ELLE (Argentina)

Carta editorial

- GRACIELA MAYA DIRECTORA EDITORIAL

Bien mirado, festejar la Navidad es marcar un recuerdo en la memoria de un chico, que lo acompañará para siempre y regresará cada vez que diciembre se acerque en el almanaque. Las comidas familiares, el reencuentr­o con los primos, el arbolito que se enciende y se apaga, el pesebre, el Papá Noel de barba de algodón y, sobre todo, los regalos: de esa materia originaria está compuesta, y lo estará para siempre, la Navidad en nuestros corazones.

Un famoso cuento de Ray Bradbury narra la pequeña historia de una familia en el año 2052. El día de Nochebuena padre, madre e hijo se disponen a abordar un viaje interplane­tario. Cuando lleguen las 12 la nave estará flotando en el espacio infinito. Los oficiales interplane­tarios los revisan antes de la partida y los obligan a dejar los regalos y el árbol que llevaban para el festejo. Porque el chico, claro, no concebía una Navidad diferente a la que siempre había tenido.

Pero esta vez volaban hacia un lugar donde no había horas, ni días ni meses. El padre tuvo por fin una idea que desconcert­ó a la madre, que sólo deseaba que su hijo olvidara la celebració­n que no iría a suceder. ¿Tendré un regalo, estará el árbol?, preguntó. Todo eso y mucho más, respondió misterioso su padre.

Llegó por fin el momento y condujo al chico a la cabina que estaba completame­nte oscura, solo pudo ver un enorme ojo de vidrio desde el que se apreciaba en toda su intensidad la grandeza del espacio, con sus cien mil millones de luces blancas y brillantes. Feliz Navidad, hijo.

Bradbury no cuenta qué sucedió cuando el chico creció, pero supongo que jamás fue abandonado por aquel recuerdo. De eso se trata: de que los rituales, los gestos, los brindis, los paquetes, acaben por tornarse inolvidabl­es. Está a nuestro alcance; es sólo proponérse­lo.

¡FELICES FIESTAS!

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