Liliana Heker ”Lo malo de amar a un Donjuan es compartirlo”
Escribe y publica hace más de cincuenta años. Es maestra de escritores, feminista antes del feminismo y lectora sagaz de su propia obra en la que, reconoce, la obsesionan los amores, las hermanas, la religión y la voluntad de llegar a ser la persona que s
Nos recibe en su departamento de San Telmo con café recién preparado y sonrisa cálida, mientras uno de sus gatos se asoma al hall y se pierde veloz tras una puerta de vidrio repartido. En el estudio, la biblioteca ocupa una pared completa y los sillones y sillas de madera se enfrentan a un escritorio con diccionarios, más libros, fotos de familia en un rincón, la PC encendida y un atril donde se pueden ver originales con correcciones y tachaduras.
Corregir y volver a leer, el trabajo del escritor. Y releerse fue una de las ocupaciones recientes de Liliana Heker, que acaba de publicar Cuentos Reunidos (Alfaguara), un tomo que agrupa sus cuatro libros, dispuestos ahora de manera novedosa, como quien mezcla el mazo de cartas y reparte otra vez, pero sin azar, cuidando en el nuevo orden cierto vínculo sutil y prodigioso. ELLE ¿Cómo fue revisitar tus primeros textos? ¿Te encontraste con una Liliana muy distinta? LILIANA HEKER No. Una tiene constantes y obsesiones que se mantienen, que a lo largo de los cuentos se van modificando o se ven desde un costado distinto. El encuentro más fuerte fue con la escritura, porque no cambié nada. ELLE Y las obsesiones… L.H. Son el tema: las hermanas, por ejemplo, Mariana y Lucía, aparecen en mi primer libro y atraviesan los demás, hasta La crueldad de la vida, que ahora está publicado último y es un gran final, porque las hermanas ya son adultas y la madre es vieja, esa vieja singular, querible, contradictoria. Siempre me interesó contar esta relación. Hay otras obsesiones, como la de Dios. ELLE Creer o no creer, ¿ésa es la cuestión? L.H. Este tema aparece en La muerte de Dios: Mariana tiene 13 años, una edad conflictiva donde se abren todas las preguntas. Para una chica, esa edad es una revolución de pies a cabeza, como si una se descubriera por
Uno de sus cuentos nació cuando tenía 21 años; lo terminó a los 44, sobre un amor. En la primera versión, la mujer espera, desgarrada e incondicional, a su amante. En la última, ella se harta y lo manda a mudar.
primera vez en el mundo y eso que una va a ser empieza a definirse, a tomar forma. ELLE ¿Así fueron tus trece años? L.H. Ahí descubrí algo fundamental, la voluntad: querer algo y tratar de conseguirlo. Y esto se dio, por ejemplo, con un cambio físico: yo era gordita y no me gustaba ser así. Entonces empecé a nadar muchísimo, hacía gimnasia y comía fruta. Adelgacé un kilo por día durante una semana y quedé como soy ahora. Empecé a elegir quién quería ser. ELLE ¿Las ideas de tus cuentos vienen siempre de situaciones vividas? L.H. En realidad, podría escribir el cuento de cada cuento. Es decir, cada una viene de una circunstancia distinta, a veces de una situacion mínima que a mí se me volvía significativa. El verdadero sabor de los caquis, por ejemplo, viene de algo muy curioso: una amiga me contó que había comido caquis y estaba fascinada. Yo le decía que los caquis son horribles, pero me acordé que en mi infancia mi madre adoraba los caquis y que a mí me encantaban también. Entonces, ¿me gustan o no me gustan? Fui y probé. Y descubrí algo perturbador. ELLE El fin del deseo también es tema de una de tus historias nuevas. ¿Dejar de tener ganas de escribir es una preocupación personal? L.H. Giro en el aire es de los últimos y tal vez el cuento que más me importa de esta época, porque alude a algo que me angustia que es el terror a no tener más ganas, no tener el deseo. Horacio Quiroga decía al final de su vida que él no tenía hambre, no tenía más ganas de nada. El tenía cáncer de estómago y no tenía hambre de verdad, pero su hambre era algo más que ganas de comer, no tenía hambre de la vida, no tenía hambre de escribir. Esa falta de hambre me impresiona, es peor que la muerte. ELLE En las novelas… ¿qué miedos u obsesiones de Liliana están plasmadas? L.H. Con Zona de clivaje no puedo afirmar si la escribí en veinte años o en uno. La primera idea fue a los 21 y la publiqué a los 44. En realidad supe cómo se escribía en un año, pero fui acumulando material, ideas y, sobre todo, cambios de posición en cuanto a mi situación como mujer. ELLE ¿Se modificó el argumento? L.H. Cambió mi mirada. La novela trata de la relación entre una mujer y un donjuán, un seductor. Y los seductores son cautivantes, pero hay que compartirlos. Irene, la protagonista, lo había conocido a los 17 años y en el presente de la novela tiene 30 años, que simbólicamente es una edad fuerte para una mujer, porque es la pérdida de la adolescencia. Pero lo que se modificó a través de los años que tardé en escribir fue el final: él se va a acostar con una mujer que tiene la edad de ella cuando lo conoció, y ella está desesperada, se quiere matar. En el primer final que le había pensado, ella lo iba a esperar para siempre. Pero en algún momento decidí que no, que ese final no me interesaba y que ella iba a dar una ruptura. Y no lo espera más. ELLE ¿Tu crecimiento personal tuvo que ver? L.H. Absolutamente. No fueron sólo carencias formales que yo tenía cuando se me ocurrió esa novela, me faltaba experiencia de vida, maduración no sólo como escritora. ELLE ¿Las autoras de ahora tienen una mirada menos machista? L.H. Hoy las jóvenes entran con naturalidad al universo de la literatura. En los años setenta, la revista Crisis publicó
Trece cuentos de escritores argentinos: la única mujer era yo. Entonces salió un ensayo que se llamó Las hermanas
de Shakespeare, porque me irritaba el subgrupo de la literatura femenina, formado por Beatriz Guido, notable; Marta Lynch, muy cuestionable, y Silvina Bullrich, que decidió escribir best sellers. Este grupo era terrible porque trataba de tener los defectos de lo femenino: se criticaban, se comparaban edades, intercambiaban chismes. Tenían lo peor que se supone que tiene el mundo de la mujer, algo falso porque las mujeres tienen ambiciones, sueños y son tan complejas como los hombres. La situación de la mujer en la literatura sigue cambiando de manera vertiginosa. ELLE Sin embargo se habla de una literatura femenina, de temas femeninos… L.H. Una escribe con lo que tiene: no se despoja de su sexo ni de su género, pero tampoco sale de su locura, del mundo al que pertenece, de su situación social. Además, hay distintas miradas: una mujer puede escribir sobre temas de varones y viceversa. ELLE ¿Escribir es ponerse en lugar de otro? L.H. En la ficción una siempre se pone en lugar de otro. Eso es la ficción. Dostoievsky no necesitó matar a dos viejitas para escribir Crimen y castigo. Una contiene a todos esos personajes. Y no sólo los escritores, si no la lectura sería imposible, porque en la lectura uno se identifica. Leer permite entender y ampliar el propio mundo sensible.