvinas. La derrota de las tropas argentinas, luego de dos meses y dos días de luchas, había abierto una cuenta de orgullo pendiente en el alma de muchos latinoamer­icanos, en una época de gran solidarida­d regional.

La herida de los argentinos muertos en combate jamás pudo sanar, pero gran parte del honor perdido se recuperó a través de los botines de Diego Armando

Maradona, cuando la albicelest­e venció 2-1 a la selección inglesa en aquel Mundial de Fútbol.

A partir de ese partido, y de la conquista del Mundial de 1986, Maradona no conoció límites. Su enorme habilidad, que para muchos lo convirtió en el mejor jugador en la historia del fútbol, le permitió algunas glorias más; por ejemplo, la conquista del

con el Napoli. Pero comenzó también la etapa de los excesos. El acercamien­to con personajes ligados a la mafia. El consumo creciente de cocaína. Los exabruptos en público.

Todo le fue perdonado por su

detto scu

nube de incondicio­nales, al igual que había pasado con la trampa con la que Maradona abrió el marcador contra Inglaterra en México: "la mano de Dios” fue un reconocimi­ento cínico, que no pocos festejaron entonces, a manera de triunfo, y siguieron haciéndolo hasta la muerte de su ídolo.

Al terminar su gloriosa carrera deportiva, Diego Armando Maradona ya era una leyenda en claroscuro. Las nuevas generacion­es lo conocieron no por su impresiona­nte fuerza de voluntad ni por su inigualabl­e "zurda de oro”, sino por declaracio­nes extravagan­tes, sus fotografía­s con Fidel Castro, Hugo Chávez o Nicolás Maduro, o por las adicciones que en más de una ocasión lo pusieron al borde de la muerte. A pesar de los bochornos en público, los medios lo siguieron buscando, dijera lo que dijera, e hiciera lo que hiciera. Maradona era como el gran oráculo argentino,y nadie le dijo la verdad: que había perdido la brújula.

La decadencia de la figura de Diego Armando Maradona se prolongó durante varias décadas, y el breve episodio como técnico de la albicelest­e en el Mundial de Sudáfrica no logró componer las cosas. Pero la vida de Diego Armando Maradona, finalmente, fue una historia de vuelos y caídas. De harapos y camisas de seda. De "tocar el cielo” como lo sintió en su primer partido profesiona­l, y de pisar el lodo de Villa Fiorito. De alzar la copa del Mundo, y de arrastrar su reputación. Una permanente lucha de virtudes deportivas contra la adversidad de los defectos personales. En la cancha, Diego Armando Maradona fue todo un dios. Fuera de ella, fue tan mundanal como cualquier otro.

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Maradona ganó el scudetto con el Napoli

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