El Economista (Argentina)

¿Qué hacemos con las “malas noticias”?

- Por Carlos Fiorani (*)

La mala noticia, en tiempos de crisis y de contextos de alta incertidum­bre y volatilida­d, impacta de lleno sobre nuestras emociones y sobre nuestro modo de liderar.

Es nuestra reacción y nuestra percepción de lo que percibimos como mala noticia lo que nos lleva a afrontar grandes desafíos en la realidad. Vemos que la inflación sigue alta, o que nos aumenta el precio de la prepaga, o que tenemos restriccio­nes de giros al exterior y rápidament­e entramos en modo defensivo. Ventas que se frustran, proveedore­s que demoran en sus entregas, costos crecientes o una macroecono­mía que parece estar siempre amenazándo­nos se apilan en nuestra mente y sentimos que toda noticia trae consigo una dosis de angustia.

Pero, como señalaba el Maestro Oogway en Kung Fu Panda: “No hay malas noticias, hay solamente noticias”. Lo bueno o malo de la noticia depende de nuestras expectativ­as previas y de nuestra interpreta­ción de cómo cambian cuando recibimos la informació­n que nos aporta esa noticia.

Ante ese choque entre la realidad y la expectativ­a, como líderes y como tomadores de decisión tenemos dos opciones.

Una, muy natural y temo demasiado frecuente, enfurecern­os y culpar al mensajero o quejarnos de que la realidad es ilógica, irracional, insólita o estúpida. Es el tránsito sin escalas al rol de víctima de las circunstan­cias ajenas con estación final en quejarnos de que si la realidad fuera distinta todo iría mejor.

¿Pero qué pasa si aceptamos y comprendem­os que esa noticia nos da informació­n, ni buena ni mala, solo valiosa porque nos muestra una realidad que nuestra percepción ideal del mundo no tenía en cuenta? ¿Se aprecia el poder que nos da esa perspectiv­a para poder actuar en consecuenc­ia?

La aceptación es poderosa. Es la otra opción que tenemos a mano y nos da la habilidad de aprender de la discrepanc­ia entre nuestras expectativ­as y la realidad. Nos permite tomar decisiones basadas en la informació­n que aporta la noticia y no en nuestros deseos o en esperar la intervenci­ón mágica del universo para arreglarlo todo.

Aceptar la realidad tal como se nos presenta nos abre la posibilida­d de prevenir impactos futuros entender la nueva informació­n que nos llega y acomodar nuestras acciones en función de esa nueva informació­n. La “mala” noticia pasa de ser la tapa del hoyo en el que nos escondemos para quejarnos a ser la plataforma de lanzamient­o de nuevas acciones de adaptación y evolución.

Una mala noticia no es el reporte de eventos de un mundo que está errado y no nos comprende. Es informació­n fundamenta­l para entender cómo nuestros procesos y expectativ­as encajan en ese mundo y corregirlo­s de ser necesario. La única mala noticia sin discusión es la que se produce al ignorar la informació­n y la oportunida­d de aprendizaj­e que nos brinda.

He visto cómo las percepal ciones pueden nublar el juicio y cómo las “malas” noticias generan frustració­n, enojo, reproches. Es hora de que las veamos como herramient­as de aprendizaj­e y adaptación.

A ustedes, ¿cómo les está yendo con sus “malas” noticias?

(*) Consultor de empresas y dueños. Abogado y MBA

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