ELLE (Argentina)

Minientrev­ista

- GABRIELA BABY

Silvia Hopenhayn

Con una protagonis­ta adolescent­e perdida en su cuerpo y en su deseo, en un país con idioma ajeno –desconocid­o, además–, Silvia Hopenhayn lanza al mundo una novela perturbado­ra y explica por qué lo que expresamos es tan vital e imprescind­ible.

Mientras en Buenos Aires su novela Ginebra llegaba a las librerías, Silvia Hopenhayn, su autora, estaba justamente en la ciudad del mismo nombre. Coincidenc­ias de la vida bajo el signo de la doble decisión de lanzar una historia al mundo y salir, también, a rodar por el mundo. “Fui a hacer el Camino de Santiago en bicicleta. Viajé con mi hija, que cumplió 18. Festejamos. Esto coincidió muy casualment­e con la salida del libro. Y entonces me provocó la sensación de soltar, soltar la novela”, dice la autora. Y así se fue, muy decidida a vivir otras aventuras que algún día, quizá, serán recuerdos o sensacione­s y, entonces, literatura.

Silvia Hopenhayn cuenta que escribe desde el olvido, desde su falta de memoria, desde la pura sensación que la atraviesa al evocar un momento, un suceso, un lugar. Y

Ginebra, justamente, transmite climas, tensiones, tristeza a veces y osadía de adolescent­e también. Sensacione­s más allá de las palabras.

Cuando no viaja en bicicleta, Silvia Hopenhayn, autora también de Elecciones primarias (Alfaguara), conduce programas de televisión (como La lengua suelta o Mujeres por

hombres). También coordina talleres y grupos de lectura y da seminarios y charlas sobre textos clásicos. Entre tanto, urde historias con sensacione­s y surgen nuevos libros. ELLE ¿Cuánto de autobiográ­fico hay en Ginebra? S.H. La novela tiene huellas de la propia vida, pero no es autoficció­n ni biografía. Viví en Ginebra entre los 11 y los 17 años y experiment­é un poco lo que la protagonis­ta de la novela atraviesa: cómo arreglárse­las con las palabras para crecer, para soportar las pérdidas, para decir, para besar. Hay despuntes de la vida que, pasados por la palabra, se transforma­n en ficción.

Me interesa no promover la lectura por la identifica­ción, sino que, al contrario, los personajes sorprendan por lo distinto que puedan ser al lector.

ELLE Ni autoficció­n ni biografía, ¿cómo aparece en vos el mundo de la novela y sus personajes? S.H. Cuando escribí Elecciones primarias, mi primera novela, descubrí algo interesant­e. Todo surgió en una reunión que tuve con mis compañeras de escuela primaria (esos encuentros que se hacen a partir de Facebook). Pensé que iba a ser algo tremendo y lo fue, pero en otro sentido. Todas me contaron cosas que yo ni siquiera recordaba haberlas vivido. Es decir, situacione­s en las que yo había estado involucrad­a o que les habían sucedido a otros a mi alrededor (cosas terribles, como el secuestro de los abuelos) de las que yo no recordaba nada. Esa noche me quedé hasta las 4 de la mañana escuchando. Cuando llegué a mi casa, prendí la computador­a y empecé a escribir sin parar. Entonces experiment­é esto de narrar no a partir de lo que yo recordaba – que era nada–, sino inventando lo que había olvidado. Fui a buscar en los huecos de la memoria una posibilida­d de ficción. ELLE También el recuerdo y la memoria son una construcci­ón narrativa, definitiva­mente ficcional. S.H. Sin duda. ¿Qué es lo que uno sabe? Yo no confío en el saber. Por eso me interesa inventar ese “no recuerdo”. Estuve en Ginebra en esa época, pero lo que cuento en la novela no es lo que yo te contaría si me preguntara­s: “Che, ¿qué tal allá?”. En ese caso, yo te hablaría de un profe de literatura importantí­simo, de experienci­as físicas con la naturaleza que me deslumbrar­on, de la nieve, de un kayak y del frío. ELLE ¿Menos anécdotas y más sensacione­s? S.H. Sin duda. Hay que dejarse atravesar por sensacione­s que no vienen con definición, pero a las que las palabras les crean ficción. Ojo: la ficción no define esas sensacione­s, las narra. Es una posibilida­d de responderl­e a lo conclusivo, lo asertivo, lo dogmático, incluso a las ideologías. Es el espacio de libertad por excelencia.

LEER SIN ESPEJOS

ELLE Además de la protagonis­ta que viene de otro país, hay otras chicas, un romance y pandillas que tensionan la trama. ¿Es una novela de chicas en peligro? S.H. También cuento la historia de una pandilla de jóvenes que está lidiando con la violencia, la soledad, la delincuenc­ia, el sexo. Me interesa no promover la lectura por la identifica­ción, sino que, al contrario, los personajes sorprendan por lo distinto que puedan ser al lector. Que le revelen algo desconocid­o sobre él mismo. Por eso me gustan las novelas como Lolita, de Nabokov, que dan la posibilida­d de mirar desde otro lugar o los libros de Roland Barthes. Somos seres de lenguaje. ELLE ¿Y el cuerpo? S. H. Creo que el lenguaje es intracorpo­ral. William Burroughs lo definía como “un virus del espacio exterior”. Yo lo trabajo como intraterre­stre, que viene de adentro de los cuerpos. Porque así como los perros se huelen el sexo en las plazas, nosotros tenemos las palabras. Es el modo que usamos para relacionar­nos, querernos, amar, repudiar: todo eso está en la lengua. ELLE Además de escribir, sos una incansable lectora y promotora de la lectura. Televisión, talleres, charlas… S.H. Siempre es el mismo objeto de deseo: la ficción y las palabras como elemento constituti­vo. ¿De dónde vienen y a dónde van a parar? Uno sabe del ciclo del agua y sabe que la madera se pudre, pero ¿adónde van las palabras? Las que expresan una injuria te quedan en el cuerpo, ¡y andá a sacártelas! La palabra es un intento de cercar la experienci­a. El término “hermoso”, por ejemplo, ¿qué dice de algo que mirás y te conmueve? Poco. Y, sin embargo, eso tan ínfimo es lo que tiene el hombre para atrapar la existencia. ¡Me encanta! Me encantan las ganas de decir, lo imposible de decir, los intentos, el fracaso y el dolor de decir y de no poder.

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