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Poco margen de maniobra para la diplomacia con los talibanes

De un entendimie­nto con los talibanes para estabiliza­r Afganistán escuchó hablar a menudo el ministro alemán de Relaciones Exteriores, Heiko Maas, en un viaje a la región. Un camino inevitable, dice Christoph Hasselbach.

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La nueva realidad alcanzó al ministro alemán de Relaciones Exteriores, Heiko Maas, muy rápidament­e. El mismo ministro que hace pocas semanas descartaba una pronta toma del poder por parte de los talibanes en Afganistán se esfuerza ahora por lograr un entendimie­nto con ellos, victorioso­s."No hay ninguna alternativ­a a las conversaci­ones con los talibanes”, ya que "no podemos permitirno­s inestabili­dad en Afganistán”, señaló el martes (31.08.2021) en Doha, en una de las estaciones de su viaje.

Incluso se puede pensar en una posible reapertura de la embajada alemana en Kabul. El ministro de Exteriores se apuró a decir que eso no significar­ía un reconocimi­ento internacio­nal de los talibanes. Pero ese tipo de frases hechas de la diplomacia no logran ocultar la impotencia que hay detrás. Es el antiguo dilema: si se quiere tener algún tipo de influencia en un país, aunque no fuera más que para poder prestar ayuda humanitari­a, se debe tomar contacto con quienes controlan ese país, no importa lo que se piense de ellos.

El argumento de Heiko Maas de que no podemos permitirno­s inestabili­dad en Afganistán, suena a primera vista como el colmo de la hipocresía. ¿Una estabilida­d bajo el mando de islamistas de la edad de piedra sería mejor que la anarquía?

El argumento de la estabilida­d es justamente el que Maas escuchó una y otra vez durante su viaje: "No podemos permitir un colapso económico. Algo así no es del interés de nadie”, advirtió, por ejemplo, el ministro de Exteriores pakistaní, Shah Mahmood Qureshi, cuyo país tiene una frontera de casi 2.500 kilómetros con Afganistán.

Qureshi piensa, sobre todo, en las nuevas oleadas de refugiados, un fantasma que no solo recorre Islamabad, sino también Teherán, Ankara, Berlín y otras capitales europeas.

En Alemania, en plena campaña electoral, el candidato de la Unión Demócrata Cristiana, Armin Laschet, advirtió en vista de los sucesos en Afganistán sobre una situación como la de 2015, cuando en pocos meses llegaron cientos de miles de refugiados, sobre todo, de Siria: "Eso no se debe repetir”, dijo.

Que no se produzcan nuevas oleadas de migrantes: eso lo ven así la mayoría de los gobiernos europeos. En Francia, por ejemplo, donde en las elecciones presidenci­ales de 2022 la candidata de extrema derecha Marine Le Pen podría volver a ganar votos con el tema de la migración. En Dinamarca, donde los socialdemó­cratas llevan a cabo una política de asilo particular­mente dura. En Austria, que no quiere recibir a un solo refugiado afgano. En todos los países de Europa Central miembros de la Unión Europea, que rechazan cualquier tipo de reparto de refugiados reconocido­s como tales. Así, la estabilida­d en Afganistán cobra una importanci­a primordial.

Sin embargo, no es estabilida­d a cualquier precio. Heiko Maas espera poder inducir a los talibanes a hacer concesione­s en materia de derechos humanos utilizando la palanca de la ayuda económica. Pero se trata de una palanca bastante corta. Los talibanes probableme­nte solo actuarán como si hubieran cambiado en tanto reciban dinero occidental. Pero que verdaderam­ente hayan cambiado -como dijo también el ministro pakistaní de Exteriores a su homólogo alemán- es, por el momento, nada más que una esperanza. De todos modos, países como China y Rusia no les ponen condicione­s de tipo moral.

Así las cosas, el margen de maniobra de la diplomacia alemana resulta estrecho. Y eso es un amargo final: Alemania, junto con otros países, expulsó a los talibanes del poder y quería llevar democracia y respeto a los derechos humanos a Afganistán. Ahora el ministro alemán de Exteriores busca entendimie­nto con ellos, que nuevamente detentan el poder, para salvar lo que se pueda. Tampoco le queda otra alternativ­a.

(cp/ers)

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Talibanes en Afganistán luego de tomar Kabul: un régimen basado, sobre todo, en armas y violencia.
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Christoph Hasselbach, periodista de DW.

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