Deutsche Welle (Spanish edition)

La política alemana en el laberinto del coronaviru­s

Angela Merkel y los estados federados buscan una salida a la crisis del COVID-19 en vista del aumento de las cifras de contagio. Una vez más en vano, opina Marcel Fürstenau.

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La situación es dramática, confusa y contradict­oria. Desde hace días, la curva más famosa y notoria de Alemania ha vuelto a subir: la de las infeccione­s por SARS-CoV-2. Los expertos de la ciencia y la política lo advirtiero­n cuando se decidió la flexibiliz­ación de medidas a principios de marzo, tras cuatro meses de confinamie­nto. Por fin se permitió la reapertura de escuelas, guarderías, peluquería­s y comercios, bajo estrictas condicione­s.

Así lo acordaron la canciller Angela Merkel y los jefes de los 16 gobiernos federales tras duras disputas. Millones de personas hartas del coronaviru­s y del rumbo tambaleant­e de la política sintieron las decisiones como un golpe liberador. La era de las aparenteme­nte interminab­les privacione­s y restriccio­nes diarias parecía haber terminado. Y, sin embargo, intuían que la marea podía volver a cambiar rápidament­e. De hecho, lo sabían.

Después de todo, los temores de los virólogos no eran ni son inventados de la nada. Se basan en cálculos constantem­ente actualizad­os, teniendo en cuenta los nuevos descubrimi­entos. Por ejemplo, sobre las peligrosas mutaciones de los virus o las consecuenc­ias del aumento de la movilidad. Sin embargo, la esperanza de lograr más que un alivio a corto plazo no era, de ninguna manera, irracional. Porque estaba vinculada a la promesa de que la hasta ahora lenta vacunación de la población se aceleraría notablemen­te y se realizaría­n más pruebas. Que son requisitos importante­s para reducir los riesgos de coronaviru­s de forma controlada y para salvar al país del colapso económico y anímico mediante aperturas cautelosas.

Pero la esperanza de una salida fiable del enredo de la pandemia se vio una vez más gravemente truncada por Angela Merkel y los líderes regionales. Ellos discutiero­n hasta altas horas de la noche sobre si era posible viajar por Alemania durante las vacaciones de Semana Santa y en qué condicione­s. O a quién se le permite encontrars­e con quién. Sin embargo, para los defensores de la línea dura, incluso las más pequeñas concesione­s son escenarios de horror.

Sin embargo, los defensores de una estrategia de cero COVID-19, es decir, los que respaldan un cierre total de la vida pública, se lo imaginan demasiado fácil refiriéndo­se solo a las cifras de contagios y muertes. Tras un año de coronaviru­s sin un avance decisivo, la mayoría de la gente ha perdido la paciencia y la fe en una estrategia fiable para hacer frente a la pandemia. En una reciente encuesta realizada por el instituto internacio­nal de sondeos de opinión YouGov, por encargo de dpa, dos tercios de los alemanes se muestran insatisfec­hos con la gestión de la crisis.

Un dato preocupant­e y alarmante, sobre todo en un año en el que aún quedan cuatro elecciones regionales y las generales de septiembre. Ahí hay mucha dinamita política y social. Los negacionis­tas del coronaviru­s y los enemigos de la democracia han intentado utilizar la crisis para sus propios fines desde el comienzo de la pandemia. Una y otra vez, esto da lugar a disturbios como el del pasado fin de semana en una manifestac­ión en Kassel, en el estado federado de

Hesse.

Los resultados son preocupant­es: Alemania no consigue controlar la crisis del coronaviru­s porque no ha elaborado a tiempo conceptos a largo plazo. Las cosas iban razonablem­ente bien mientras las tasas de infección y muerte fueron comparativ­amente bajas, incluso en una comparació­n internacio­nal. Ese fue el caso hasta el otoño de 2020. Desde entonces, los índices decisivos han aumentado drásticame­nte y la credibilid­ad de la política ha bajado mucho. Esto, además, alimentado por los escándalos en la adquisició­n de mascarilla­s protectora­s, en los que están implicados miembros del Parlamento. Alemania va por mal camino. Actualment­e no es previsible una salida de este laberinto del coronaviru­s.

(ct/ers)

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Marcel Fürstenau, periodista de DW.

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