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Inauguración de los Juegos Olímpicos en Tokio: el mensaje equivocado
Los Juegos Olímpicos se inauguraron con un año de demora. Pero la celebración mostró que el COI no aprendió nada de la pandemia y que perdió la ocasión de enviar una señal importante, opina Sarah Wiertz, desde Tokio.
Los gritos de protesta en la calle se escuchaban desde los asientos del Estadio Olímpico de Tokio. "¡No queremos Juegos Olímpicos!”, gritaban los manifestantes desde los megáfonos. Incluso cuando las luces se encendieron en la arena y la música de la fiesta inaugural comenzó a resonar, todavía se oían las protestas.
Al marchar hacia el estadio, los atletas saludaron con bravura a un estadio vacío, en el que solo unos pocos periodistas y otros pocos funcionarios permanecían sentados y apenas aplaudían. No hubo júbilo, ni banderas, ni himnos. Solo una atmósfera surrealista. nieron allí solo poco más de una docena de jefes de Gobierno. En Río de Janeiro fueron todavía unos 40. Nosotros, los periodistas, éramos mayoría. Qué absurdo.
La ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos se ha degradado en los últimos años hasta convertirse en un espectáculo inflado y artificial que está orquestado, principalmente, solo para espectadores de televisión. Sin fans en el estadio y con solo una mínima fracción de la cantidad planeada de deportistas, la inauguración, que quería dar la impresión de un espectáculo artístico, parecía aún más estéril, más distanciada y carente de emociones. El único rayo de luz: durante un minuto se pudieron ver en la pantalla fotografías de amigos, familiares y fans que seguían el show de manera virtual.
A todo esto, el lema de las ceremonias de apertura y clausura es "United by emotions", unidos por las emociones. Más conmovedores que las imágenes televisivas perfectamente escenificadas fueron los jóvenes risueños y nerviosos, con vestimenta amorosamente confeccionada, que esperaban antes de su aparición en el aparcamiento subterráneo, poco antes del espectáculo. Ellos son honestos y auténticos. Sin embargo, la audiencia no llega a ver esos momentos.
Los organizadores de los juegos en Tokio no tienen la culpa de la situación debida a la pandemia en general, ni tampoco, en especial, de la ceremonia de apertura. Sin embargo, no dieron una buena imagen: dos directores creativos y el compositor contratado para el evento fueron despedidos por mala conducta. El hecho de que partes de la música escuchada durante la celebración fuera enlatada, habla por sí solo.
Luego de años de duro entrenamiento, los deportistas se ganaron con creces las tres horas en el foco de atención, a pesar de que en la celebración parecían al saludar más bien gatos de la suerte, esos juguetes tan populares en Japón, en medio de un espectáculo altamente protocolizado, más que los protagonistas principales de un encuentro pacífico de jóvenes de todo el mundo.
A muchos los acompañaba la preocupación de contagiarse de COVID-19 poco antes del inicio del certamen deportivo internacional. También el hecho de que, a causa de las numerosas cancelaciones, estos no serán juegos justos, ni tampoco un encuentro de los mejores deportistas del mundo, hizo que la atmósfera fuera apenas alegre o relajada.
Con la apertura de los Juegos Olímpicos, el Comité Organizador Internacional y el equipo organizador de Tokio querían enviar al mundo un mensaje de ánimo en medio de la pandemia de coronavirus. Pero el mensaje que llegó fue otro: el espectáculo debe continuar, y como siempre, con el mismo procedimiento cada cuatro años.
En vista de la pandemia global, otro mensaje hubiera tenido más sentido: una celebración minimalista, dirigida a las y los atletas y dedicada al deporte.
Eso es lo que los atletas olímpicos pueden hacer ahora: con su voluntad de ganar y su espíritu de lucha, pueden encender el espíritu olímpico, y con sus logros, asegurarse de que sean ellos quienes escriban la historia de estos juegos, y no el COI. Ojalá tampoco la escriba el coronavirus ni únicamente los manifestantes.
(cp/ers)
unidad como ejemplo, dijo que no podía”. La comunidad había acordado que nadie se vacunaría. "Yo rompí el pacto secreto”, confesó.
El escepticismo contra la vacunación tiene mucho que ver con el hecho de que los indígenas no solo están aislados geográficamente del resto de México, sino también del flujo de información. La información gubernamental sobre COVID-19 es escasa, y muchos en las comunidades indígenas prefieren confiar en dudosos vídeos de WhatsApp que restan importancia a la enfermedad. Algunos ni siquiera creen que el coronavirus existe.
Además, las comunidades indígenas no se han visto tan afectadas por el contagio con el coronavirus como se temía. "Algunos colegas y yo temíamos que las muertes por COVID aquí se dispararan, pero no fue así", agrega el médico. mucha gente porque el mercado estaba abierto ese día. La travesía para vacunar duró seis horas, con mucho hielo en su equipaje para no romper la cadena de frío de la vacuna.
Al menos, el gobierno ha cambiado su estrategia. Médicos como González Figueroa y los equipos de vacunación que viajan a las comunidades indígenas llevan ahora la vacuna china CanSino, de la que solo se necesita una dosis. González solo tendrá éxito si convence a los líderes comunitarios.
Se calcula que en México viven 17 millones de indígenas, uno de cada siete mexicanos. Muchos de ellos viven en las ciudades, pero la inmunidad de rebaño solo es posible si la mayoría de los indígenas también son vacunados.
Con 16.000 contagios diarios, el país se mueve hacia el tercer punto máximo en la curva. El experto en salud Xavier Tello está preocupado: "La pandemia en México está prácticamente fuera de control, pero la buena noticia es que no hay tantos pacientes graves que requieran UCI. Y eso se debe a que la mayoría de los mayores de 50 años están vacunados".
Mientras tanto, los jóvenes de 18 a 29 años también pueden vacunarse, pero la campaña de vacunación en el país, que fue el primero de América Latina en empezar a vacunar, sigue avanzando a paso de tortuga. Con
"Mientras que en Europa hay suficientes vacunas, muchos no quieren vacunarse; aquí es al revés: la mayoría quiere la vacuna, pero no hay suficientes. Solo en Chiapas hay mucha resistencia", dice Tello. En México han muerto 238.000 personas por o con COVID-19.
Tello también pide al gobierno que se dirija más a los voceros de las comunidades indígenas, hasta ahora ignorados. Lo cierto es que el gobierno de AMLO ha fracasado en llevar la vacuna a la gente.
El experto en salud termina diciendo que "históricamente, México es uno de los países más efectivos en campañas de vacunación. Pero como el gobierno quería desesperadamente tener el control sobre el proceso, las vacunas no se distribuyeron en las cantidades necesarias. La gente tiene que hacer cola durante cuatro, seis, ocho horas para vacunarse".
(jov/er)