ESCENAS DE LA VIDA COTIDIANA
Voy caminando por la calle Salguero. Mediodía, luz plena. Diez metros adelante, una mujer y un hombre, caídos y enmarañados sobre la vereda, parecería que intentan ayudarse mutuamente a levantarse. Apuro el paso y me acerco. La cartera de ella está en el piso a un costado, al otro una bolsa de panadería de la que se han escapado algunas facturas. Hay un celular debajo de un auto estacionado y otro en la entrada de una lavandería. Levantamos entre los tres las cosas y, cuando veo que nadie está lastimado, pregunto: –¿Qué les pasó? –Nos chocamos de frente –responde ella. –Como dos camiones –agrega él.
Uno iba contestando un WhatsApp, la otra buscando una dirección en la pantalla. Lanzamos todos juntos una carcajada y cada uno siguió su camino.
Decido compartir la increíble historia con mis amigas del “grupo de las 5”. Una de ellas contesta: “Estoy a mil, acabo de darme cuenta de que salí de casa con dos carteras, una colgada en el hombro y otra en la mano”. Otra pone un emoji que sonríe y escribe: “Hoy marqué dos citas a la misma hora; pero lo peor es que no podía ir a ninguna de las dos”.
Esa tarde mi hermana se subió a un auto que no era el de ella. Cuando lo comenté con mi vecina de piso, me dijo un poco avergonzada: “Y…bueno, yo ayer le quise poner sal a la polenta y le puse detergente”.
A la noche me llamó mi sobrina. Me contó que hacía días que no podía encontrar su celular. Lo había dado por perdido y, de paso, culpado a sus mellizas de 4 años que siempre se lo usan. Al rato me volvió a llamar. Me dijo que mientras sacaba una tarta del freezer lo encontró congelado.
(Creer o no creer: todo esto sucedió un mismo lunes entre las 10 de la mañana y las 11 de la noche.)