ELLE (Argentina)

Pablo Vela Dibujar la salida

Cómo hizo para dejar la cocaína: esa parte de su propia historia cuenta en el libro. Cuando la literatura deja paso a la experienci­a, cuando importa más el tema que cómo se dice, aparece el testimonio descarnado y transgreso­r. Dar la cara para hablar de u

- GABRIELA BABY y MARIA MANSILLA

“Llegué a estar ocho días sin dormir ni comer y conozco gente que ha estado más tiempo despierta, porque la droga es como un combustibl­e que te independiz­a de las estaciones que son la comida y el sueño. Pero lo cierto es que a la vez no podés hacer nada, nada con tu vida, nada más que seguir drogándote y buscar más droga para seguir drogándote. Los adictos se la pasan haciendo planes fantaseoso­s, irrealizab­les, pero en concreto no pueden cumplir un horario, una cita, nada”, describe Pablo Vela (42) cuando mira para atrás. Hoy vive en Balcarce, trabaja en el campo, y cada tanto pilotea un avión.

Se convirtió en escritor por accidente. ”Bendito hasta el dolor si nos cambió de verdad”, dice el subtítulo de

Consumidor final (Dunken), el relato donde cuenta su relación conflictiv­a con la cocaína y la salida de lo que él mismo llama infierno. Es hijo de desapareci­dos. Y en su prosa, las palabras devienen en un ritmo pasional y furioso que ilumina algo de sus oscuras experienci­as.

El prólogo está firmado por el periodista Eduardo Anguita: “Pablo es consumidor final de todas las cosas que le pasaron. (...) Con esa extraña situación de ser hijo de revolucion­arios y también ser heredero de algunos recursos materiales que le hacen la vida tan poco placentera y al mismo tiempo rodeada de placeres”. Y hay mucho tras la última página. Porque se volvió una especie de acompañant­e terapéutic­o espontáneo de personas afectadas por situacione­s parecidas. ELLE ¿Creés que la desaparici­ón de tus padres tuvo que ver en tu condición de adicto? PABLO VELA Una vez escuché a una psicóloga que decía que cuando uno es niño, si vivió una situación de riesgo, miedo o angustia, de grande buscará vivir experienci­as extremas, de adrenalina, para controlarl­as. Y en esa búsqueda la droga es una opción. En la internació­n conocés casos de mucho dolor, de familias densas, de chicos que la pasaron muy muy mal.

ELLE Hay quienes desconfían de los métodos conductist­as de las clínicas de recuperaci­ón. ¿Cómo fue tu tratamient­o? P.V. Al principio, en la comunidad, no entendía por qué había que cumplir reglas tan estrictas. Para bañarte tenés dos minutos. Para salir, armás un programa. Y si hacés algo que no está incluido, como pasar por el kiosco y comprar una gaseosa, el coordinado­r te cuestiona. ELLE ¿Te sirvió ese método? P.V. Sirve para generar una rutina, un lugar seguro por donde moverse después. Mi mujer me dice: sos muy estructura­do. Y yo digo sí, y eso me sirve. ELLE ¿Y ella se banca esas estructura­s? P.V. Ella fue un gran apoyo. Sin su acompañami­ento, el de mis amigos y familia hubiera sido difícil salir adelante. Con ella las pasamos todas. Y ahora, nos miramos y sin palabras nos entendemos. Bancó mucho mis bajones. Porque cuando termina el tratamient­o tenés que empezar a vivir la vida de vuelta. El momento tiene su lado lindo porque volvés a hacer todo por primera vez: a tener plata, celular, a manejar el auto, a tener sexo estando sobrio. Todo es nuevo, te sentís como un adolescent­e que empieza a hacer su camino. ELLE ¿Es posible salir solo? P.V. Los chicos que vuelven a caer después de un tratamient­o lo hacen porque no tienen nada ni nadie en el afuera. Eso es triste y terrible pero existe, de verdad. ELLE ¿Qué sentís frente a los que no pueden? ¿Qué les dirías a sus parientes? P.V. No me enojo porque los entiendo. Suelen pasar varias cosas: que la persona no hace lo que tiene que hacer para cambiar. Que en muchas familias las miserias parecen ser sólo del que consume. Te va mal en el colegio y no es porque no estudiás, es porque tu papá consume. Al mismo tiempo vi casos de chicos que estaban por recibir el alta y en ese momento los padres empezaban a flaquear: no iban a las reuniones, no respetaban los programas, como que estiraban la internació­n.... En mi caso, me llevó un tiempo amigarme con mis amigos. Pensaba: si estábamos todos en la misma, ¿por qué, de repente, soy yo el enfermito? ELLE ¿Ellos siguen estando en tu vida? P.V. Sí. A mí se me pasó el enojo y eso de sentirme menos por haber tenido ese problema. Todo esto me ubica en un nuevo lugar con mi pareja también, hoy estamos emparejado­s. Hoy termino los proyectos, tuve una hija. Ahora prefiero los planes al mediodía, hago asados en casa para que sepan que estoy listo para volver a relacionar­me. Mi mujer también me ayudó en eso: me empezó a pedir que tuviéramos vida social. Dejé de salir porque no sabía cómo iba a reaccionar y me ponía ansioso. Ahora acepté que si esto pasa es porque yo me mandé lo que me mandé. Hoy no tengo miedo de recaer pero sé que no estoy exento. Y mientras lo sepa más atento voy a estar. Pensar así te permite estar con las antenas paradas y, si hace falta, hacer una breve memoria y repasar: ”Pablo, ya sabés cómo termina”. Yo elegí. A esta altura mi elección es vivir o morir. Porque tomar sólo de vez en cuando yo no puedo, no sé ponerme límites. ELLE En el libro contás que ahora sos adicto al café. Se trata de vivir buscando el equilibrio... P.V. Tomar mucho café para mí no es problemáti­co porque no me hace mal. Y tengo compañeros que, en su momento, la compulsión al consumo la volcaron a la actividad física. A mí se me dio por la comida. A la madrugada me bajaba dos kilos de helado. Entonces, me empecé a cuidar porque me gusta verme bien. ELLE ¿Se sale por un motivo puntual, concreto, o porque en algún momento hacés el clic? P.V. Hay que tener un proyecto personal real, genuino y posible. Para unos puede ser viajar por el mundo. O recuperar la empresa que perdieron. De nada sirve el plan de otro, de un padre que quiere tener un hijo sano o abogado, ponele. El mío era tener una casa y una familia. Yo me pasé los meses de internació­n dibujando una casa y una familia, que hoy es la foto real de mi vida.

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LIBROCONSU­MIDORFINAL

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