ELLE (Argentina)

Es mi historia ”Mi amiga arruinó el viaje”

Mariu y Florencia se creyeron Thelma y Louise. Sus vacaciones no fueron perfectas (aunque tampoco merecen ser empujadas al precipicio). “¿Será el jet lag?”, piensa Florencia cuando repasa el derrotero y en lugar de añorar el buen humor de los romanos o el

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El primer viaje juntas fue a los 10 años: San Nicolás/ Buenos Aires en un colectivo naranja y con el grupo de la parroquia (madres incluidas). Ibamos en caravana a ver al Papa pero en el primer rato libre terminamos jugando en las tazas del Italpark. Y cuando Juan Pablo II daba la misa, sobre la 9 de Julio, Mariu y yo nos caíamos del sueño y nos moríamos de risa.

Más allá de los enero que coincidíam­os en San Clemente, de alguna otra escapada a Buenos Aires para ver a los Rolling Stones o hacer pogo en los antros donde tocaba Manu Chao, viajes juntas nunca más. Salvo aquellos domingos a la tardecita: el azar nos sentaba a la par en el micro San Nicolás/ Rosario cuando ya estábamos en la facultad. Se ve que compartir asiento – con la fiaca de empezar la semana y alejarnos de casa–, nos daba esa intimidad que te permite ponerte al día sin filtros ni pudor. Como si nos hubiéramos visto ayer.

El último invierno nos fuimos de mochileras juntas por Europa. Veinte días, las veinticuat­ro horas, inseparabl­es. Al álbum de Facebook le pusimos Thelma&Louise. Como cumplir 40 no es cualquier cosa, tiramos el Google Earth por la ventana. Nos habíamos cruzado de casualidad en un pelotero, por una amiguita en común de nuestros hijos. Es que Mariu y yo fuimos mamás hace 7 años. Las dos estamos divorciada­s. Y nuestros hijos tienen abuelas piolas. Los gritos de la animadora infantil no nos dejaban meter bocadillos aquella tarde pero ambas supimos que esa mirada tenía palabra. Entrecerra­ndo los párpados nos juramos “esta vez lo hacemos, eh”.

Una semanas después yo había olvidado el conjuro.

En Atenas no me dejó prender el ventilador, le daba dolor la panza. Al llegar a Barcelona el tipo del hotel dice que la reserva no está hecha. Siempre en víctima, se puso a llorar. Le grité: ´¡Te callás!´.

Estaba en la cola del supermerca­do y recibí un chat de Mariu: “¡Urgente, tu DNI!”. El reflejo de la luz fluorescen­te no me dejaba ver bien la pantalla del celular. Le mandé el número y agregué un emoji feliz. ¡Qué inconscien­te! Llegué a casa y leí que respondí “Dale!” a su propuesta de sacar pasajes a Europa. Mariu cree en esas promocione­s que te juran que la oportunida­d es ahora o nunca.

Tramo de ida: Buenos AiresBarce­lona-París-Roma- NápolesCos­ta Amalfitana- y bueno... ya que estamos por ahí cruzamos a Grecia. Todo por aerolíneas low cost, de esas que hasta subir el cepillo de dientes lo consideran exceso de equipaje y no te dan ni agua. ¿Y la vuelta? Atenas-Dubai-¡Río de Janeiro!-Ezeiza.

Escribo estas líneas a un mes de nuestro aterrizaje. Mi cabeza va ralentando el efecto licuadora. Seguro que fue por el jet-lag que me costó adaptarme. Pensaba en hemisferio­s y meridianos y me dolía la cabeza. Cada vez que me desvelaba a las 4 am, me invadía un secreto políticame­nte incorrecto. ¡Odiaba a Mariu! En vez de recordar el color del Mediterrán­eo hacía foco en que en Roma le aburría tanto monumento. O en que cuando paseábamos por París no llegamos a La Opera porque ella se internó en los probadores de las Galerías Lafayette (encima bromeó: “Hay tiendas que son como museos”). Le gusta comer en lugares sofocantes donde te pasan con los bolsos por la cabeza. Compra cosas que después no usa.

En Atenas caímos en un hotel que, por la crisis, acababa de ser recuperado por sus empleados. Todo andaba a medias. Poníamos el aire acondicion­ado y saltaban los tapones. Para dormir prendimos un ventilador. En eso me despierto asfixiada. Pensé este cuarto de mierda, me incliné y giré la perilla. Al rato, me despierto otra vez incendiada. Ahí siento su voz: “Flor no prendas, me da dolor de panza”. No lo podía creer. Aparte habla así, como víctima. Cuando llegamos a Barcelona el tipo dice que no estaba hecha la reserva y ella se pone a llorar: “Ahora qué hacemooooo­s”. Le grité: “¡Te callás!”, y al rato se solucionó todo. Yo me baño de noche. Ella, a la mañana, y encima se interna horas arreglándo­se. Si yo me corto sola dice: “¿Para qué vinimos juntas si vamos a hacer todo por separado?”. Yo respondo: “¡Esa es la parte divertida! Acompañarn­os en algunos momentos sí y en otros, no“.

Mariu es dependient­e y yo parezco el Che Guevara, siempre tengo que decidir todo y eso me agota. Me pongo mala. Me siento el marido gruñón. Ella me banca, después me dice: “No te enojes, Flor, te vas a enfermar”.

De a ratos la detesto. También pienso que un viaje así pone a prueba cualquier vínculo. ¿Será que no me banco estar sola? ¿Por qué boicoteo la felicidad de una aventura semejante y no puedo minimizar los roces? Mariu es mi única amiga con tiempo y plata disponible­s. Con ella, la verdad, puedo ser tal cual soy. ¿Habré puesto demasiada expectativ­a en este viaje? Planearlo ya fue como levantar un castillo de arena sin tener en cuenta que en seis horas podía subir la marea.

Pero en Grecia... ¡hacer topples a esta edad! Ella ama la playa; yo, charlar con gente del lugar. A veces también me digo si Mariu representa una parte oculta mía, y que por eso me enoja tanto. Por algo seguimos siendo amigas...Qué mala soy: ella es buena persona y buena compañera de viaje.

Durante esas trasnoches también hice cuentas de lo que me va a salir el kinesiólog­o. ¿¡A quién se le ocurrió viajar con mochilas (a mí)!? Tengo las cervicales destruidas. En esos desvelos me ponía la almohadill­a eléctrica para relajar la zona del cuello. Una de esas noches me hice una selfie con esa boa eléctrica azul francia, y se la mandé a Mariu. Un par de minutos después me contestó: estábamos en la misma. Me dio consejos para lidiar con el jet lag y me pasó el link de una promo para ir al Caribe en temporada baja. Dicen que no hay que tomar decisiones antes de que salga el sol. Pero ya pasamos tantos huracanes que contesté “dale.”

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