ELLE (Argentina)

“Cada día RONCO mejor ”

“¿Quién, yo? ¡No puede ser!”, pensó Claudina cuando su nuevo novio la anotició de sus rugidos nocturnos. Incómoda y con miedo a auyentarlo, fue a ver al médico, probó de todo hasta que encontró su propio remedio casero. Se enteró que casi la mitad de la t

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Es como dormir en un aserradero”, dijo mi amiga Cecila durante nuestra escapada a Valparaíso. Esa fue mi primera vez por partida triple: mi primera vez en Chile, mi primer viaje de soltera después de separarme, mi primera vez volviendo a compartir cuarto.

Venía de pasar 6 años bajo el mismo techo con un roncador compulsivo. El nunca me dijo nada. A partir de la sentencia matinal pensé: ¿Mi ex tendría sueño profundo o sería un rugidor nocturno más potente que yo? Naaa... Seguro que Ceci exageraba y que mi molestia no había sido más que una eventualid­ad producto del merecido relax. “Juas!”, respondí.

Unos meses después volví a ponerme de novia. Gabriel es un caballero, metrosexua­l, dandy, de esas personas que trepan al subte en la hora pico y no se despeinan. La relación enseguida marchó bien y convivimos la mitad de la semana, hicimos coincidir las noches que estábamos sin nuestros respectivo­s hijos.

“Dormí entrecorta­do”, “me desvelé a las 5”, dijo Gabriel en el primer trimestre de amor. “Te movés mucho”, “respirás fuerte”, se animó a protestar después. Me teletransp­orté a la Declaració­n de Valparaíso y lo traduje: “¡Cómo roncás!” Le agradecí haber sido tan cuidadoso al darme el notición. Con mi ex, yo fui menos elegante (lo sacudía, lo pateaba, lo empujaba). Todavía atragantad­a con el desayuno entré a la página web de mi prepaga. Hasta entonces sólo había pronunciad­o “otorrino-laringo-logía” como quien juega con un trabalengu­as. Pedí un sobreturno.

El especialis­ta tenía rasgos orientales, unos sillones tapizados en pana pistacho que nunca olvidaré: un consultori­o impoluto. Me revisó. Señaló una escultura de yeso con la imitación de las vías respirator­ias. Y con

la precisión de un físico de la NASA comenzó a enumerar las causas de las “vibracione­s audibles”: paladar blando, mandíbula pequeña, ¡hipertrofi­a de cornetes! “¿Por qué a mí? ¡Doctor, cúreme o mi novio me abandona!”, rogué con palabras menos bochornosa­s. Su forma de levantar los hombros y el suspiro que vino a continuaci­ón me lo dijeron todo: no hay mucho para hacer. “Moriré soltera”, pensé. Le conté al médico de los ojos achinados que mi mamá se iba a España, le pedí el nombre de algún aparato última generación para que me lo trajera de Europa. ¡Y listo! Me explicó que sería en vano: que los CPAP (esa tubería que te hace parecer El Eternauta) son como un par de anteojos, se adaptan según la fisonomía del paciente. Me contó que el ronquido no tiene sexo ni edad, que depende de factores físicos y hábitos. Que no es una enfermedad. Pero es importante detectarlo por dos cosas: 1) puede ser síntoma de apnea. 2) Al respirar mal –mientras dormís, mientras estás despierta, mientras hacés actividad física– te perdés de los mejores beneficios del oxígeno.

Me mandó a hacer una tomografía –que nunca retiré– y me dio un tip: bajarme la app RoncoLab, algo que hice esa misma noche. La aplicación es un fondo blanco de realidad, un disparo a la moral sin anestesia: no sólo te graba y dice qué porcentaje de la noche rugiste sino que te mide el volumen a través de un... roncómetro. Te refriega la prueba en tu cara: aullé el 36% del tiempo que dormí, ¡durante 2 h 25 m! Mis vibracione­s audibles se mantuviero­n en un nivel “fuerte” y tuvieron sus momentos “épico”.

Hasta soñé que Eugenia Suárez y Benjamín Vicuña contaban en una entrevista, matándose de risa, que los dos roncaban. Me animo a analizarlo. Que te digan que lo hacés, siendo mujer, a mí me resulta vergonzoso. Muy. Lo que me encantaría es abrazarme a la almohada, desplegar una estela con mi pelo largo, verme como La Bella Durmiente o ¡la China Suárez! Preferiría compartir la desgracia con mi compañero de cuarto o ser su víctima, no la victimaria. Hasta me pregunto cómo voy a hacer la próxima vez que haga un viaje largo en avión: ¿desconcent­raré al piloto? Porque si te toca hacer campamento con tu mamá, tus hijos o amigas... que te banquen. Cualquier cosa, lo negás. “¿Yo? ¡Qué raro lo que me decís...”

¿Por qué es un tabú hablar del ronquido femenino? Sabemos que el 30% padece insomnio, pero no que el 43% de la población con roncopatía son mujeres. El punto 3 que le faltó subrayar al otorrinola­ringólogo fue el bajón que supone romperle el tímpano a tus amantes. Qué indigno. ¡Qué poco sexy! Encima sucede de noche, cuando todo es más fantasmagó­rico y retumba en el silencio oscuro como una pesadilla.

Cuando lo asumí, me traumé. Cada vez que me quedaba en lo de Gaby armaba mi ritual: cero alcohol, inhalar/ exhalar cien veces, ponerme de costado, usar las banditas para la nariz (¡sacártelas duele más que la cera!). Dormía con un ojo abierto, quería ganar esta batalla. Pero al día siguiente el roncómetro me delataba: “Nivel épico”. ¡Grrrr...!

Tengo una compañera de trabajo que estuvo en pareja con uno de mi tribu. Terminaron en cuartos separados, lo que para ella significó el fin absoluto de la relación. Lo decía en broma pero no tanto. ¿Dormir en camas separadas también es un secreto de familia?

Por ahora no encontré otra solución. Es económica, no invasiva, no negadora. Funciona así: me acurruco un rato largo con Gaby. Luego le robo su almohada inteligent­e y me tiro en la cama de uno de sus hijos. Bauticé mi suite alternativ­a como “el Air B&B de Dante y Pedro”. Porque yo también me siento incómoda si me quedo con él, y ningún esfuerzo que haga desactiva al elefante con trompeta que llevo adentro. Cuando mis hijos eran chicos incorporé una máxima de la psicóloga Laura Gutman. Decía que lo importante es el descanso y que cómo lo hace cada familia es parte de su intimidad. Lo trasladé a la pareja. Nos funciona y mucho. Si él se desvela primero, me busca. Cuando yo me despierto a las 7 am, me hace un huequito en la cama templada. Y la noche sigue y/o recién empieza. Después de todo, peor sería, encima, bruxar.

“Me bajé la app RoncoLab. Su roncómetro dijo que aullé el 36% de la noche. Y a todo volumen. ¡Qué vergüenza! ¿Cómo duermo al elefante con trompeta que se activa mientras “duermo?

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