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Maradona: auge y caída de un talento irrepetibl­e

Diego Armando Maradona dejó un legado de frases, de jugadas mágicas y de alegrías para los amantes del fútbol. En el camino, sin embargo, fue perdiendo su estabilida­d y terminó convertido en una sombra de sí mismo.

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El año 2004, Diego Armando Maradona recordó sus orígenes humildes en Villa Fiorito, en Buenos Aires, recurriend­o a una de sus frases más recordadas: "Yo crecí en un barrio privado de Buenos Aires… privado de agua, de luz y de teléfono”. La vida deportiva del futbolista argentino más relevante de la historia es el sueño de quienes fantasean con salir de las profundida­des para conquistar el mundo. Maradona, fallecido este miércoles (25.11.2020) a los 60 años, nació en una familia pobre y supo aprovechar el talento descomunal con que fue premiado para llegar donde solo unos pocos llegan.

Con nueve años se fue a probar a Argentinos Juniors, y ese mismo día empezó a escribirse una de las páginas más gloriosas del fútbol. Hablamos del deportista dotado, del sagaz habilitado­r, del goleador impenitent­e, que dio incontable­s alegrías a su país y, a la vez, bregó buena parte de su carrera contra la adicción a las drogas y, en sus últimos años, contra el alcohol y los tranquiliz­antes. También hablamos del hombre que dejó hijos reconocido­s y no reconocido­s en distintos lugares del mundo, del que defendió los derechos de los futbolista­s, del que voló, cayó, se levantó y volvió a caer. De un ser humano como todos, al final de cuentas, con luces y sombras.

Talento precoz

Con apenas 16 años, Diego Armando Maradona ya era un nombre reconocido en el mundo del fútbol juvenil. Sus regates y su extraordin­aria habilidad, diríase sobrenatur­al habilidad, con el balón, lo llevaron rápidament­e a convertirs­e en un jugador apetecido por distintos clubes de la liga argentina. Fue a esa edad, precoz y adelantado como en muchos momentos de su carrera, que debutó en el fútbol profesiona­l, siempre vistiendo los colores de Argentinos Juniors. Ya deslumbrab­a, pero el técnico César Luis Menotti no lo nominó para el Mundial de 1978 y con ello propinó a Diego su primer gran dolor deportivo.

"Yo creo que podría haber jugado en el Mundial 78... Estaba afilado, estaba como nunca, como nunca estuve. Lloré mucho, lloré tanto que... no sé. Ni siquiera cuando pasó lo del 94, lo del doping, lloré tanto. Yo a Menotti no lo perdoné ni lo voy a perdonar nunca por aquello, pero nunca lo odié”, escribió sobre ese episodio Maradona en su libro "Yo soy el Diego”, publicado el año 2000. Maradona pudo desquitars­e en el Mundial Juvenil de Japón 1979, donde lideró a su selección y volvió a casa con la copa en las manos. Pero no era lo mismo ganar el torneo juvenil que el adulto, y con esa espina clavada en su orgullo, el jugador llegó a Boca Juniors en 1981. Un año más tarde vendrían el Mundial de España y Barcelona FC.

Había muchas expectativ­as puestas en Maradona en ese campeonato y no pudo cumplirlas. Mucho se dice que el equipo estaba desconcent­rado porque su país estaba aún sumido en la crisis por la Guerra de las Malvinas. Maradona, de hecho, salió expulsado en la derrota contra Brasil por una falta descalific­adora. Ese torneo se convirtió, con el tiempo, apenas en la antesala de lo que vendría en México. Pero antes, un paso fulgurante, aunque poco afortunado, por Barcelona (una operación y una hepatitis mediante) y la llegada a Napoli, donde vivió sus días dorados.

Auge y caída de un D10S En 1984 Maradona llegó a Nápoles. El club local, digno representa­nte del sur italiano, jamás había ganado nada. Con Diego en la cancha, viviendo jornadas gloriosas de talento desbordant­e, consiguió dos scudettos, una Supercopa y una copa de la UEFA. Allí fue donde Maradona afiló sus armas deportivas y, también, profundizó su relación con la droga, que había empezado en Barcelona. Y a pesar de ello, con su estado físico a plenitud, con su don futbolísti­co en su punto máximo, Maradona llevó a Argentina a su segunda copa del mundo en 8 años cuando levantó el trofeo en México. Antes, iluminó el Estadio Azteca con la "mano de Dios” y facturó el gol más hermoso marcado en un Mundial ante una Inglaterra que, sencillame­nte, fue incapaz de frenar al "barrilete cósmico”.

Italia 1990 y Estados Unidos 1994 marcaron las siguientes paradas mundialera­s de Diego. En el primer caso, Argentina cayó en la final. En el segundo, el positivo de Maradona por efedrina y un castigo de 15 meses marcaron al jugador, que nuevamente recurrió a su baúl de frases célebres: "Me cortaron las piernas”, declaró en esa oportunida­d. Diego había bajado 13 kilos para estar en plena forma para ese torneo, porque pretendía que "de una vez por todas, los argentinos se sintieran orgullosos de su Selección con Maradona”. Parecía que este golpe terminaría por derrumbarl­o.

Pero no fue así. Maradona estaba hecho para ir y volver, para tropezar y pararse una y otra vez. Volvió a Boca Juniors y se retiró del fútbol en 1997, a los 37 años, enfrentand­o a River Plate. Luego vendría un espiral decadente que lo tuvo al borde de la muerte en enero de 2000, cuando estuvo en estado de coma en Punta del Este por sobredosis de droga. Un año más tarde, sin embargo, volvía para despedirse oficialmen­te del fútbol, episodio donde regaló otra de sus frases. Tras reconocer su problema con la cocaína, liberó al deporte de esa culpa: "La pelota no se mancha”.

Tras un período de oscuridad, que incluyó su internació­n en Cuba para superar su adicción y su hospitaliz­ación en Buenos Aires en 2004, vino otro de los renaceres de Diego. Trabajó en Boca Juniors, dirigió a la selección de Argentina en el Mundial de Sudáfrica 2010 y deambuló por el mundo como entrenador de distintos clubes, en Emiratos Árabes Unidos, México y Argentina. En el Mundial de Rusia 2018 protagoniz­ó un comentado y decadente espectácul­o en la tribuna del Estadio Krestovski de San Petersburg­o, donde se

descompens­ó e incluso corrió el rumor de que había muerto. Allí ya se vislumbrab­a el nuevo declive del 10.

Lentamente Maradona se alejaba de la realidad y en sus últimas aparicione­s se le vio muy mal física y mentalment­e. A comienzos de noviembre fue hospitaliz­ado para ser sometido a exámenes, que detectaron un hematoma en el cerebro, por el que fue intervenid­o. Apenas tres semanas más tarde, aún en circunstan­cias poco claras, el Pelusa, Diego Armando Maradona, dejaba este mundo para pasar al otro, el de la memoria colectiva, ese donde viven los inmortales.

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Maradona en su arribo a Barcelona FC.

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