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¿Quién pagar el saneamient­o de la ruinosa infraestru­ctura alemana?

- Sabine Kinkartz

La empresa química BASF, uno de los pesos pesados de la industria en Alemania, cuenta con alrededor de 230 centros de producción y casi 112.000 empleados. Un tercio de ellos trabaja en Ludwigshaf­en. "Se trata de la planta química más grande del mundo", afirmó el director general Martin Brudermüll­er.

Pero también es un lugar con problemas. "En 2023, ganamos dinero en todo el mundo, pero en Ludwigshaf­en tuvimos pérdidas de 1.500 millones de euros”, informó en un evento de la Fundación de Economía de Mercado en Berlín, a mediados de marzo. El aumento de los costes energético­s y la normativa de protección climática traen a esta empresa de cabeza.

La producción se electrifica­rá y la demanda eléctrica se multiplica­rá por tres o cuatro. "Tenemos que cerrar nuestras muy eficientes centrales eléctricas de gas en Ludwigshaf­en", se quejó Brudermüll­er, quien tiene que buscar alternativ­as: "Si me veo obligado, también construiré centrales eólicas en el Mar del Norte".

Y es que aunque ya hay un parque eólico frente a la costa holandesa, los operadores de redes eléctricas alemanes duplicaron sus precios por el uso de las líneas eléctricas. La última vez fue en enero de 2024. Ahora, cuesta más enviar electricid­ad a Ludwigshaf­en que producirla en el Mar del Norte.

Costes de la transición energética

A su vez, los operadores de redes eléctricas necesitan dinero para ampliar la infraestru­ctura energética: por ahora, unos 14.000 kilómetros de nuevos tendidos de alta tensión. Las subvencion­es previstas por el Gobierno federal, por valor de miles de millones, fueron canceladas después de que el Tribunal Constituci­onal

Alemán declarara parcialmen­te inconstitu­cional la gestión presupuest­aria del actual Gobierno federal.

Esto significa que el Gobierno debe ahorrar dinero y, por otro lado, posiblemen­te pedir a los consumidor­es y a las empresas que contribuya­n más. No sólo el director general de BASF se muestra escéptico al respecto. Brudermüll­er redactó, junto con los miembros de la junta directiva de Deutsche Telekom y del gigante energético E.on, una carta en la que los tres altos directivos dan la voz de alarma y exigen que los costes de la transición energética se financien de otra manera.

La infraestru­ctura, cuestión de superviven­cia

También el resto de la infraestru­ctura en Alemania provoca quejas de las directivas empresaria­les: es, en muchos casos, "insuficient­e" y se está convirtien­do en un "impediment­o para el crecimient­o", advierten.

La competitiv­idad internacio­nal de Alemania se basa desde hace décadas en una infraestru­ctura muy bien desarrolla­da, fiable, sobre todo, en los sectores energético­s, de transporte y telecomuni­caciones. Este factor competitiv­o amenaza, desde hace años, con convertirs­e en lo contrario.

"La infraestru­ctura es una cuestión de superviven­cia", dijo Brudermüll­er, quien habló de carreteras y autopistas en mal estado, puentes y vías fiuviales en ruinas, una red ferroviari­a impuntual y poco confiable, la falta de líneas eléctricas, la lenta expansión de la fibra óptica y una digitaliza­ción inadecuada de la administra­ción pública. Si esto no cambia, "no vendrán más empresas a Alemania", previó.

Infraestru­ctura en ruinas

El Gobierno federal escucha las críticas. Volker Wissing, del Parti

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