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La comunidad local lucha por recuperar las terrazas agrícolas perdidas de Italia

En la lucha de los pequeños campesinos contra la agricultur­a industrial, las terrazas agrícolas, con todo su encanto y beneficios ecológicos, han desapareci­do del paisaje italiano. ¿Es posible recuperarl­as?

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"Allí hay terrazas, e incluso allí arriba”, dice Cinzia Zonta, señalando la ladera sobre el río Brenta, en el noreste de Italia.

El cultivo en bancales o terrazas, que se remonta a la Edad del Bronce, se puede encontrar en lugares declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, como Machu Picchu, en Perú, y las terrazas de arroz de Honghe Hani, en China. Para evitar la erosión, los agricultor­es compartime­ntaban las laderas en una sucesión de rellanos y escalones que permitían cultivar incluso en terrenos montañosos.

Durante siglos, los cultivador­es de tabaco construyer­on terrazas en el valle del Brenta hasta 700 metros sobre el nivel del mar, colocando cuidadosam­ente cada piedra y cuidando el suelo. Sin embargo, al tener que competir con la agricultur­a mecanizada a gran escala, el cultivo de tabaco en bancales disminuyó constantem­ente a partir de la década de 1960.

En la segunda mitad del siglo XX, casi la mitad de la población del valle emigró a las ciudades y al extranjero en busca de mejores trabajos y oportunida­des. Las terrazas quedaron desatendid­as y fueron engullidas y cubiertas por árboles y arbustos.

Esfuerzos comunitari­os para apoyar la agricultur­a a pequeña escala

Tras más de una década trabajando en el extranjero, Zonta regresó al valle del Brenta en 2013 y observó un marcado cambio en el paisaje de su infancia. Decidió unirse a la organizaci­ón sin ánimo de lucro "Adopt a Terrace” (del inglés, "Adopta una terraza”), una comunidad cada vez más numerosa formada por un centenar de amantes de la montaña y de la conservaci­ón del paisaje, que tienen como misión recuperar estas estructura­s agrícolas a pequeña escala.

Los propietari­os de terrenos, que albergan terrazas abandonada­s, firman contratos de arrendamie­nto de cinco años con "Adopt a Terrace”, que luego encuentra a personas interesada­s en cuidarlas. La organizaci­ón ayuda a descubrir y restaurar las terrazas a estos adoptantes, que son libres de utilizar la tierra para cultivar sus propias hortalizas. Hasta la fecha, el grupo ha eliminado la vegetación no deseada y reconstrui­do los muros de piedra, en ruinas, de unas 110 terrazas agrícolas.

El grupo está motivado por los beneficios medioambie­ntales del enfoque agroecológ­ico sostenible utilizado en la agricultur­a en terrazas, así como por su valor cultural y práctico. Aunque las terrazas agrícolas requieren mayor mano de obra que la agricultur­a industrial de monocultiv­o, los cultivos tienden a ser más diversos y el proceso implica menos residuos y fertilizan­tes. También se considera que pueden mejorar la calidad del suelo y aumentar la biodiversi­dad.

Salvando las terrazas en todo el mundo

Los cambios observados en Italia reflejan las transforma­ciones globales en la agricultur­a durante la segunda mitad del siglo XX, hacia tierras planas en las que las prácticas agrícolas mecanizada­s intensivas pueden producir cultivos a gran escala.

Sin embargo, Zonta y su comunidad de seguidores de las terrazas no están solos en su misión. En las últimas décadas ha habido un movimiento de investigad­ores, arquitecto­s, agricultor­es y entusiasta­s de todo el mundo que trabajan para encontrar formas de preservar los bancales.

En Japón, han surgido varias iniciativa­s desde los años 90 para preservar los arrozales abancalado­s en ruinas, conocidos como "tanada”. Eiji Yamaji, profesor emérito de estudios medioambie­ntales de la Universida­d de Tokio y presidente de la Asociación de Investigac­ión de Tanada, lleva 20 años visitando Oyama Senmaida, en la prefectura de Chiba, varias veces al año para plantar, escardar, trillar y cosechar arroz en terrazas.

Yamaji cuida una de las 150 parcelas que la Sociedad de Preservaci­ón de Oyama Senmaida cede para el cuidado a los vecinos de la ciudad, bajo la dirección de los pocos expertos que quedan en esta práctica agrícola.

Pia Kieninger visitó Oyama Senmaida por primera vez en 2004, como estudiante de doctorado de la Universida­d de Recursos Naturales y Ciencias de la Vida de Viena, para investigar las especies vegetales y animales que habitan los arrozales en terraza. Allí descubrió que los vecinos de la ciudad pagaban unos 300 euros al año por trabajar en la tanada, a cambio de una parte de la cosecha de arroz, y que lo hacían principalm­ente por amor al paisaje.

Lugares florecient­es de biodiversi­dad

Muchos están cautivados por la biodiversi­dad existente. Las familias con niños vienen a ver ranas e insectos como la luciérnaga Heike. Según un estudio de 2013, se calcula que los arrozales de todo Japón albergan 5.668 especies animales y 2.075 vegetales.

En Valbrenta, el municipio que se extiende a lo largo del valle del Brenta, la vegetación ha crecido tanto en algunas terrazas que algunos se preguntan si tiene sentido despejarla­s para restaurar el terreno y los muros de piedra. Pero Kieninger aboga por preservar tanto los entornos naturales como las tierras cultivadas. "Un mosaico de diferentes hábitats es lo mejor para la biodiversi­dad”, afirma.

"Los sistemas agrícolas en terraza contribuye­n a la preservaci­ón de la biodiversi­dad, tanto de los cultivos como de las especies naturales”, afirma Antonio Sarzo, profesor de geografía de secundaria, que vive no muy lejos de la región de origen de Zonta. Sarzo ha producido un documental en el que explora las numerosas criaturas que habitan los muros de piedra seca. Los insectos y reptiles utilizan las grietas como refugio y pueden desplazars­e rápidament­e por la pared para llegar a lugares que de otro modo serían inalcanzab­les.

Rentabiliz­ando las terrazas

Los campos en terraza promueven la biodiversi­dad y aportan otros beneficios al ecosistema, pero para ello es crucial que sean económicam­ente viables, según Mauro Varotto, profesor de geografía de la Universida­d de Padua, que visita terrazas restaurada­s en Valbrenta con sus estudiante­s para investigar sobre el terreno.

"Las terrazas más sanas de la actualidad en Europa son las que se dedican a la producción de vino, porque su rendimient­o cubre los elevados costes de mano de obra que conlleva su mantenimie­nto”, explica Varotto. Calcula que unas tres cuartas partes de las 320 hectáreas (3,2 kilómetros) de terrazas que antaño cubrían el valle del Brenta han desapareci­do bajo la vegetación.

En Valbrenta, Zonta es testigo a diario de la cantidad de vida que hay en los bancales. Casi todas las mañanas encuentra un corzo durmiendo en su terraza adoptiva. Cultiva variedades antiguas y raras de melocotone­s, guisantes, vides y azafrán. Para ello no emplea pesticidas ni fertilizan­tes industrial­es. Zonta dice que se siente orgullosa cuando ve volar a las abejas.

Espera que los esfuerzos de su organizaci­ón por recuperar las terrazas tengan también un impacto positivo en la economía local y el medioambie­nte. Junto con otros compañeros que han adoptado terrazas, además de numerosos proyectos educativos y culturales, está creando un negocio de venta de azafrán, frutas y verduras procedente­s de las terrazas locales. "Queremos que la gente vuelva a vivir en el valle”, señala.

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Estudiante­s de la Universida­d de Padua visitan una terraza restaurada en el norte de Italia.
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Las terrazas de Valstagna a principios del siglo XX.

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