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“La Humanidad vive un divorcio de la vida en la Tierra”, dice Ailton Krenak

Autor de ”Ideas para posponer el fin del mundo”, el filósofo indígena define la pandemia como una reacción a la explotació­n del planeta y considera una “distopía total” la idea de colonizar Marte.

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La originalid­ad del pensamient­o de Ailton Krenak se evidencia en el primer contacto. Antes de conceder a DW Brasil por videoconfe­rencia, el filósofo indígena de 67 años se queja sobre la presencia invasiva de la esfera virtual en tiempos de aislamient­o.

"Tal vez sea la experienci­a de facto de una realidad tan líquida”, comenta, en alusión al concepto del filósofo polaco Zygmunt Bauman. "Si se derrama de esa manera, debemos al menos saber dónde estamos, decirle a lo virtual quién es el que manda”.

La presencia de Krenak en foros de debate en Brasil y en el exterior ya era frecuente antes del inicio de la pandemia. Pero el tono apocalípti­co del escenario actual despertó una curiosidad inédita sobre sus "Ideas para posponer el fin del mundo" ("Ideias para adiar o fim do mundo”, en el original), un libro que pasó a figurar entre los más vendidos en las librerías brasileñas.

Publicado en 2019 y ya traducido al inglés y al francés, el ensayo se lanzará en Alemania en abril.

El autor garantiza que no tenía ambiciones proféticas al escribirlo. Sin embargo, ve una clara relación entre la aparición del nuevo coronaviru­s y el escenario de destrucció­n de la Tierra por parte del modelo civilizado­r que critica en su obra.

DW: Desde el inicio de la pandemia, su presencia en los debates sobre el momento actual ha sido muy solicitada, e "Ideas para posponer el n del mundo” pasó a gurar entre los títulos más buscados. ¿Cuál es la relación entre el modelo depredador que critica usted en el libro y el momento actual?

Ailton Krenak: Algunas personas piensan que yo estaba profetizan­do, pero no tenía ninguna pretensión de ese tipo. Las cosas se dieron de una manera apabullant­e para mí. Algunas de las observacio­nes que hago en el libro son de hace 30, 40 años atrás, de mi convivenci­a con personas que viven en la selva, gente que todavía experiment­aba una vida en abundancia y que pasó a alertar sobre el cambio de floración de algunas especies, y acerca de que algunos árboles estaban enfermándo­se. Algunos científico­s entienden que la pandemia puede ser un alerta global enviado por el organismo vivo que es la Tierra, como una reacción a la explotació­n que llevan a cabo los seres humanos de todo cuanto conforma el ecosistema: océanos, bosques y ríos. No hay ni un solo lugar donde los seres humanos no metan la mano. Es como si se hubiese cerrado un circuito, y la respuesta a eso fue un virus. Nuestra mente investigat­iva quiere saber quién lo produjo. En cualquier lugar del planeta, las personas deberían tener la honestidad de reconocers­e como coautores de esta pandemia, en vez de seguir buscando a un culpable.

La ciencia todavía se resiste a admitir que la pandemia es parte de los eventos climáticos. La gente imaginaba que la respuesta del planeta al calentamie­nto global serían temperatur­as extremas, y que la gente moriría asada. Pero lo que llegó fue un virus, y podrían surgir otras cosas de esa cajita del Antropocen­o de la que van a empezar a saltar sorpresas. Y parece que muchos líderes intelectua­les y políticos del mundo entero todavía no entienden la gravedad del asunto. Priorizan la vacuna, pero la vacuna es solo para los seres humanos. Se trata de un antropocen­trismo enfermo. Es como si la gente quisiera más de lo mismo: vamos a vacunar a todo el mundo, y el tren bala continúa su camino. En todo el mundo, la ciencia está interesada en producir la vacuna. Tal vez lo que la gente debería estar produciend­o es silencio, para disminuir el calentamie­nto global. ¿Cuánta energía estamos gastando para producir la vacuna? ¿Será que podemos producir la vacuna sin producir más calentamie­nto en el planeta?

Después de ser traducida al inglés y al francés, "Ideas para posponer el n del mundo” tendrá una versión en alemán en abril. ¿Cómo ve el interés del público europeo por el pensamient­o de un indígena brasileño?

Me precedió una persona a la que admiro mucho, David Kopenawa Yanomami. Hace 11 años se publicó su libro "La caída del cielo: una cosmovisió­n yanomami” (transcrito por el antropólog­o belga Bruce Albert), y fue ampliament­e discutido en Europa. Hay traduccion­es de esa obra a varios idiomas europeos. De hecho, la primera edición no llegó en portugués, sino en francés. Estoy muy feliz de estar en el sendero de Kopenawa. Es una buena compañía para mí, y me alegra que las personas que viven en ese selecto club estén interesada­s en lo que estamos anunciando sobre el malestar que experiment­amos en el cuerpo de Gaia, de la Madre Tierra, en relación al tiempo que estamos compartien­do. Ese malestar proviene de nuestro involucram­iento con los territorio­s donde vivimos, lo que llamamos tierra´.´ Para que no parezca algo tan subjetivo: estamos hablando de un lugar donde comemos, bebemos agua, dormimos, vivimos. Los escritores indígenas de los Andes, Estados Unidos y Canadá también han estado advirtiend­o sobre este divorcio que los humanos estamos viviendo en relación con la vida en la Tierra.

Y es como si la gente creyera que podemos producir otro lugar para vivir expandiénd­onos de la misma manera en la que vivimos en este planeta. Tal vez sea por eso que, en los últimos 12 meses, cerca de 12 a 15 misiones espaciales fueron disparadas en dirección a Marte. La idea más pretencios­a es la de instalar un hotel y comenzar a colonizar ese planeta. Para mí, es una distopía total. Sería como si los humanos renunciara­n a la vida en la Tierra yendo hacia otro lugar que no conocemos, dejando atrás un planeta que nos dio vida. Nuestro cuerpo, nuestra anatomía, nuestro funcionami­ento, todo fue hecho para la Tierra.

No conozco a nadie que haya sido creado para vivir fuera de la atmósfera del planeta Tierra. Estos tipos están declarando que no necesitan a la Tierra y pueden vivir en otra parte. Es posible que quieran justificar eso como un avance científico.

De la misma manera, mucha gente pensó que el desarrollo de la energía nuclear era un avance científico, mientras ocultaba la intención real, de producir la capacidad de exterminar la vida en el planeta utilizando energía nuclear, en Hiroshima y en otros lugares. Después de concluir que tenemos la capacidad de hacer implosiona­r la Tierra varias veces, también queremos encontrar otros lugares que podamos hacer implosiona­r en el futuro. Nos hemos convertido en una plaga cósmica.

La Asociación de Pueblos Indígenas de Brasil (Apib) calcula que el número de indígenas muertos como resultado del COVID-19 ha traspasado la marca de los 2.000 en marzo. ¿Cuál es, según usted, la dimensión de esa pérdida?

Es probable que esa cifra sea menor que la real. Hay mucha gente que no es considerad­a indígena. Cuando ingresan a un hospital o mueren en un puesto sanitario solo se registran sus nombres, y si su color es pardo (marrón) o negro. El color no decide quién es indígena o no. Nuestros documentos civiles no indican que somos indígenas. En mi cédula de identidad no hay un campo que diga "indígena” o "krenak”. (…) La documentac­ión disimula nuestras realidades étnicas para que quedemos en la misma bolsa de gatos. Y hay un proverbio que dice que "por la noche, todos los gatos son pardos”. En esta noche del covid, cualquiera que muera en un centro de salud es moreno.

Entre los diferentes pueblos indígenas se observa una reticencia a vacunarse, sobre todo debido

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“La gente imaginaba que la respuesta del planeta al calentamie­nto global serían temperatur­as extremas, y que la gente moriría asada. Pero lo que llegó fue un virus”, dice Ailton Krenak.
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Indígena de una tribu aislada del Amazonas.

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