Dos son familia
Tienen lo que quieren y más certezas que dudas a la hora de encarar la vida. ¡Qué envidia! No están incompletos ni pecan de egoístas. Viven en pareja, trabajan, viajan, nunca postergan un trago con amigos y cuando les preguntan para cuando los hijos, responden: “¡un cuarto… para las nunca!” Con ustedes, los DINKS.
“Durante mis años fértiles, he tenido todo el tiempo del mundo para tener hijos. Tuve dos relaciones estables, una de ellas desembocó en un matrimonio que aún continúa. Mi salud era perfecta. Podría habérmelo permitido desde el punto de vista económico. Simplemente, nunca los he querido. Son desordenados; me habrían puesto la casa patas para arriba. Son desagradecidos. Me habrían robado buena parte del tiempo que necesito para escribir libros”, explica la escritora estadounidense Lionel Shriver. Esta confesión de la autora de Tenemos que hablar de Kevin (la novela sobre una madre cuyo hijo adolescente ejecuta una matanza en un instituto, que fue adaptada al cine con Tilda Swinton como protagonista y se centra en su rol de madre) es uno de los 16 ensayos (escritos por hombres y mujeres) recopilados en 2015 por Meghan Daum en Selfish, Shallow and Self-absorbed (Egoísta, superficial y ensimismado), traducido al francés como Ils vécurent heureux et n’eurent pas d’enfants (Vivieron felices y sin hijos). Este libro es una muestra de cómo la libre elección de no procrear está creciendo en Occidente y dejando de ser tabú. Se trata de un modelo de familia que obviamente escapa a la estructura tradicional y que el marketing bautizó como DINKS cuyas siglas corresponden a Double Income, No Kids (doble sueldo, sin niños) y son blanco directo y sueño de toda marca de lujo.
La extensión del fenómeno es lo que resulta llamativo. Si bien tuvo su origen en Europa, se “viralizó” por Estados Unidos, China, Brasil, Chile y por último Argentina. ¿Los datos? Según el último estudio de la Dirección General de Estadísticas y Censos, en 2016 el porcentaje de parejas mayores sin hijos en CABA era de un 24% y en 2017, de un 27%. Lo que indica que con el correr de los años es probable que el modelo siga creciendo a pasos agigantados.
Estas parejas que oscilan entre los 25 y 40 años, conviven, perciben ingresos mensuales (con un estándar de vida medio-alto) y en sus planes no está la idea de tener hijos. El perfil responde a un estilo de vida que sería complicado (si no imposible) con niños. Profesionales, amantes del diseño, el arte, el deporte, los viajes y de los productos relacionados con la imagen y la buena alimentación, los DINKS rechazan la posición egoísta que les adjudican: “No quiero tener hijos y no es porque soy egoísta, los amaría si los tuviera, pero tal vez no amaría mi vida”, reconoció la ensayista Daum.
RESPETAR EL DESEO
Al respecto, el Dr. Walter Ghedin, médico psiquiatra, sexólogo, psicoterapeuta y autor de libros de sexualidad y pareja, afirma que se ha tildado a los dinks de responder a una moda o de egoísmo, de ser parte activa de una sociedad cada vez más individualista. “Yo no creo que sea así. El individualismo pasa por el detrimento de valores humanos esenciales como la solidaridad, la libertad y el respeto por la vida ajena. Las sociedades tienen que empezar a entender que el deseo es inherente a la construcción misma de todo sujeto y puede no responder a lo esperado.”
La esencia del deseo es la singularidad, por lo tanto podemos tomar decisiones personales que no respondan a los parámetros culturales y sociales. Hay que diferenciar las conductas narcisistas de las decisiones
“Un hombre puede no ser padre; una mujer no puede no ser madre cuando tiene todo para serlo (‘es contranatural’). Para la mirada ajena ‘la mujer que se cree superada arrastra al hombre en decisiones equivocadas’. La mirada machista y patriarcal atraviesa estos comentarios.” (Dr. Ghedin)
que se basan en deseos propios y que son contrarias a lo esperable. El narcisismo exalta capacidades que carecen de empatía, en cambio, en estos casos, las personas son congruentes con su sentir y rechazan la intromisión ajena, llámese pautas fijas culturales que se usan como ejemplo de familia. Las mujeres no piensan en el cuerpo que se modifica con el embarazo, tampoco los hombres que tendrán que abandonar horas de gimnasio para cuidar a los hijos. Piensan en que la vida familiar significa un sinnúmero de responsabilidades que no están dispuestos a asumir. En definitiva, estos vínculos están conformados por personas que ante todo defienden sus deseos individuales, no por egoísmo, sino por considerar que si ellos están satisfechos consigo mismos la pareja va a estar mejor.”
LA HORA DE LOS CUESTIONAMIENTOS
Muchas veces (casi siempre) este tipo de decisiones chocan contra una sociedad que en pleno siglo XXI aún le cuesta aceptar que ser mujer no es sinónimo de ser madre y que el abanico de posibilidades para encontrar la felicidad va mucho más allá de la elección de tener hijos. Sin embargo, en ocasiones, es dentro del mismo seno familiar en donde surgen cuestionamientos a esta decisión completamente personal y que no debería influir en el entorno.
Ana es argentina y en 2017 se fue a vivir a París. “Me vine a hacer un doctorado porque mi novio es francés. Hace 5 años que estamos juntos. El tema hijos al principio era ‘cuando tengamos un bebé le vamos a poner Simón, ese tipo de juegos’. Desde que convivimos eso fue cambiando y en un momento decidimos hablarlo. Nos dimos cuenta de que ninguno de los dos quería de verdad tener hijos. Comenzamos a pensar en todas las cosas que ya no podríamos hacer, las que priorizamos: tomarnos un tren y pasar unos días fuera de París sin planificar, salir a cenar, juntarnos con amigos… tenemos muchos proyectos de a dos pero no implican agrandar la familia. Sentí alivio después de hablarlo. El tema fue cuando mi madre comenzó a preguntarme. ¿Para cuándo los hijos? Mi sensación era de incomodidad. Como si tuviera que argumentar lo que para mí no amerita explicación. Y me daban bronca las respuestas del tipo ‘qué pena, serías una excelente madre’ o… ‘ ¡con lo que me gustaría tener una nieta!’, como si fuera algo que yo debería hacer para complacer a otros. ¿Y mi felicidad?” (Ana, 28 años, licenciada en Biología).
¿Qué pasa cuando la decisión en vez de aliviarnos, nos genera dudas o culpa?
“Lo cierto es que cuando se trata de resoluciones conscientes, se supone que no acarrean culpa. Esta
sobreviene si se traiciona un deseo genuino. Es decir, si los motivos para resignar la maternidad responden a factores externos. Por ejemplo, el deseo de no tener hijos de la pareja. Cuando existe un acuerdo firme no hay arrepentimientos. El tema aparece cuando la decisión no está tan firme y surgen reproches. No obstante, la autonomía y la capacidad para generarse actividades actúan como válvulas de escape para la angustia”, dice Ghedin.
¿INSTINTO QUE?
“Es millonaria, linda y exitosa, algo tenía que faltarle.” ¿Será que no puede? ¡Debe ser insoportable! Estas son algunas de las cosas que se dijeron públicamente y hasta el hartazgo sobre Jennifer Aniston desde (y antes también) que pasó los 40 y los fotógrafos de Hollywood comenzaron a perder las esperanzas de cegarla con los flashes a la salida de una clínica, con un bebé en brazos. Finalmente, de sus entrañas, lo que salió (ya pisando los 50) fue una carta abierta a la prensa que no dejó nunca de acosarla con el tema y aclaró lo obvio: “Las mujeres estamos completas con y sin pareja, con y sin hijos. No estoy embarazada, lo que estoy es cansada”, sentenció.
El tópico parece no agotarse nunca. ¿Por qué es tan cuestionable una mujer que no desee tener hijos? ¿Qué hay con el “instinto materno”? ¿Por qué no se
en la maternidad como algo que iba a ocurrir sin meditarlo demasiado. Pero… ¿por qué? ¿Estoy obligada a tener hijos? En mi grupo de amigas del colegio, somos seis y solo tres son madres.. (algunas sí quisieron y no pudieron). Adoro a sus chicos ¡pero no les envidio nada! Mi pareja tampoco los tiene y el tema nunca ocupó un lugar importante en su vida. Viajamos un montón (separados y juntos), disfrutamos de la casa que construimos en San Isidro, nos gusta que vengan amigos o tomarnos un whisky juntos en el jardín mientras preparamos la cena. No me imagino otra vida, tengo la que elegí y nunca sentí que le debía explicaciones a alguien.” (Clara, 46 años, licenciada en Finanzas) objeta a los hombres? Ghedin afirma que la maternidad no es una función instintiva, sino un deseo que se construye desde la infancia por el influjo social y cultural. El hombre construye la paternidad desde el momento en que se entera que será padre o cuando el hijo nace y tiene que desarrollar su función parental. Es esta diferencia en la construcción del deseo la que orienta más hacia la mujer la decisión de no tener hijos. Pero no es una opción que se toma con firmeza, se va dando a medida que se conforma la relación hasta que aparece como una opción librada a modificaciones futuras. Algunas parejas optan por congelar óvulos. En caso de que existiera un arrepentimiento, estarían “cubiertos” sin depender del reloj biológico que azota mucho antes a la mujer que al hombre. Otras hacen caso omiso a este tipo de opciones y lo dejan librado al azar. Lo cierto es que con los cambios ocurridos en la estructura familiar y la extensión en la edad para procrear (sabemos que nuestras abuelas han parido a nuestros padres entre los 15 y los 20 años…) el abanico de tratamientos de fertilización se ha extendido y, en cierta forma, causa un “alivio”.
Sin dudas, los cambios estructurales, los avances tecnológicos y el valor que cada quien le da a la vida, ayudan al crecimiento de esta tendencia, emparentada con la conciencia de la finitud, que enaltece el disfrute propio.