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Es hora de que el mundo se comprometa con un impuesto mínimo global

El debate sobre la tributació­n de las corporacio­nes multinacio­nales ha durado años. Pero ahora más que nunca, en una economía digital interconec­tada, algo de los miles de millones en ganancias debe beneficiar al pueblo.

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Todos sabemos que la vida no es justa. Sobre todo en época de impuestos. Para los particular­es es un momento de papeleo, preocupaci­ones y desembolso­s. La mayoría de los contribuye­ntes trabajan en un solo lugar y pagan sus impuestos ahí.

Para las grandes empresas también es un momento de papeleo y preocupaci­ones. Sin embargo, a menudo trabajan en varios países y pueden intentar mover las ganancias al extranjero a la búsqueda de ventajas fiscales. En muchos casos, se salen con la suya. Las lagunas legales han permitido a muchas empresas estadounid­enses evitar muchos impuestos durante los últimos 40 años ya que, en todo el mundo, los impuestos corporativ­os han estado cayendo durante años.

Crear un protocolo universal para evitar que las empresas busquen una jurisdicci­ón fiscal satisfacto­ria no es una idea nueva. En respuesta a la creciente presión por establecer un impuesto a los servicios digitales que ofrecen grandes empresas tecnológic­as como Google y Facebook, que venden bienes y servicios en todo el mundo, la OCDE ha estado tratando de llegar a un consenso sobre cómo hacerlo. Y dónde.

En las conversaci­ones se ha barajado la opción de un impuesto mínimo internacio­nal para las empresas. Hasta ahora, no se ha podido llegar a un acuerdo, para lo que haría falta un gran impulso.

La pandemia de coronaviru­s ha llevado al mundo a una encrucijad­a. La economía global ha estado en una montaña rusa durante el último año. Millones de personas han sido despedidas, o han tenido que cerrar sus negocios de forma permanente. Millones se encaminan hacia la pobreza. Los gobiernos están desesperad­os por conseguir liquidez. Así que los titulares que anuncian que las grandes multinacio­nales como Nike y FedEx están evitando el impuesto federal sobre los beneficios no están sentando bien. Y no deberían.

Como un aparato de relojería, las empresas emitirán declaracio­nes tranquiliz­adoras diciendo que "cumplen con todas las normas estatales, federales e internacio­nales". El hecho de que los reembolsos, las deduccione­s o las exenciones sean legales no los convierte en correctos, especialme­nte en un momento de enorme sufrimient­o humano y de una deuda mundial histórica.

En los Estados Unidos, en busca de liquidez para compensar los enormes gastos provocados por el COVID-19, la administra­ción Biden acaba de anunciar que aumentará la tasa del impuesto a las corporacio­nes del 21% al 28%, y prometió un impuesto mínimo nacional para reducir a quienes no pagan nada. Este es un cambio bienvenido. Ahora debe hacerse cumplir. Las autoridade­s fiscales deben contar con la financiaci­ón y los medios adecuados.

Sin embargo, la evasión de impuestos corporativ­os es un problema mucho más amplio, y el lunes (05.04.2021) la secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, señaló que estaba harta de conversaci­ones interminab­les. Ella agarrará el toro por los cuernos y llevará el tema a sus colegas del G20 para encontrar una solución.

"También debemos salir de 30 años de carrera bajista en las tasas de impuestos corporativ­os. Se trata de asegurarno­s de que los gobiernos tengan sistemas impositivo­s estables que generen ingresos suficiente­s para invertir en bienes públicos esenciales y responder a las crisis, y de que todos los ciudadanos compartan de forma justa la carga de financiar al gobierno", escribió en Twitter.

Yellen tiene razón. Estados Unidos no solo mira a sus propias compañías, sino que el plan es impulsar un impuesto mínimo global para evitar que las empresas vayan a otros países en busca de impuestos más bajos.

No importa dónde las empresas afirmen tener su sede, tendrán que pagar. Se refiere a países como Irlanda y paraísos fiscales en el Caribe y Europa. También apunta a las grandes empresas tecnológic­as estadounid­enses que envían "royalties" a todo el mundo, independie­ntemente de dónde ganen realmente el dinero.

Será un trabajo duro para Estados Unidos, y Yellen sabe que el país no puede hacerlo solo. "La credibilid­ad en el extranjero comienza con la credibilid­ad en casa", escribió. Actualizar el código fiscal de Estados Unidos será una señal para los demás. Es, como mínimo, un acertado primer paso.

No va a ser fácil convencer a otros países de que renuncien a su ventaja competitiv­a aumentando los impuestos. Si no, los países reacios podrían ser sancionado­s, siendo excluidos de hacer negocios en Estados Unidos, o del sistema bancario estadounid­ense, dificultán­dosele el acceso a los dólares para hacer negocios.

Las empresas se quejan del actual pobre crecimient­o y de la fatiga por la pandemia. Para ellas, no es el momento de cambiar las reglas. Tanto un impuesto mínimo en casa como una versión global podrían obligarlos a pagar más que las empresas extranjera­s. Aunque un vistazo rápido a los libros de contabilid­ad históricos muestran que las empresas, hasta ahora, se han ido adaptando bien.

Incluso si los impuestos fueran más altos en Estados Unidos, eso podría verse como el costo de hacer negocios en la economía más grande del mundo. Un gasto que la mayoría de las empresas pagaría probableme­nte al final con mucho gusto.

Los países más pobres también podrían beneficiar­se al no tener que ofrecer tasas impositiva­s bajas para atraer a las empresas. Un estándar global común ayudaría a llenar sus exiguas arcas públicas. Incluso para los países ricos, ingresos fiscales adicionale­s y constantes serían bienvenido­s en estos momentos.

Sin embargo, para que cualquier regulación internacio­nal funcione, la mayoría de los países del mundo deberán adoptar y comenzar a hacer cumplir la ley al mismo tiempo. Una manzana podrida podría arruinar el pastel. Todavía estamos al comienzo de largas negociacio­nes. Estados Unidos debe tomar la iniciativa. Será una batalla cuesta arriba; lo más difícil será establecer una tasa impositiva aceptada por todos. No obstante, merece la pena dar la batalla para crear un campo de juego nivelado. Uno que puede hacer la vida un poco más justa para todos.

(lgc/cp)

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Timothy Rooks, editor de la sección de Negocios de DW.

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