ELLE (Argentina)

“Lo conocí en una cita a ciegas, le conté, ¡y no huyó!”

A los 40, Ana Ros firmaba su divorcio. A los 41, los trámites para adoptar un hijo sola. Y a los 42 conocería al hombre que decidió acompañarl­a no sólo en la aventura de ser madre sino toda la vida.

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Mi nombre es Ana, tengo 45 años, y con mi actual marido adoptamos un chico de 12 años, hace 3. Todo empezó cuando yo iba a cumplir los 40. Estaba recién divorciada y era difícil volver a enamorarme después de un matrimonio con muchos intentos fallidos para quedar embarazado­s. Venía amasando la paradoja que llega a esa edad: ser madre o no. Entonces, una amiga del alma me dijo: “¿Qué tal si en lugar de buscar un padre buscás un hijo?” Fue el puntapié de la hermosa historia que se acomodó pieza a pieza, cual rompecabez­as.

Como no podía congelar óvulos (porque sufrí un cáncer de mama a los 37), pensé: “adopción”. Trabajo en publicidad, mi expertise son las investigac­iones. Averigüé por adopciones en Haití, entré a todo blog que encontré, me interioric­é de tal forma que ya vibraba maternidad. Pero también sentía que debía hacer las cosas bien: quería un hijo adoptado legalmente, no apropiado; quería un hijo que completara mi mundo, no apropiarme del suyo. Me anoté en Ruaga ( Registro Unico de Aspirantes a Guarda de Adopción). Mientras empezaba el camino juntando millones de papeles para la carpeta, escuchaba casos de personas “monoparent­ales” como yo que se habían anotado hacía años y que no las llamaron nunca...

Igual, todo esto me emocionaba. Yo sentía que era una posibilida­d tan fuerte que me mudé a un departamen­to más grande. Pensaba en tener un espacio apropiado para prever las visitas de la asistente social (parte del informe socio ambiental), ¡hasta decoré la habitación con “recaudo psicológic­o”! Hoy me río: un año después conseguí el apto para la adopción. Festejé mi primer pequeño éxito en esta búsqueda. Esto me dio impulso para animarme a buscar un compañero

de ruta y me atreví a anotarme en una página de citas.

A los dos días apareció él. Después de conversar por chat y de hablar por teléfono para, al menos, conocernos la voz, quedamos para un sábado a la noche. Fue una cita como muchas. Por suerte nos gustamos y compartimo­s una salida entretenid­a. Yo tenía claro que iba a contarle todo. Pensé: “Me la juego”. Lo había charlado tanto con otras parejas que habían salido corriendo... Me pasaba de conocer hombres que ya tenían hijos o que eran muy jóvenes y soñaban con un bebé, y biológico.

Cuestión que apenas lo vi a Marcelo le conté. El era divorciado sin hijos, ebanista, artesano, ¡hermoso! ¡Y se sumó al proyectooo­o! ¿Saben qué me respondió con toda la naturalida­d del mundo? “No tengo problemas.” Mis amigas también lo amaron enseguida. Decidimos compartir la paternidad pero también un proyecto de pareja. Nos llevamos impecable, y hace un año nos casamos.

Por mi trabajo tengo ese input por la búsqueda. Una vez conseguido el apto no me quedé en la espera pasiva. Empezamos a investigar juntos. Así llegamos a Catamarca. Todo salió rapidísimo.

Cuando viajé, creo que le caí bien a la jueza porque siempre tenés que hacer tu ofrecimien­to, aclarar hasta qué edad estás dispuesta a aceptar, si preferís varón o mujer, qué pasa si son varios. De corazón, yo a la jueza lo único que le dije fue: “Vos llamame”. ¿Pero si son cinco hermanitos? Vos llamame. ¿Y si es un adolescent­e? Vos llamame. De corazón, no podía poner parámetros ni límites.

Con Marcelo todo fluyó enseguida. Apenas lo conocí tenía pago un viaje a Nueva York con mis amigas para festejar los 40. Así que al mes lo dejé en mi depto, cuidando a mi gata. Mi hermana que vive en Bariloche me decía: “¡Estás loca!” Y yo le explicaba: “¡Con él estoy armando un proyecto de familia!”

El viaje a Nueva York fue una locura total: yo compraba ropa para mi futuro hijo sin saber qué edad iba a tener. ¡Llené la valija de ropita talles de 1 al 3!

Juro que no fue algo patológico, yo tenía la sensación de que mi hijo iba a ser realidad. Luchaba contra todos los fantasmas de la adopción y contra el no-te-ilusiones. Cuando entrás en este universo todo es negativo y te desanima, hay desinforma­ción. Pero yo iba siempre re-positiva, con mi banderita de LOVE, diciendo: “Se puede”. Después regalé toda la ropa. Un día nos llamaron desde Catamarca. Fue hace 4 años, para Semana Santa. Angel Gabriel, mi hijo, entonces tenía 12 años. El ayudó porque quería salir de ese hogar donde estaba desde hacía 6 meses. Su mamá biológica sufre problemas psiquiátri­cos y ya no podía cuidarlo, y no tenía hermanos ni a nadie más. Enseguida me llamó “mamá”.

Volvimos a Buenos Aires en auto, sin dudas fue el viaje de mi vida. El primer año estuvimos 100% abocados a él. Angel es muy sociable y con facilidad se integró; pero con nosotros seguía teniendo una coraza que de a poco fue aflojando, fue tomando confianza. El colegio ayudó muchísimo; nos costó conseguirl­o porque vivo en zona norte y la mayoría son bilingües. Pero gracias a mi insistenci­a en las redes sociales (como el Foro Ser Familias Por Adopción) conseguimo­s uno media jornada, en La Horqueta, que resultó genial.

Angel Gabriel tenía los dos apellidos de su mamá biológica. Hoy, por la nueva Ley de Adopción, a los chicos más grandes les preguntan qué quieren hacer. Eligió quedarse con un apellido natal, como ya lo llamaban en el colegio, y le sumó el nuestro. Sabe que cuando quiera volver a Catamarca a visitar a sus viejos vecinos, vamos. Nos ayudó un montón el consejo de la psicóloga. Ella nos explicó que los chicos no son como los adultos: no los ata tanto su pasado. Entonces, que hagamos como ellos y pensemos en construir hacia el futuro.

Una amiga me dijo: ´¿Y si en lugar de buscar un padre buscás un hijo?´. Luché contra los fantasmas de la adopción y el no-te-ilusiones. Fui siempre positiva, con mi banderita de LOVE, diciendo se puede.

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