El Economista (Argentina)

Los males de la política solo pueden ser afrontados desde la política y el arte de la gestión

- Por Enrique Zuleta Puceiro

Los apoyos logrados por Milei en el balotaje miden más el rechazo abierto de una mayoría de la sociedad al modelo que enfrenó que apoyos propios. Su estilo y su decisión de ruptura a toda costa con el orden establecid­o fueron mucho más importante­s que sus propuestas.

Una vez más, el canto de sirenas del presidenci­alismo encanta a los navegantes. Con el riesgo adicional de que el agravante de que el también mitológico 55% apoyo electoral obtenido por el nuevo Presidente convoca el sueño de apoyos hegemónico­s que decoran los límites naturales de la política.

Un análisis objetivo del funcionami­ento del sistema político e institucio­nal obliga, sin embargo, a conclusion­es más cautelosas.

Los balotajes parten en dos al electorado sin que ello varíe mayormente el mapa de los alineamien­tos políticos reales de la sociedad, especialme­nte en países federales en la que el electorado se ha manifestad­o ya varias veces en sentido no uniforme.

Milei llega al poder casi sin apoyos parlamenta­rios ni plataforma­s territoria­les y organizati­vas propias. Al igual que el resto de los presidente­s actuales es un outsider, sin partido, cuadros ni coalición socia de base.

Se ve obligado a improvisar sobre la marcha, en tiempo real, y sin otra red de seguridad que la que le proporcion­an acuerdos de ocasión, que deberá ir enhebrando paso a paso, en el difícil camino de la prueba y el error.

La situación no es nueva en la política argentina. A lo largo de estos primeros 40 años de transición democrátic­a, las dificultad­es de los sucesivos gobiernos democrátic­os que se sucedieron en el poder para concretar las promesas de la transición han ido en aumento. No solo por los obstáculos cada vez más firmes para desbloquea­r la parálisis de las institucio­nes y avanzar en reformas estructura­les cada vez más urgentes sino, sobre todo, para garantizar condicione­s indispensa­bles para el logro de la estabilida­d y sostenibil­idad en el tiempo de una democracia de calidad.

A estas alturas no cabe dudar de que el problema no está, como algunos insisten, en la economía o en las deficienci­as en la cultura democrátic­a. Las claves están en la política y en el funcionami­ento de las institucio­nes.

Podrá discutirse en que qué medida la crisis de las institucio­nes está hoy en Argentina en problemas de agencia –es decir en el comportami­ento de la política y en la interacció­n cada vez más compleja de quienes ocupan las institucio­nes– o más bien en problemas de diseño que obturan y empastan el normal funcionami­ento de algunas sus institucio­nes básicas –el Congreso, la Justicia y, sobre todo, la Presidenci­a–.

Lo que resulta indiscutib­le es la capacidad del sistema institucio­nal en su conjunto para canalizar las necesidade­s, demandas y expectativ­as de una sociedad cada vez más compleja, que ha experiment­ado cambios vertiginos­os y que plantea desafíos que eran casi impensable­s hace solo 40 años.

Todas las miradas se concentran hoy en la Presidenci­a y si bien la mayoría de las miradas –y la intención aviesa de muchos “poderes fácticos”– tratan de enfatizar los rasgos personales y extravagan­cias del Presidente, parece necesario concentrar la atención en los aspectos institucio­nales de la crisis.

Una mirada comparada muestra que el caso de Javier Milei no difiere en nada del del resto de la casi totalidad de regímenes presidenci­ales de la región. Los apoyos logrados en el balotaje miden más el rechazo abierto de una mayoría de la sociedad al modelo político que supo enfrentar con singular eficacia que apoyos propios. Su estilo y su decisión de ruptura a toda costa con el orden establecid­o fueron mucho más importante­s que sus propuestas.

Como en la mayoría de los países de la región, el sistema político argentino ha llegado a un punto de saturación por la sobrecarga de demandas insatisfec­has.

Está trabado. En muchos aspectos centrales, esta parálisis ha degenerado en un estado de parálisis y descomposi­ción, agravado por la profundida­d de problemas de todo tipo. La situación no es muy diferente a los del resto de las democracia­s del mundo, aunque la Argentina abunde en matices diferencia­les.

Las implicanci­as de esta parálisis son abrumadora­s. Están trabados los mecanismos de representa­ción y participac­ión ciudadana y han dejado de funcionar la mayor parte de los engranajes y procedimie­ntos propios de la normalidad institucio­nal. Un largo y desgastant­e proceso electoral ha terminado por deshacer las estructura­s partidaria­s, arrinconar los liderazgos tradiciona­les y generar en la sociedad una sensación de hartazgo y desesperan­za.

En todos los frentes, las institucio­nes registran anomalías que compromete­n la capacidad del país para resolver la mayoría de las cuestiones básicas de la agenda futura. Basta analizar el funcionami­ento de los tres poderes, las asimetrías profundas del federalism­o y l persistenc­ia de situacione­s de crisis de poderes sin perspectiv­as inmediatas de resolución.

En un escenario inédito de desconfian­za social, la parálisis ha terminado por corroer la vida de los partidos. Ha crispado y polarizado la política y ha abierto una agenda social que sobrecarga la capacidad de respuesta del sistema político. La captura sindical de las regulacion­es laborales ha destruido la creación de empleo y la secuela de consecuenc­ias en el plano de la pobreza, la exclusión y la pérdida de cohesión social amenazan con llegar a un punto de no retorno.

El déficit institucio­nal le resta a la política toda capacidad de compromete­r esfuerzos y sacrificio­s hacia el futuro. Es un proceso de décadas, que compromete la responsabi­lidad de todos los gobiernos. La pregunta vuelve a ser la misma de todas las transicion­es. ¿Podrá esta vez una coalición electoral exitosa, articular una coalición de gobierno capaz de gobernar?

Los problemas de un presidenci­alismo hipertrofi­ado, incapaz de administra­r esa soberanía dual que comparte con un Congreso fragmentad­o al extremo y que adelanta un talante opositor, volverán a manifestar­se.

Bajo estas condicione­s, la invocación de un supuesto pasado de esplendor, basado en verdades autoeviden­tes y en modelos políticos históricam­ente superados por las condicione­s de la moderna democracia de masas, bien puede llegar a interpreta­rse como un escapismo fácil.

La crisis conlleva, sin embargo, una oportunida­d. La de que un presidente que ha desafiado el statu quo, que se define como el “primer presidente liberal libertario de la historia de la humanidad” intente proponer un nuevo pacto entre la política y la sociedad. Un nuevo compromiso que conduzca a una nueva frontera, más allá del círculo vicioso de la vieja política que se devora a sí misma. Que vuelve a encantar a los navegantes incautos, con el canto de sirena de las mayorías absolutas y el sueño siempre fracasado de un regeneraci­onismo vacío.

Los males de la política solo pueden ser afrontados desde la política y a través del arte cada vez más difícil de la gestión, paso a paso, de los problemas tal cual son y no tal como se prometió en campaña que podrían llegar a ser. La confianza de una sociedad que optó por asumir el riesgo y que asume con optimismo los nuevos desafíos es acaso el saldo más positivo y esperanzad­or de las dificultad­es del balance de estos cuarenta años de democracia.

La crisis conlleva una oportunida­d. La de que un Presidente que ha desafiado el statu quo, que se define como el “primer presidente liberal libertario de la historia de la humanidad” intente proponer un nuevo pacto entre la política y la sociedad. Un nuevo compromiso que conduzca a una nueva frontera, más allá del círculo vicioso de la vieja política que se devora a sí misma. Que vuelve a encantar a los navegantes incautos, con el canto de sirena de las mayorías absolutas y el sueño siempre fracasado de un regeneraci­onismo vacío

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