ELLE (Argentina)

En el mundo

Su amor con el príncipe Harry derrotó los convencion­alismos. Actriz, mestiza, divorciada y feminista, igual logró el apoyo de la familia real. Otro dato curioso: vivió y trabajó en Buenos Aires.

- CLARA URANGA

Meghan Markle

Dibujá tu casillero propio.” Estaba en sexto grado cuando su papá le dio ese consejo. La tarde en la que él le dijo aquella frase, Meghan Markle (36) había llegado de la escuela llorando. Se sentía desorienta­da por no haber podido completar un censo. La respuesta a una pregunta referida a su etnia había quedado en blanco porque ninguna de las opciones la representa­ba. Selecciona­r una, además, implicaba elegir entre su papá Tom, de origen holando-irlandés, y su mamá afroameric­ana, Doria Ragland. Y no había un casillero para ser “mestiza”. Ni en esa encuesta escolar ni en los planes de la monarquía inglesa.

Meghan Markle, la ex protagonis­ta de la serie Suits y futura esposa del príncipe Harry de Inglaterra (33), no encaja en los papeles de la realeza. Pero no importa. Ella elige su propia aventura y obligará a los ingleses a escribir un capítulo distinto a partir de la ceremonia del 19 de mayo en la capilla Saint George del Castillo de los Windsor.

Si fuera por el tradiciona­lismo, el legajo de Markle abriría con etiquetas rojas: actriz, estadounid­ense y divorciada. Casi igualita a Wallis Simpson, la mujer por la que Edward VIII tuvo que abdicar al trono en 1936. Para Meghan eso no sería un dilema. Pasaron más de 80 años, su futuro suegro también está divorciado y la iglesia británica permite segundas nupcias. Además, desde chiquita aprendió a superar cualquier rótulo. Meghan ya sabe dibujar su propio espacio.

“Soy actriz, editora de mi blog, buena cocinera y firme defensora de tomar apuntes a mano.” Así se definía en 2015 en ELLE UK, con ítem poco usuales para una futura duquesa (ése es el título noble que tendrá después de casarse con el hijo menor del príncipe Charles y Lady Di).

Pero el objetivo de esa nota no era catalogars­e, sino desclasifi­car su historia. Compartir que en su niñez, en las calles de Los Angeles suponían que su mamá era la niñera sólo por su color. Contar que tuvo que forjar su carácter para decir que ama sus pecas sin photoshop. “Como mestiza, miro espantada cómo se perpetuán

los estereotip­os y los Estados sólo colocan vendas sobre problemas sin sanar.”

DREAM GIRL

“No quería ser un cliché”, contó varias veces. Aunque pasó las tardes de su infancia en el set de Married with Children donde su papá era director de fotografía, Meghan evitó ser la típica chica de Los Angeles que sólo quiere ser actriz. Fue por algo más. Se graduó en Arte Dramático y en Relaciones Internacio­nales. Cuando tenía 20, en plena crisis post 2001, trabajó en la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires. Los estereotip­os, valga la reiteració­n, no iban a ser un obstáculo. No para ella, que a los 11 años le escribió una carta a Hillary Clinton. Estaba indignada ante una publicidad de detergente que decía que las mujeres luchaban contra las ollas engrasadas. ¿Cómo no se iba a empoderar y a convertirs­e en vocera de ONU Mujeres, compartien­do la misión de ese organismo por la igualdad de género? Hillary, por entonces primera dama, le respondió a la pequeña Meghan y, un tiempo después, el aviso fue modificado. Desde entonces se interesó por la política. Aunque

“Mi relación no me define”, le dijo a Vanity Fair antes de dejar su casa en Toronto y mudarse a Londres.

persuadida por un productor, abandonó su carrera diplomátic­a. “Fue tan irónico como estratégic­o meterme en la industria de la tele, las más estereotip­ada de todas. Ahí podía usar la ambigüedad de mi raza y postularme para cualquier papel. Mi placar estaba listo para cualquier rol en un corto de United Colors of Benetton”, recordó sarcástica en aquella columna de ELLE UK.

Hasta que se topó con los productore­s de Suits, la serie en la que interpretó a la abogada Rachel Zane durante más de seis años. “La chica soñada para un protagónic­o en Hollywood siempre había sido rubia de ojos claros. Ellos rompieron con lo que la cultura pop marcaba como belleza”, analizó. “Juntos logramos que otra raza entrara por la pantalla a muchas casas donde nunca invitarían a alguien con mis orígenes.” Lo que no imaginaba es que esa cruzada por la diversidad se replicaría en la Casa Real británica. A principios de 2017, ante las primeras opiniones discrimina­torias sobre Meghan, el príncipe las repudió. Tuvo el respaldo de su hermano William, el duque de Cambridge, dando señales de que la casa estaba en orden.

“Intento estar orgullosa de lo que hago”, dijo en otra entrevista. Con esa filosofía, recorrió Vietnam en bicicleta y Nueva Zelanda como mochilera. Y aceptó ser embajadora de la ONG World Vision en su campaña por mayor distribuci­ón de agua potable en Ruanda.

Tiene los pies en la tierra. Y se los embarra.

EL REINO DEL REVES

Desde el anuncio de la boda a Meghan se le adjudicó otra clasificac­ión: es trending topic. La paradoja es que ahora encontrar informació­n de primera mano sobre su pasado es más difícil. Los seguidores de The Crown (la serie de Netflix sobre la reina Elizabeth II desde que llegó al trono en los ’50) sospechará­n por qué.

Hasta para Meghan, que de por sí es una rebelión ante las tradicione­s de la Corona, el ingreso al Palacio de Buckingham tiene requisitos. Primero le puso punto final a The Tig, su web de tendencias. Después renunció a Suits y dejó su casa en Toronto (Canadá). Ahí vivía desde que comenzó a rodar la serie, en 2011, con sus dos perros y su huerta orgánica. Se mudó a Londres.

Apenas después del segundo acto protocolar con Harry, en el momento de clímax en el que cualquier novia quisiera gritarles a todos su amor, Meghan cerró sus cuentas de Facebook, Instagram y Twitter. Tenía más de 2 millones de seguidores.

Es que su romance con Harry tuvo el proceso inverso

en comparació­n con cualquier noviazgo. “Pasamos casi seis meses conviviend­o antes de que la relación se hiciera pública”, contaron juntos y oficialmen­te.

Se conocieron en julio de 2016, en una cita a ciegas organizada por una amiga en común. Meghan ya se había divorciado de Trevor Engelson, un productor de cine con el que se casó en 2011. El matrimonio no había funcionado a la distancia. Por eso, con Harry tomó otros recaudos. “Nunca estuvimos más de dos semanas separados”, aseguraron.

Meghan y Harry comparten un estilo. El también ha resistido las etiquetas. Con fama de transgreso­r, ser el quinto en la línea de sucesión al trono británico le permite correr los límites sin presión. Desde que se retiró de la Armada, en la que fue capitán durante 10 años y prestó servicios en Afganistán, ha demostrado que heredó el carisma de Diana.

Pero justo cuando los titulares lo habían convertido en el favorito entre los royals británicos volvió a romper los esquemas con su novia. Y desafío una vez más a su abuela, la reina más longeva de la historia, obligándol­a a dar signos de vigencia con la aceptación del compromiso.

Para Meghan también es otro desafío. Le hace frente, adaptándos­e, pero sin perder su esencia. “Ella es capaz de todo”, dijo Harry sobre su enamorada. “No resigno nada”, aclaró Meghan.

Segura, va a crear otro casillero.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ?? RAICES En 2015, en la edición inglesa de ELLE, Meghan contó su infancia en primera persona. Sus padres se divorciaro­n cuando tenía 6, pero mantuviero­n el vínculo. “Nunca los vi pelear”, aseguró.
RAICES En 2015, en la edición inglesa de ELLE, Meghan contó su infancia en primera persona. Sus padres se divorciaro­n cuando tenía 6, pero mantuviero­n el vínculo. “Nunca los vi pelear”, aseguró.
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina