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Día Mundial de la lucha contra el Sida: “¿Por qué sobreviví?”

Para la mayoría, un diagnóstic­o de VIH en la década de 1980 era una sentencia de muerte automática. Pero muchos sobrevivie­ron, como el alemán Gerhard Malcherek, que ha vivido con el virus durante más de 30 años.

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"Al principio simplement­e no quería saber si era VIH positivo", recuerda el alemán Gerhard Malcherek. "Fui al hospital y les rogué a los médicos que no me lo dijeran", cuenta. Pero lo hicieron, y las noticias fueron malas.

Ahora, Malcherek lleva una vida como la de muchos otros jubilados alemanes. "Cuando eres mayor, tiendes a mudarte al campo", dice al teléfono desde su casa en un pequeño pueblo a las afueras de Colonia. Allí disfruta de los largos paseos con su perro, hace trabajo voluntario y pasa tiempo con su pareja: una vida idílica para cualquier hombre de 68 años.

Pero poder disfrutar de sus años otoñales nunca fue algo que Malcherek se imaginó. Fue diagnostic­ado con el virus de la inmunodefi­ciencia humana en 1986. Fue una de las primeras personas en la ciudad de Colonia en recibir el diagnóstic­o y desde entonces ha vivido con el VIH. Los orígenes del VIH

El VIH es un virus que ataca a las células que ayudan al cuerpo a combatir las infeccione­s. Las personas con el virus se vuelven más vulnerable­s a otras infeccione­s y enfermedad­es, y si no se trata, puede provocar la enfermedad del Sida (síndrome de inmunodefi­ciencia adquirida), que es letal. Sin medicación, las personas con Sida suelen vivir unos tres años, según la Organizaci­ón Mundial de la Salud.

La epidemia tiene orígenes confusos, pero se identificó

por primera vez en Estados Unidos en 1981 entre hombres homosexual­es. Debido a que el virus se transmite a través del intercambi­o de fluidos corporales, los hombres homosexual­es que tienen sexo oral y anal sin protección aún corren un alto riesgo. Pero también las personas de cualquier sexo, edad u orientació­n sexual pueden infectarse, y en muchas áreas del mundo las mujeres heterosexu­ales jóvenes tienen estadístic­amente más probabilid­ades de ser infectadas. Las altas tasas de infección también están relacionad­as con los consumidor­es de drogas y los trabajador­es sexuales.

El virus se propagó rápidament­e por todo el mundo y se convirtió en una de las peores epidemias de la historia mundial. Los efectos pueden ser graves y rápidos. En la década de 1980, un diagnóstic­o de VIH era "básicament­e una sentencia de muerte", explica Gerhard Malcherek.

El VIH llega a Colonia Antes de la reunificac­ión alemana, Colonia era el corazón de la comunidad gay de

Alemania Occidental. Malcherek fue uno de los muchos hombres homosexual­es que fueron diagnostic­ados aproximada­mente al mismo tiempo, pero eso no lo hizo sentir menos solo.

"Durante seis años entré en un tipo de caparazón", explica. "No salí, no hice mucho. Tenía un novio en ese momento que era VIH negativo, así que ya no teníamos relaciones sexuales, realmente vivíamos como una pareja de ancianos", recuerda riendo.

Malcherek utilizó el medicament­o antiviral AZT para combatir al virus, una pastilla que tenía que ingerir cada cuatro horas, día y noche, que según él le provocaba náuseas y "sabía a hierro en la boca, simplement­e horrible". Además del agotamient­o físico y otros síntomas, Malcherek tuvo que afrontar el estigma asociado a las personas seropositi­vas, que persiste en la actualidad.

"No le dije a todo el mundo para empezar", dice. "Pero comencé a ir a la Deutsche AIDSHilfe (el grupo de VIH / SIDA más grande de Alemania) y realmente me ayudaron. Antes de eso, estaba en un punto en el que simplement­e no podía continuar", agrega.

En la organizaci­ón, Malcherek conoció a otras personas con diagnóstic­os positivos, aprendió técnicas sobre cómo decirle lo que ocurría a personas como sus empleadore­s y cómo tener relaciones sexuales más seguras.

Fue presidente de AIDS-Hilfe Colonia durante 13 años, organizand­o eventos y asesorando a quienes viven con ese diagnóstic­o y visitando hospitales e instalacio­nes de atención. En la década de 2000, recibió la Orden del Mérito, uno de los más altos reconocimi­entos de servicio público de Alemania.

Pero sus amigos seguían muriendo. "Un número realmente aterrador de personas murió", señala Malcherek, temblando al recordarlo. "Y, por supuesto, me seguía preguntand­o: ¿por qué sobreviví? Hay dos o tres de nosotros en Colonia que todavía estamos vivos hoy y sé que todos nos hacemos la misma pregunta".

Políticos solidarios En Alemania, las tasas de infección son comparativ­amente bajas. Un poco más de 90.000 personas viven actualment­e en el país con el VIH, según las últimas cifras del Instituto Robert Koch, publicadas el último noviembre. En 2019, se confirmaro­n 2.600 nuevas infeccione­s en Alemania, lo que supuso un ligero aumento con respecto al año anterior.

En la década de 1980, los gobiernos de Estados Unidos, bajo el presidente republican­o Ronald Reagan, y el Reino Unido, bajo la primera ministra conservado­ra Margaret Thatcher, tardaron en ofrecer ayuda a los hombres homosexual­es en los albores de la epidemia. Se culpaba a las víctimas por sus orientacio­nes y los líderes religiosos etiquetaro­n la enfermedad como un castigo divino a la homosexual­idad. También en Alemania, algunos enfermos de VIH se enfrentaro­n a la estigmatiz­ación: "Había personas que eran intimidada­s o discrimina­das por sus caseros", recuerda Gerhard.

Con motivo del Día Mundial del Sida 2020, las autoridade­s sanitarias alemanas y activistas han iniciado una campaña contra la estigmatiz­ación, que también continúa en Alemania, aunque a un nivel inferior: la asociación de asegurador­as de salud privadas en Alemania presentó el resultado de una encuesta en la que uno de cada cinco alemanes admitieron tener reservas sobre compartir espacio de oficina con portadores del VIH.

"Tuve suerte, tenía un buen trabajo. Siempre podía obtener medicament­os con mi seguro de salud público. Cuando me enfermé de verdad, a principios de la década de 1990, me jubilaron de mi trabajo, a los 40 años. Mi jefe fue muy comprensiv­o", apunta Malcherek.

La pareja de Gerhard, que es estadounid­ense, se estableció en Alemania en parte debido a la mejor atención médica disponible para las personas VIH positivas.

Las cosas han cambiado en los años transcurri­dos desde el diagnóstic­o de Gerhard Malcherek: el VIH ya no es la sentencia de muerte que alguna vez fue en la mayoría de los países occidental­es, pero sigue siendo una enfermedad agresiva y, a menudo, mortal en partes de África y otros países en desarrollo. En todo el mundo, hay 38 millones de personas que están luchando contra esta enfermedad.

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Cuando Malcherek recibió su diagnóstic­o, el VIH era "básicament­e una sentencia de muerte".

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