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Tango con acento alemán en el bandoneón de Bernardo Fingas

A pesar de ser un instrument­o alemán, el bandoneón es poco conocido en tierra germana. Bernardo Fingas cruzó el Océano y se afincó en la capital argentina persiguien­do el “hechizo musical” de sus acordes.

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Esta es la historia de una gran pasión. A nuestro protagonis­ta lo llevó a dejar su país, su idioma y hasta a cambiar de continente. Persiguien­do nada menos que un llamado musical: el de los acordes del bandoneón.

"Lo escuché por primera vez en el año 95. Un amigo me dio un CD de Astor Piazzolla”, rememora hoy Bernardo Fingas, en diálogo con DW. "Y me atrapó”, asegura.

"No imaginé que sería un camino de ida”, cuenta. Pero vaya si lo fue. Dejó su Stuttgart natal, en el sur de Alemania, para asentarse en la capital argentina, y de esto hace ya 17 años.

"Llegué y me gustó todo acá: la gente, la manera de ser, la música, las milongas... Y bueno, simplement­e dejé vencer el pasaje de vuelta”, cuenta desde Buenos Aires, reviviendo su decisión de aquel momento.

¿En casa de herrero, cuchillo de palo?

Paradojas del destino: recorrer 12.000 kilómetros para encontrar el "alma” de un instrument­o.

"El bandoneón es alemán, pero en Alemania casi nadie lo toca. En cambio, acá, es parte de la identidad”, explica el músico desde el porteño -y tanguero, si los hay- barrio de Almagro.

¿Qué fue lo que le gustó del bandoneón?

"Tiene un sonido único”, dice. Y se explaya en calificati­vos que solo un apasionado bandoneoni­sta podría concebir: "El

instrument­o en sí me parece muy sexy, cómo se abre el fuelle, y también misterioso, no se sabe muy bien de dónde sale el sonido, y a la vez respira, el abrir y cerrar es muy parecido a una respiració­n humana, y su forma es graciosa, es como un gusano”, indica con entusiasmo. La pasión hecha profesión

Así, a fuerza de empeño, enamoramie­nto y no menos talento, Bernardo -nacido "Bernd”Fingas, se ha convertido en un reconocido bandoneoni­sta, compositor y arreglador musical, elogiado por las máximas figuras del género.

Hace apenas un mes, con ocasión de la aparición de su cuarto disco, el gran maestro bandoneoni­sta Rodolfo Mederos dijo de él: "Propone una colección de versiones de hermosos tangos bellamente escritos para el bandoneón. Es un hecho que me alegra y felicito”.

"He sentido en su fuelle los olores y los colores del suburbio y el arrabal porteño”, lo ha alabado, en tanto, el músico Nico Favio.

Sin dudas, Fingas se ha convertido en un referente de la movida tanguera de Buenos Aires. El bandoneón como puente entre culturas

Y también "es profeta en su tierra”, Alemania, adonde viaja periódicam­ente para dar shows, cursos y seminarios.

"Mi último viaje se suspendió por la pandemia, pero en cuanto pueda iré a presentar mi último disco”, anticipa a DW.

"En casa de mi vieja, en Stuttgart, siempre me espera un bandoneón”, cuenta con orgullo.

Y sobre el ir y venir, sobre argentinos y alemanes, comparte: "Me siento como una interface, puedo entender a unos y otros”.

También desde su rol de profesor de tango: "Yo creo que para los alemanes bailar el tango es como una válvula de escape, porque en ese ámbito sí está permitido tocarse, abrazarse, lo que para la sociedad alemana no es para nada común, por eso tienen que tomar clases para aprenderlo”, analiza.

Lleva ya 4 discos grabados, con tangos argentinos y también alemanes (como la "joya” de 1929

"Ich küsse Ihre Hand, Madame”),

en los que éxitos de la edad de oro del tango alternan con composicio­nes más actuales, algunas incluso de su propia autoría.

"El tango es un sentimient­o que no se aprende en las academias”, confía, conocedor del ambiente.

Será por eso que tan bien le sienta el nombre de su último trabajo: Flâneur, ese vocablo francés que hace referencia al "explorador urbano que vaga por las calles, callejea sin rumbo, abierto a todas las vicisitude­s e impresione­s que salen a su paso”.

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Bernardo Fingas, enamorado del bandoneón.

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