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Cuando plantar árboles es más perjudicial que beneficioso
La plantación de árboles es considerada una forma eficaz de abordar la crisis climática. Sin embargo, cuando se trata de tierras áridas, las lecciones de la época colonial muestran que puede tener efectos devastadores.
Cuando en la década de 1980 se introdujo el mezquite,
en el condado keniano de Baringo, se anunció que aportaría beneficios a las comunidades de pastores de la zona.
Este arbusto espinoso, nativo de las tierras áridas de América Central y del Sur, es conocido localmente como mathenge. Fue promovido por el gobierno keniano y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) con el objetivo de restaurar las tierras áridas degradadas.
Al principio, el mezquite ayudaba a prevenir las tormentas de arena, suministraba abundante madera para cocinar y construir, y proporcionaba forraje para los animales, explica Simon Choge, investigador del Instituto de Investigación Forestal de Kenia en el condado de Baringo.
Pero todo cambió tras las lluvias de El Niño de 1997, un fenómeno meteorológico que se repite cada cuatro años. Las semillas de mathenge se dispersaron ampliamente, y sin ninguna fauna local adaptada a comer el árbol foráneo, se extendió agresivamente.
Los matorrales impenetrables invadieron los pastos, despla
juli ora, Prosopis
zando la biodiversidad autóctona y agotando las fuentes de agua. Las espinas de los árboles perforaban las pezuñas del ganado, mientras que sus vainas azucaradas provocaban caries y pérdida de dientes, lo que a veces conducía a la inanición de los animales.
"Ahora la gente no tiene medios de subsistencia”, lamenta Choge.
Los programas de plantación de árboles a gran escala han sido promocionados como una forma eficaz de extraer el CO2 de la atmósfera. Las vastas praderas de Baringo se han convertido así en una zona llena de árboles de mezquite. Los expertos advierten ahora que la plantación de árboles podría ser más perjudicial que beneficiosa.
Desde la época colonial, los conceptos erróneos sobre las tierras secas y el desprecio por los conocimientos indígenas han llevado a veces a plantar árboles donde no se dan de forma natural, devastando los ecosistemas endémicos y los medios de vida.
Con el nuevo énfasis en la plantación de árboles como una forma de baja tecnología para abordar la crisis climática, algunos expertos temen que se repitan estos mismos errores.
Las zonas áridas cubren el 40 por ciento de la superficie terrestre, sobre todo, en África y Asia. Incluyen paisajes de sabana, pastizales, matorrales y biomas desérticos.
Se trata de zonas caracterizadas por escasez de agua, extremos climáticos estacionales y precipitaciones imprevisibles. Sin embargo, son ricas en plantas y animales singularmente adaptados a estos extremos.
En la actualidad, estas áreas albergan a 2.300 millones de personas y a la mitad del ganado del mundo. Casi la mitad de las tierras agrícolas se encuentran en zonas áridas y el 30 por ciento de las especies vegetales cultivadas son autóctonas.
Durante milenios, las personas también se han adaptado a los extremos de las tierras áridas.
Lo han hecho aprendiendo a gestionar el riesgo y a aprovechar la variabilidad y la incertidumbre meteorológica a su favor, afirma Ced Hesse, experto en medios de subsistencia de zonas áridas del Instituto Internacional para el Medioambiente y el Desarrollo, con sede en Londres.
Desde el aprovechamiento de las variaciones estacionales para maximizar la productividad de los alimentos, hasta la cría selectiva de animales que puedan soportar las difíciles condiciones climáticas. Los habitantes de las tierras secas "han desarrollado un increíble conocimiento autóctono sobre cómo emplear las condiciones de la naturaleza a su favor”, explica Hesse.
En su libro "The Arid Lands: History, Power and Knowledge”, Diana K. Davis, profesora asociada de historia de la Universidad de California, sostiene que este conocimiento indígena ha sido históricamente ignorado y despreciado. En la época colonial se impuso la creencia de que las tierras áridas eran tierras baldías y en su mayoría desarboladas debido al sobrepastoreo y a la deforestación de los lugareños.
Según Davis, estas suposiciones estaban muy extendidas entre las colonias francesas y británicas, desde el Magreb hasta el sur de África y desde el Medio Oriente hasta India. Sirvieron de justificación para diversos programas y políticas, que marginaban a un número considerable de personas de los pueblos originarios.
Estos supuestos, a su vez, allanaron el camino para la conversión de tierras áridas en tierras de cultivo o incluso en reservas naturales, afirma Susanne Vetter, profesora asociada de ecología vegetal de la Universidad de Rhodes, en Sudáfrica.
En este contexto, la plantación de árboles, a menudo con especies foráneas invasoras, surgió como solución a los supuestos problemas de las zonas áridas. Al final, el impacto social y el costo medioambiental de esta reconversión de tierras fue elevada: degradación, salinización, pérdida de productividad y biodiversidad, propagación de especies invasoras y agotamiento de fuentes de agua.
A pesar de décadas de progreso en la ecología de tierras áridas, las ideas erróneas instauradas han resultado difíciles de cambiar y siguen siendo reforzadas por responsables políticos, medios de comunicación y planes de estudio, critica Hesse.
"Muchos de los problemas de las tierras áridas se derivan de intentar convertirlas en algo que no son, gastando mucho dinero