Al mundo no le queda más opción que aprender a convivir con el virus
Las economías que estuvieron cerradas están reabriendo y las playas se llenan. Sin embargo, la pandemia mundial se acelera, incluso en muchos de los países que han suavizado las restricciones. Al mundo le llevó tres meses alcanzar el millón de casos confirmados; pero agregar el último millón le tomó apenas una semana. Aunque los residentes de los países europeos y de los estados norteamericanos quizás tengan la esperanza de que el relajamiento de las cuarentenas marque el principio del fin, no es más que el final del principio. La pandemia está entrando en una nueva fase en la que, hasta que haya un tratamiento o una vacuna, el mundo debe aprender a vivir con el virus.
Los números son desalentadores. Los casos confirmados en todo el mundo se acercan a los 10 millones, una cuarta parte están en Estados Unidos. Los contagios diarios superaron los 180.000 el viernes y el sábado. Debido a los números en alza en los estados del sur y del oeste, Florida y Texas revirtieron sus reaperturas. En otras partes de América -ahora el foco global de la pandemia- el total de casos de Brasil superó el millón con más de 50.000 muertes.
Si bien gran parte de la propagación inicial del virus más allá de China y del este de Asia se produjo en las economías occidentales, el foco ahora está en el mundo en desarrollo, incluidas algunas de las naciones más pobladas del mundo. En algunos casos, la negativa de los gobernantes populistas a tomar en serio el virus empeoró la situación.
Pero las cuarentenas que ayudaron a contener el Covid19 en los países más ricos son menos eficaces en las economías emergentes. El distanciamiento social es difícil de mantener en los barrios marginales donde las familias multigeneracionales viven en condiciones de hacinamiento e insalubridad. En los países con grandes economías informales, los que no pueden trabajar no comen. La precipitada cuarentena de la India dejó varados a millones de trabajadores migrantes sin medios de subsistencia ni apoyo, lo que llevó a muchos volver caminando hasta sus aldeas de origen.
Dado el enorme costo y la disrupción que provocan las cuarentenas nacionales, hasta los países ricos harán todo lo posible para evitar imponerlas de nuevo. Muchas empresas quedarían al borde del precipicio. Las poblaciones podrían no aceptar someterse otra vez a duras restricciones. Así que las economías avanzadas y emergentes están ahora, hasta cierto punto, en el mismo barco. Deben depender de medidas de prevención y de cuarentenas más localizadas para contener los brotes. Pero empezarán a partir de niveles de contagio muy diferentes, y con capacidades muy distintas para convivir con el virus.
Los países que puedan deberán crear programas integrales de testeos, rastreos y aislamiento, y aumentar la capacidad de los hospitales. Todos los países tendrán que invertir, al menos, en pruebas masivas. Muchas medidas son universales:
Dado el enorme costo y la disrupción que provocan las cuarentenas nacionales, hasta los países ricos harán lo posible para evitar imponerlas de nuevo
distanciamiento social, buena higiene de las manos y “cubrirse la boca al toser”; tapabocas para frenar la transmisión. Es necesario una vigilancia especial donde haya gente apretujada en su lugar de trabajo o en su vivienda, desde las plantas frigoríficas en EE.UU. o Alemania hasta los dormitorios de los migrantes en Singapur.
Sin embargo, como señaló el jefe de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, la falta de solidaridad en la lucha contra el virus es más peligrosa que el propio brote. No es demasiado tarde para que un liderazgo global, y la cooperación, marquen la diferencia. Sin embargo, a medida que la pandemia avanza con más fuerza, cada vez está menos claro quién podría ser capaz o estar dispuesto a encabezarlo.