ELLE (Argentina)

Fenómeno Bordar es moda

El hit es el estilo mexicano, pero las técnicas son infinitas. Se borda en madera, se hacen retratos, se trabaja en relieve, sobre fotos y hasta se copian pinturas.

- CLARA URANGA

El bordado vuelve a ser adorado. Salió del baúl y se luce por todos lados. Está en las camisas con las que recibimos la primavera, en la cartera que regalamos para el Día de la Madre, en los almohadone­s que soñamos para estrenar la casa propia. Y antes y después, cuando merodeamos las redes sociales y aparecen por doquier las amigas que comparten, como protagonis­tas o testigos, la pasión por la puntada.

Entonces, sin darnos cuenta, llenamos de corazoncit­os varias fotos que con un filtro vintage podrían ser escenas de Downton Abbey: esa reunión en una gran mesa llena de hilos de infinitos colores, agujas de todos los tamaños y los coquetos bastidores (que ocupan en la palma de la mano el lugar del celular).

Suspiramos ante los más de 6 millones de posteos de Instagram que aparecen con los hashtag sobre #bordado y #embroidery. Acto seguido mandamos un mensaje a esa amiga preguntand­o cuándo, dónde, cómo, por qué.

“La tendencia en la moda y la decoración llega a partir del interés en la práctica, no al revés”, opinan Amparo Villareal (36) y Luciana Zaglio (30). Ambas tienen sus líneas de piezas bordadas ( Bestia y Ambar) y coordinan Cristal: un sitio de muestras y talleres de arte textil en el Patio del Liceo. Ahí, con estilo libre, enseñan con préstamo y venta de materiales en el combo.

“Queremos que se enamoren del bordado y de nosotras. Proponemos un espacio de amistad, de expresión y contención. Se enganchan porque es una técnica que requiere un uso diferente del tiempo, con un proceso de autoconoci­miento. Les permite conectar con el aquí y ahora.”

A ENHEBRAR MI AMOR

“Empecé por intriga y a través de un amigo. El y su novia bordan. Yo los seguía en redes antes de conocerlos”, ❦ cuenta Luisana Mariani (27, programado­ra web). “Me relaja. Es un rato en el que no estoy mirando una pantalla. Trabajo desde mi casa y me cuesta mucho concentrar­me: es un gran ejercicio y aliado para eso.”

Luisana va a los talleres de Sol Kesseler (31) en San Telmo. Ella es magister en Artes Electrónic­as y su estudio se llama Bugambilo, como le dicen a la planta Santa Rita en Colombia. La jardinería también le encanta. Por eso, entre los cursos que brinda está el que enseña cómo bordar hojitas verdes de mil formas y también el que incluye enhebrar luces led, pasando por el que mezcla trabajo con vellón para hacer peluches dentro del bastidor.

“Vienen mujeres de 20 a 40 años que quieren desconecta­rse de la vorágine diaria, que deciden pasar un tiempo offline. Buscan un refugio para despejar y crear”, analiza Sol. “Y mientras bordamos, comemos papitas y podemos charlar de las películas de Fassbender.”

LA CONTRACORR­IENTE

“Bordar es como meditar”, sintetiza Soledad Erdocia (41). Es terapéutic­o. Exige abstraerse, frenar, cambiar la velocidad, pensar en una sola cosa. ¿Misión imposible? “A los más jóvenes les cuesta hacer trabajos a largo plazo, pero es parte del juego”, aclara.

Es que terminar un bordado a mano puede demorar desde seis horas hasta meses. “Tengo un alumno, Teo (27), que siempre empezaba y remataba en un mismo

día. Ahora hace diseños con más detalles. Está aprendiend­o a manejar la ansiedad, a no apurar los procesos.”

Soledad brinda talleres hace casi una década. Profesora de escultura contemporá­nea, autodidact­a en la costura, combinó su lado artístico con su atracción por lo textil y abrió Perfecta Couture!, el estudio en Villa Crespo donde enseña entre tecitos y budines.

Las clases pueden ser desde 6 hasta 10 o 12 participan­tes, como Florencia Alurralde (24, estudiante de publicidad). “Llegué y me encantó el lugar. Lleno de bordados en las paredes y cositas lindas, como cajitas, hilos, tijeras... Lo primero que hice fue el dibujito de un muffin”, cuenta por WhatsApp con la foto de un trabajo propio en su avatar. “Lo bueno es que se puede hacer en cualquier superficie, hasta en papel o en madera, y en cualquier lugar: si tengo que hacer tiempo, me siento en un bar y sigo el parche que estoy bordando para la funda de mi guitarra.”

MANOS SANTAS

A Noca Passos (39) las puntadas con hilos le aliviaron las de dolor. Brasileña adoptada por Buenos Aires, hasta hace dos años se dedicaba full time a la comunicaci­ón que le costara un poco más aprender por ser zurda. “Me gusta renovar cosas a través del bordado. Me sirvo un tazón de café con leche, pongo música y me reencuentr­o conmigo en cada puntada.”

ARCOIRIS

Quizá porque los algoritmos las cruzaron como nuevas migrantes, la venezolana Joharly Espinoza (28, diseñadora gráfica) conoció a Noca por una publicidad en redes sociales. “Lo hago para mí. Soy mi clienta más exigente. Me motiva dominar una destreza”, asegura.

Como un hit, los bordados mexicanos y peruanos ( llenos de colores, trazos gruesos, flora y fauna vital), son los primeros que nos vienen a la mente. Pero hay mucho más. Los puntos (cadena, francés, suelto…), las técnicas (tradiciona­l, relleno, con relieve...), los orígenes (ruso, chino, hindú, japonés…) y las fusiones (¡hasta se hace sobre fotos!)... son cuasi infinitos. Eso es parte del atractivo. Y del desafío.

Karine Manoli (49), en su proyecto Uno Azul, hace retratos en punto cruz. Cuida cada detalle que sea seña particular: el pelo, la ropa, los zapatos... Se los encargan

para regalo en un círculo que ella comenzó sin pensarlo, cuando bordaba en talleres y regalaba por placer. Hoy, además de una pasión, es un ingreso económico.

¿Para empezar? En una jornada intensiva de cuatro horas se puede aprender la base: ocho puntos y la mejor guía para recorrer mercerías. ¿Para soñar? Vale seguir a Sheena Liam , una modelo malaya de la agencia Muse de NYC que, además, es una artista que borda en negro y tres dimensione­s imágenes de mujeres en escenas cotidianas.

HOLA HISTORIA

“El bordado pasó de la manualidad al arte, de abrazarse en la almohada a lucirse en la pared –analiza Noca–. Eso permitió que las más jóvenes lo vean como pintar, sin pensar que es cosa de viejas, y que aquellas que lo vivieron como una obligación en su infancia, se reconcilie­n. Ambas, con sello personal.”

Flor reconoce que al bordar se siente cerca de su abuela. “Mi mamá hacía tapices –recuerda Sol de Bugambilo–. Me colgaba viendo sus piezas y no podía entender cómo eran miles puntaditas. Jugaba con su costurero azul y soñaba con tener una lata de bombones llena de sedas Gutemberg como la de ella.”

Es que alrededor de este fenómeno hay, como en el furor por los mandalas, un regreso a lo primitivo, a lo esencial, a expresarse con las manos y con colores, como en la infancia. Pero también aparece la transición entre la camada que tuvo que aprobar “Labores” en el boletín de la escuela, y la actual generación DIY (Do It Yourself): que lo que hacen con sus manos lo hacen porque quieren.

En las fichas de inscripció­n femeninas de Perfecta Couture, la mayoría tiene entre 20 y 35 años y vienen del ambiente artístico o de la moda. “En cambio, muchas de más de 40 se acercan porque antes renegaron de la imposición de hacer un ajuar sí o sí. Y ahora lo desean”, analiza Soledad.

Cada tanto, se repite la simpática escena de alguien que se borda la pollera que lleva puesta en la primera clase o el tierno momento de mostrar un viejo retazo hecho por una tía en el siglo pasado. “Una vez un viudo me contactó porque quería terminar un bordado que a su mujer le había quedado por la mitad –recuerda Soledad–. Todo es cuestión de lazos.”

El detalle que hipnotiza en el arte de Sheena Liam, una de las caras neoyorquin­as de Levi's, es que todas sus mujeres tienen un peinado especial que sobresale del bastidor.

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