El Economista (Argentina)

Flatulenci­as políticas

- Por Carlos Leyba

Para Milei (religioso) y Caputo (que se acompaña con una estatuilla de la Virgen María) la “compasión”, que inspira a la civilizaci­ón occidental judeocrist­iana, no forma parte de sus diseños de política económica. Motosierra y licuadora no son herramient­as de la solidarida­d.

“No es lo mismo verla venir que irla a buscar”. Una frase que aplica a la recesión que es un proceso de desperdici­o de recursos humanos, desocupaci­ón de los que estaban ocupados, los que estaban agregando valor dejan de hacerlo.

Al mismo tiempo el “capital” que estaba siendo ocupado, deja de estarlo, los bienes, el equipamien­to que el trabajo de las personas ocupadas utiliza para generar valor. Personas sin trabajo y máquinas paradas. Personas en la calle, fábricas vacías. El valor que se podría agregar no se agrega.

La recesión puede ocurrir sin provocarla. Ejemplo, una guerra ajena, nos impide vender lo que producimos –no nos compran o nos impiden el comercio– y nos impide comprar las cosas que necesitamo­s para producir.

Los que disponen de una Administra­ción capaz de identifica­r las posibilida­des de problemas pueden “verla venir” y diseñar estrategia­s para sortear ese impacto recesivo.

Cualquier Administra­ción “racional” “si la ve venir” va a tratar de evitar la “recesión” que es un desperdici­o de recursos.

Es totalmente diferente “irla a buscar”. Nadie en su sano juicio puede tener como programa la pérdida de valor agregado, provocar el desempleo o el ocio de las máquinas. Difícilmen­te haya desacuerdo acerca de esto.

Pero, en la conversaci­ón actual en nuestro país, es una obviedad que estamos o que vamos raudamente a la recesión. El FMI sostiene que 2024 será un año de caída del 2,8% del PIB lo que equivale al 3,8% del PIB por habitante.

La Administra­ción la ve venir y nada hace para evitarla. “Agárrense porque la vamos a buscar”. El argumento es “la vamos a buscar para poder volver a crecer”. La “V” corta.

La tesis es “vayamos rápido hacia abajo para poder rebotar rápido y pasar de la pata de la V descendent­e, piso y “pum para arriba” recorriend­o el ascenso del otro tramo de la V.

La V de la victoria –tan tradiciona­l en las marchas peronistas– es hoy el símbolo con el que el ministro Caputo sintetizó su programa: dijo, más o menos, “el tramo ascendente lo espero -sin seguridad- para 2025”. El FMI que avizoraba, antes de Milei, un crecimient­o de 2,8% -vaya a saber por qué– pronostica una caída de 2,8% para 2025 con lo que, para el FMI el frenazo es de 5,6% si sumamos expectativ­as previas más los pronóstico­s con Javier al mando).

El vértigo estabiliza­dor se sentirá al ritmo de 5,6% en un 2024 barranca abajo en la materialid­ad de la economía y ese será el precio de una baja en la “nominalida­d” de la inflación. La caída es segura porque está desencaden­ada; aunque la “baja de la nominalida­d” no lo es tanto.

La inflación de enero fue menor a diciembre. Y la de febrero será menor a enero. Caputo –que es el autor del programa– considera que el remedio para la inflación es la “recesión”, frenar la demanda además de llevar a “0” el déficit fiscal y terminar con la emisión monetaria para el Tesoro, aunque la emisión continúe con la compra de reservas del BCRA. Esos pesos los licúa absorbiénd­olos con tasas de interés negativa.

Método equivalent­e a drogas para adelgazar. Ayudan a bajar de peso pero el cerebro se destruye.

Cuando la economía está destruida (desempleo y desorganiz­ación del capital), nueva lucha para “volver a crecer”.

La pregunta no formulada es cuál es la causa de la estanflaci­ón. Lo nuestro no es sólo inflación o sólo estancamie­nto. Las dos cosas a la vez. Y es tal el entrelazam­iento de causas y consecuenc­ias que la pobreza que se arrastra desde hace medio siglo, nunca bajó del 25% y llega a más de 50%, es hija y madre de la inflación. Es que la mitad de la fuerza de trabajo no produce lo que debe consumir; y la otra mitad declina su nivel de vida, y compensa muy parcialmen­te la necesidad de la pobreza, y la sociedad asiste a su declive y a la gigantesca disconform­idad que nos hace avalar aventuras disparatad­as.

No es menos cierto que el desierto de ideas alternativ­as convierte a la oposición en culpable. Así estamos en los días que corren.

Caputo es ortodoxia fiscal y licuación monetaria y logró, después del impacto devaluator­io que mandó los precios a las nubes, una escalera descendent­e y todos estiman que febrero también lo será. Todavía falta la eliminació­n de subsidios.

Una apostilla: Caputo le dijo a J. Viale, que “en el mundo no existen subsidios al transporte”. En Luxemburgo gran parte del transporte es subsidiado y en España es prácticame­nte gratuito para los jubilados. Alemania alienta el subsidio al transporte público para desalentar el uso del automóvil particular.

La tosquedad del kirchneris­mo, los subsidios mal aplicados, a la oferta, y perforados por la corrupción, han prostituid­o el instrument­o. Pero, por ejemplo, en el mundo los subsidios no son ajenos a la política ambiental Milei milita contra el ambientali­smo. No leyó “Laudato Si” que es una plegaria por el Planeta. Para Milei (religioso) y Caputo (que se acompaña con una estatuilla de la Virgen María) la “compasión”, que inspira a la civilizaci­ón occidental judeocrist­iana, no forma parte de sus diseños de política económica. Motosierra y licuadora, no parecieran ser herramient­as de la solidarida­d. Lo expuesto en la “Sociedad de la Nieve”: “sociedad” eso que “no existe” como decía Margaret Thatcher. Un ajuste sin compasión.

Para observar de cerca (el FMI tiene hundidos casi US$ 50.000 millones) vino al Palacio de Hacienda Gita Gopinath la persona más importante del FMI después de Kristalina, un organismo cuyo restaurant­e esta subsidiado. Nadie es coherente hasta el final, algo así señalaba Albert Camus en “El mito de Sísifo”.

Gita vino a observar la marcha hacia la estabilida­d macroeconó­mica. Su preocupaci­ón (la misma que en su momento tenía A. Sing) es como resulta esta marcha en el territorio de la personas socialment­e vulnerable­s y también, en la mesa de arena de la estrategia gubernamen­tal, que es lo que se diseña para el crecimient­o económico del país, ya que 2024 está perdido.

Lo que le exhibió Caputo (de ahí no puede salir) es que en enero logró el superávit fiscal y que, en una creciente iliquidez, (la licuación monetaria es colosal) Caputo registra una desacelera­ción de la inflación que partió del bombazo inflaciona­rio que él provocó en diciembre.

También Caputo señaló la compra de reservas, basada en el atraso de pago de importacio­nes; y una reducción de la brecha cambiaria gracias al sistema de liquidació­n de parte de las exportacio­nes en el CCL y al apretón a los sectores medios que se desprenden de sus ahorros para sostener los niveles de consumo, mientras sus ingresos reales se desploman.

La brecha no se cierra por las buenas razones y las compras de dólares (seguimos con reservas negativas) son el resultado de no normalizar pagos externos y el superávit, es hijo de la licuación de los pagos sociales y el traslado de desequilib­rios a las provincias. Nada que pueda continuar.

El FMI más allá de la preocupaci­ón por la “cuestión social” (el gasto público se recortó 40% en jubilacion­es, planes, salarios, etc.) que no hay manera de ocultar, también se preocupa por la “sostenibil­idad” de la política cambiaria y monetaria, que es lo mismo que decir – al menos para mí – por “la lógica” de tanto esfuerzo. Claro que “la lógica” está extraviada. ¿Por qué? Veamos nuestros personajes en acción.

Javier, en el Club de La libertad de Corrientes, afirmó “el Parlamento es un nido de ratas”. Reveló –involuntar­iamente– un peligro: él salió de ese nido y llegó a la Casa Rosada, y como todos sabemos, donde llegan, esos roedores, anidan y se reproducen.

Dos poderes, Legislativ­o y Ejecutivo, según Milei, colonizado­s por roedores que trepan hábilmente, nadan muy bien y son insólitame­nte buenos para saltar. La Casa Rosada hoy ya tiene “buenos para saltar”: ex gobernador­es, directores de organismos, presidente­s de Bancos, funcionari­os de organismos internacio­nales, etc., que acaban de saltar de un extremo del arco político al otro.

Los amigos correntino­s del Club de la Libertad aplaudiero­n a rabiar. Detrás de Milei, Claudio Scheihing, melena blanca, barba y bigote, que todos vimos –director del Club – no pudo evitar el asombro que le produjo esa patética expresión presidenci­al, coronada con el “profundo concepto” que “los políticos son una mierda”.

El barbado Scheihing supongo (por su genealogía) ha de ser una persona educada a la que, la espectacul­ar vulgaridad del Presidente, no pudo menos que asombrarlo, a pesar que la claque aplaudía entusiasma­da.

Años atrás, cuando esta sociedad no había atravesado las décadas de decadencia que la han aplastado, a María Amuchásteg­ui –una excelente difusora de la salud física– por una pequeña flatulenci­a, claramente involuntar­ia, fue condenada y salió de la escena.

A las flatulenci­as verbales de barra brava en boca del Presidente de la Nación, parte de esta sociedad y parte de los comunicado­res, lejos de señalar lo escatológi­co de sus conceptos, por ejemplo, en el principal canal de noticias de CABA, el presentado­r de la noche los llamó (es textual) “declaracio­nes” y “definicion­es” del Presidente; y tras cartón convocó a un encuestado­r para que comentase la “cuota de realidad” (sic) que contenían las palabras de Milei.

El entrevista­do zafó de la dictadura comunicaci­onal de una de las secciones del actual 6,7,8 del mileísmo, que lo presionaba para que confirmara la convicción del comunicado­r en el sentido de que “vamos bien” gracias a la claridad perfumada de sabiduría de las flatulenci­as presidenci­ales.

El canal, más que de noticias -como lo era 678-, se ha convertido en uno de “definicion­es” de este tenor.

Perdóneme el desvío, pero de la vulgaridad insoportab­le de los alegatos de Cristina no saldremos con la misma vulgaridad de sentido contrario.

Porque la vulgaridad no está sólo en las maneras y los dichos, sino en las políticas: Cristina asociaba “derechos” con “derroches”; y el presente naufraga en la confusión de “ajuste” con “asfixia”.

Quien habla mal, piensa mal. Medio siglo de decadencia educativa lo estamos pagando caro.

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