ELLE (Argentina)

“Me encontré con mi amor de la adolescenc­ia”

Se enamoraron hasta que el destino los separó. Pero un día él apareció. Se reencontra­ron y vivieron una historia fugaz. Fue sólo una película romántica: ella decidió volver a su rutina, borrarlo de sus contactos y olvidarlo para siempre.

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Mi padre trabajaba en una multinacio­nal y por 4 años lo enviaron con toda la familia a San Pablo. Es lo que llaman un “expatriado”. Allí vivimos desde mis 9 años hasta los 13. Somos tres hermanos y a todos nos mandaron a una escuela americana. En Brasil, la gente es amable, el portugués es fácil de entender así que no hubo conflictos. Allí es común tener una “baba”, como llaman a las niñeras. Así que convivimos con una chica bahiana que amamos todos desde que llegamos. También era común (al menos en esa época) tener un “motorista”. Era un chofer que llevaba y traía a mi padre del trabajo, a mi mamá a donde necesitara y a nosotros al colegio. ¡Nos sentíamos (casi) miembros de la realeza!

MI PRIMER AMOR

El colegio nos resultó fácil a los tres y muy divertido. La mayoría de nuestros compañeros estaban en la misma situación así que enseguida nos hicimos de amigos. Fue una etapa feliz. La escuela era mixta, y a los 12 me enamoré de Xavier de 14, compañero de mi hermano. Ellos, al igual que nosotros, también habían sido “expatriado­s“de Italia. Su papá era CEO de una empresa automotriz.

Fue mi primer amor. Las familias se habían hecho amigas. Cada feriado nos íbamos a las playas del litoral paulista… Todo era divertido: nos amábamos, peleábamos, con la intensidad de lo que éramos: dos adolescent­es.

“A los 12 me enamoré de Xavier de 14, compañero de mi hermano. Ellos, al igual que nosotros, también habían sido ‘expatriado­s’ de Italia. Fue mi primer amor . Nos amábamos, peleábamos y celábamos

ENTRE BUENOS AIRES Y TOKIO

Después de casi 4 años de vivir en San Pablo, una noche fatal, durante la cena, nuestro padre nos dijo que se había terminado el tiempo en Brasil y debíamos volver a Argentina. ¡El drama que se armó! Nadie quería regresar. Pero no había otra opción.

Me levanté de la mesa llorando, me encerré en el cuarto y lo primero que hice fue llamar a mi novio. ¿Qué iba a ser de nuestras vidas? ¿De nuestro amor? Me enfurecí con mi padre y no le hablé durante un mes. ¿Acaso no era su culpa que nos hubiese llevado allí? ¿Que conociera a Xavier? ¿Que ahora me tuviera que separar? La despedida fue puro llanto. Nos prometimos amor eterno y en el último segundo en el aeropuerto me regaló una piedra semiprecio­sa y me hizo prometer que siempre estaría colgada de mi cuello. El tenía otra igual.

Llegamos a Buenos Aires. Cuando nos fuimos habíamos vendido nuestro departamen­to en la avenida Callao. Por eso, al regreso vivimos con mi abuela María. Ni casa propia ni baba, ni motorista ni playa, ni surf ni novio…

Nos acomodamos como pudimos. Le di a Xavier la dirección de la casa de mi abuela para (como nos juramos) recibir cartas todos los días. Había mails, pero mi abuela no tenía Internet. Para comunicarm­e debía ir a un locutorio y las redes sociales casi no existían. Recibí unas cuantas cartas y en una de ellas me dijo que se había terminado su tiempo en Brasil y se mudaban a Tokio.

Al mes de llegar a Buenos Aires, mi abuela murió. Nosotros nos mudamos a una casa en San Isidro. Xavier y yo perdimos contacto. Terminé el secundario, empecé en la UBA y a los 21 me casé con un amor fulminante que conocí en la facultad de Arquitectu­ra. Al año ya había nacido Josefina y al siguiente, Felipe. A los tumbos terminé. Pasaron los años y Xavier fue un recuerdo del pasado.

Un domingo, mi hermano mayor me dijo que había aparecido mi amor italiano y preguntaba por mí. Le contó de mi vida y Xavier quería comunicars­e conmigo.

Esa noche, apenas todos se durmieron, le escribí. Le conté de mi vida y él de la suya. Vivía en Miami y era CEO de una empresa constructo­ra. Me dijo que me había escrito cientos de cartas a la casa de mi abuela. Nunca pudo entender mi silencio (yo tampoco el suyo). Mis cartas a Tokio tampoco habían llegado.

El desencuent­ro y la intriga lo llevaron a buscarme por Internet. Después de muchos fallidos, dio con mi hermano. Nunca se había casado, vivía viajando. Fueron y volvieron mails durante algunos meses. Y un día me dijo que quería verme y darnos una oportunida­d, ésa que quedó trunca. ¡Entré en pánico! No sabía qué hacer. Sólo de una cosa estaba segura: no quería que apareciera por Buenos Aires. ¿Qué hago? Era la pregunta del millón. Por un lado me intrigaba y me daba ilusión y por otro…

CERRAR LA HISTORIA

Yo también viajaba por trabajo. Un día le conté la historia a una amiga. Me animó para que vaya a su encuentro. Pero me complicaba justificar el gasto. Ella me prestó la plata. Dejé a mi marido y mis hijos junto a mi madre en mi casa. Ordené y organicé todo al detalle.

Llegué al aeropuerto de Miami y allí estaba él con un cartel. Igual lo hubiese reconocido entre miles. El me dijo lo mismo. No podía creer cuando llegamos a su auto ¡Una Ferrari! En el viaje nos reímos mucho...

Había organizado una estadía en un hotel boutique. Todo era una peli romántica. Apenas llegamos fui al baño y en el inodoro habia pétalos de rosa. Esa noche nos dormimos abrazados y al día siguiente me invitó a salir al balcón. Ahí amarrado estaba su barco. Navegamos, acercándon­os a la costa sólo para cenar. Ese era el momento que aprovechab­a para llamar a casa, ver cómo estaba todo y comentaba lo aburrido del congreso en el que estaba.

Hablamos de vivir juntos. Hicimos planes. ¡Nos llevábamos tan bien! Las dos últimas noches me debatía qué debía hacer. Dejar pasar esa oportunida­d, pensar en mis hijos lejos de su padre, en volver a un país en crisis como en el que vivo o que... El insistía en que era la mujer de su vida.

Pense, pensé, pensé. El no era un hombre que se podría llevar bien con mis hijos. ¡No tenía la menor idea de lo que era eso! Su vida tenía otras prioridade­s. Se lo dije. Y antes de llegar al aeropuerto le confesé que la decisión era volver a mi rutina y mis afectos. Otra vez nos abrazamos y lloramos. Entré a migracione­s y nunca más volví hacia atrás. Lo saqué de mis contactos y en 5 meses le devolví la plata a mi amiga.

Borré para siempre ese pasado.

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