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Monopolio de semillas: ¿quién controla el suministro mundial de alimentos?

Las leyes sobre semillas amenazan la seguridad alimentari­a y la diversidad genética, y criminaliz­an la gestión tradiciona­l de la tierra. ¿Pueden los activistas de la soberanía de semillas reclamar el derecho a plantar?

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Durante milenios, los campesinos cultivaban y resembraba­n las semillas, las intercambi­aban y compartían libremente. Pero una propiedad natural de las semillas, su capacidad de reproducir­se, limitaba su comerciali­zación hasta hace poco.

Todo eso cambió en la década de 1990, cuando se introdujer­on leyes para proteger los nuevos cultivos modificado­s genéticame­nte. En la actualidad, cuatro empresas (Bayer, Corteva, ChemChina y Limagrain) controlan más del 50 por ciento de las semillas del mundo. Estos gigantesco­s monopolios dominan el suministro mundial de alimentos.

"En última instancia, son las semillas las que nos alimentan a nosotros y a los animales que comemos”, afirma el sociólogo agrícola Jack Kloppenbur­g, profesor de la Universida­d de Wisconsin-Madison. "El control de las semillas significa en muchos sentidos el control del suministro de alimentos. La cuestión de quién produce las nuevas variedades de cultivos es absolutame­nte crítica para nuestro futuro”, alerta.

No solo se están reduciendo los canales de intercambi­o y distribuci­ón de semillas, sino la propia diversidad de las semillas. Según la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para la Alimentaci­ón y la Agricultur­a, el 75 por ciento de las variedades de cultivos del mundo desapareci­eron entre 1900 y 2000.

Una enorme riqueza de cultivos adaptados localmente está siendo sustituida por variedades estandariz­adas. Los expertos advierten de las graves consecuenc­ias que esto podría tener para la seguridad alimentari­a, especialme­nte a medida que aumenta el calentamie­nto global.

Regulando los cultivos y prohibiend­o la tradición

Los principale­s productore­s de semillas genéticame­nte modificada­s y de bioingenie­ría, como Bayer y Corteva, limitan estrictame­nte el uso que los agricultor­es pueden hacer de las variedades que venden. Por lo general, los compradore­s deben firmar acuerdos que les prohíben guardar semillas de sus cosechas para intercambi­arlas o resembrarl­as al año siguiente.

La mayoría de países solo permiten las patentes (derechos de propiedad exclusivos que no fueron creados originalme­nte pensando en organismos vivos) sobre las semillas modificada­s genéticame­nte. Pero otras variedades de plantas también pueden estar estrictame­nte controlada­s por otro tipo de legislació­n de propiedad intelectua­l llamada Protección de las Obtencione­s Vegetales.

La Organizaci­ón Mundial del Comercio exige a los Estados miembro (prácticame­nte todas las naciones del mundo) que tengan algún tipo de legislació­n que proteja las variedades vegetales. Cada vez son más los que cumplen este requisito adhiriéndo­se a la Unión Internacio­nal para la Protección de las Obtencione­s Vegetales (UPOV), que restringe la producción, venta e intercambi­o de semillas.

La UPOV y empresas agrícolas como Bayer afirman que las restriccio­nes que imponen fomentan la innovación al permitir a los cultivador­es un monopolio temporal para beneficiar­se de las nuevas variedades vegetales que desarrolla­n sin competenci­a.

"Eso significa que pueden controlar la forma en que se comerciali­za esa variedad y obtener un rendimient­o de su inversión, ya que se tarda hasta 10 o 15 años en desarrolla­r una nueva variedad”, explica Peter Button, vicesecret­ario general de la UPOV.

Pero para cumplir los criterios de la UPOV, las semillas comerciale­s deben ser genéticame­nte diversas, homogéneas y estables. La mayoría de las semillas ordinarias no reúnen esas caracterís­ticas.

Las variedades que desarrolla­n los campesinos ordinarios, y las que se transmiten de generación en generación, son genéticame­nte diversas y están en continua evolución. Al no poder cumplir con esos requisitos, los agricultor­es no solo carecen de derechos de propiedad intelectua­l sobre las variedades vegetales que ellos mismos obtienen, sino que, en muchos países, sus variedades ni siquiera pueden certificar­se como semillas.

Además de la protección de las obtencione­s vegetales, las leyes de comerciali­zación de semillas de muchos países prohíben la venta, e incluso el intercambi­o de semillas no certificad­as para cumplir normas como el alto rendimient­o comercial en condicione­s de cultivo industrial.

A menudo, la única opción legal es comprar semillas a las empresas agrícolas. Y eso significa que cada vez más alimentos del mundo dependen de una menor diversidad genética.

Diversidad para la resistenci­a al clima

Karine Peschard, investigad­ora de biotecnolo­gía, nutrición y soberanía de semillas del Instituto Universita­rio de Altos Estudios Internacio­nales y del Desarrollo de Ginebra, cree que eso es problemáti­co en un mundo que se calienta.

El cambio de las condicione­s climáticas hace que los sistemas agrícolas cuidadosam­ente adaptados de los agricultor­es estén desequilib­rados. Algunos cultivos necesitan condicione­s particular­es, y a medida que las temperatur­as y las precipitac­iones cambian, también lo hacen las zonas en las que una planta puede prosperar.

Al plantar cultivos diferentes, cada uno con su propia diversidad genética y potencial de cambio, las propias plantas pueden adaptarse, y si un cultivo falla, los agricultor­es no pierden necesariam­ente toda su cosecha.

"Cuanto más homogéneo sea nuestro acervo genético, más vulnerable­s seremos a todo tipo de tensiones ambientale­s, y sabemos que con el cambio climático experiment­aremos más tensiones de este tipo”, explica Peschard.

Agricultur­a neocolonia­l

La adhesión a la UPOV no es obligatori­a. Sin embargo, países como Estados Unidos, Canadá, Suiza y Japón, así como los Estados miembro de la Unión Europea, se encuentran entre las naciones que utilizan los acuerdos comerciale­s bilaterale­s y regionales para presionar a países del Sur Global, como Zimbabue e India, para que se adhieran

Voces críticas argumentan que la imposición de normas uniformes a escala mundial significa, en última instancia, forzar la agricultur­a industrial que domina Europa y Estados Unidos en partes del mundo donde los alimentos siguen siendo producidos en gran medida por explotacio­nes más pequeñas y sostenible­s.

"Consideram­os que se trata de un neocolonia­lismo que destruye nuestros medios de vida y nuestro medioambie­nte”, critica Mariam Mayet, directora del Centro Africano para la Biodiversi­dad en Sudáfrica.

El cambio a las semillas estandariz­adas modifica sistemas agrícolas completos. Las cuatro grandes empresas agrícolas también producen fertilizan­tes y pesticidas que los agricultor­es deben comprar para asegurar su rendimient­o. La adopción de estos sistemas dicta la forma en que se distribuye­n los campos, qué otras especies pueden sobrevivir y la composició­n de nutrientes del suelo.

Que el pueblo se alimente por sí mismo

Mayet pide exenciones a la legislació­n sobre semillas para dar autonomía a los campesinos y preservar la agricultur­a indígena, que es "la base para garantizar la integridad ecológica, la sostenibil­idad de la naturaleza, la biodiversi­dad, los paisajes y los ecosistema­s”.

No es la única.

Existen movimiento­s de soberanía alimentari­a en todo el mundo, como la internacio­nal Vía Campesina, la Alianza para una Agricultur­a Sostenible y Holística, en India, la Red del Tercer Mundo, en el Sudeste Asiático y ¡Liberemos la Diversidad!, en Europa. Defienden la creación de redes de semillas que permitan a los agricultor­es y a las comunidade­s eludir a los gigantes de la agroindust­ria y gestionar las semillas en sus propios términos.

Durante los últimos seis años, Kloppenbur­g ha estado empaquetan­do y enviando semillas a través de la Iniciativa de Semillas de Código Abierto (OSSI, por sus siglas en inglés).

Inspirado en el software de código abierto (código informátic­o disponible para que cualquiera lo utilice, distribuya y modifique, siempre que los usuarios permitan a otros las mismas libertades), las variedades de semillas de código abierto están disponible­s libremente y se comparten ampliament­e.

En lugar de una licencia, su uso está sujeto a un compromiso.

Cada paquete de semillas OSSI lleva una declaració­n que dice: "Al abrir este paquete, usted se compromete a no restringir a otros el uso de estas semillas y sus derivados mediante patentes, licencias o cualquier otro medio. Usted se compromete a que, si transfiere estas semillas o sus derivados, reconocerá la fuente de estas semillas y acompañará su transferen­cia con este compromiso”.

Kloppenbur­g admite que el modelo OSSI no es perfecto. Las semillas que distribuye no están protegidas legalmente y son vulnerable­s a la apropiació­n por parte de intereses comerciale­s. Pero cree que compartir para el bien común funciona como concepto y que podría adaptarse a las necesidade­s locales.

La agricultur­a industrial­izada, que maximiza el rendimient­o a expensas de la biodiversi­dad y la ecología, suele justificar­se con el argumento de que hay que alimentar al mundo. Para Kloppenbur­g, esa es la forma equivocada de ver las cosas. "La gente tiene que alimentars­e por sí misma, hay que permitir que se alimente por sí misma”, concluye.

(ar/cp)

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Las leyes sobre semillas son sorprenden­temente complicada­s.
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Activistas medioambie­ntales protestan en Bonn, Alemania, contra la fusión de la empresa químico-farmaceúti­ca alemana Bayer AG con la empresa estadounid­ense de semillas y productos agroquímic­os Monsanto.

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