Carta editorial
Una imagen que me vine a la memoria, hablando de destejer, es la de mi bisabuela: tirando de un hilo de lana que quedaba enrulado para hacer otra cosa. El cárdigan liso que se convirtió en suéter con guarda, una manta rayada, guantes, bufandas o dos chalecos para sus nietos. De lo vivido, algo nuevo y diferente.
A los 17 o 18 años nos vemos obligados a elegir una carrera para prepararnos en algo en lo que vamos a trabajar (quizá) toda la vida. Y (casi nunca) tenemos la menor idea. No sabemos lo que nos gusta, quiénes somos, ni siquiera tuvimos tiempo de soñar…. A ver, recuerden ¿qué hay hoy de aquella adolescente en ustedes? Yo pensaba que en el año 2000 iba a ir a conocer la Luna. Y, sin embargo, no podía ni imaginar Internet ni las redes sociales.
¿Siempre fuiste una soñadora, sentís que estás para más, buscás la aprobación del resto, creés que tu éxito es una equivocación del destino?... ¿Podemos pasar la vida esperando?
Hay que darse tiempo para parar, pensar, aceptarse y crecer. Y atreverse a pedir ayuda. Es necesario empezar a destejer la vida cuando nos damos cuenta de que nos queda chica, de que no nos gusta, que solo ocupa lugar. Eso ya cumplió su función, decir chau, besito y mirar para adelante. ¡Dejar la fuerza para lo nuevo!
Vera Wang fue patinadora y periodista antes de ser una famosa diseñadora de moda. J.K. Rowling tuvo que perder trabajo, marido y estar en la ruina para animarse a escribir la saga de Harry Potter. Son apenas dos ejemplos.
“Es una buena cosa –dijo Walt Whitman– ser una simple hoja si se acepta la caricia del viento mezclada con el sol”.