Argentina en el G20: ¿otra frustración? ■
Ex secretario de Finanzas
Nos estamos acercando al final de la presidencia argentina del G-20, tiempo propicio para sacar algunas conclusiones. El G-7, el grupo de naciones más poderosas de la economía mundial, le “regaló” a la Argentina la oportunidad de lucirse ante el mundo, premiándola con un lugar de alto perfil, para conducir la agenda del G-20 y el debate de la globalización durante un año.
En una Argentina en la que lo internacional se discute y se estudia poco, es fácil equivocar lo fundamental con lo accesorio; es un mal endémico que ha crecido en nuestro país en las últimas décadas. La presidencia del G-20 no debe ser evaluada por la organización protocolar de las reuniones, ni por el control efectivo de las manifestaciones anti-globalización, sino por los avances en una agenda difícil dada la posición anti-globalización de los Estados Unidos que, aunque cambiante en el tiempo, continúa siendo un eje de las políticas del presidente de ese país Donald Trump.
La otra dimensión de la evaluación hace a considerar cómo la imagen de la Argentina entre los principales decisores mundiales podría haberse jerarquizado. Lamentablemente, en este último punto, tan importante, por cierto, debemos sincerarnos y señalar que el efecto ha sido negativo. La presidencia argentina coincidió con un período en que se transparentaron las debilidades macroeconómicas del país, como también la dislocación de los precios de los principales activos argentinos, que se combinó con la falta de habilidad de la gestión económica gubernamental que se apresuró en llevar a la economía nuevamente a la tutela del Fondo Monetario Internacional, sin poder superar la primer revisión de lo acordado en el primer memorándum. Para la jerarquizada audiencia de los líderes del G-20 son puntajes negativos, como también lo es la evidente falta de independencia del Banco Central.