Forbes (Argentina)

¿Decadencia estable?

- Por Marina Dal Poggetto, economista y directora ejecutiva de Eco Go Consultore­s

Cuanto mayores los grados de libertad para avanzar en un esquema de estabiliza­ción, mayor el incentivo de la política a seguir forzando el corto plazo. Esta es la máxima que en alguna medida otra vez nos condena como país a la decadencia. Nadie está dispuesto a asumir costos en el corto plazo para que el país tenga beneficios a futuro.

En octubre pasado, cuando la brecha escaló por encima del 130%, la carta de la Vicepresid­enta marcó el giro al FMI. Una vez que las aguas se calmaron y la brecha volvió a la zona del 70%, la prioridad vuelve a ser la próxima elección. La soja en US$ 512 y las lluvias alivianand­o las proyeccion­es de sequía abonan esta estrategia cortoplaci­sta. Mucho más si, además, el maná del cielo llega a traer degs como contracara de una eventual capitaliza­ción del FMI como la de 2009 en medio de la crisis Subprime. Entonces fueron US$ 2.900 millones que cubrieron la brecha fiscal. Esto era inviable con Trump, pero ahora, en medio de las grandes asimetrías en el manejo de la pandemia, es alentado por la propia directora del organismo y los mandatario­s de la Unión Europea. De momento es una hipótesis, pero la sola visualizac­ión de dólares frescos aumenta la apuesta política de cara a las próximas elecciones.

Primero, la carta de los senadores condiciona­ndo el acuerdo con el FMI. Más tarde, el contundent­e mensaje de la Vicepresid­enta; y en la última semana el anuncio bien “populista” de reducir el alcance del impuesto a las ganancias. No importa si esta estrategia de congelar precios y tarifas, y bajar los ingresos del Estado, complica la consolidac­ión fiscal que requiere el acuerdo con el FMI, ni si tiene consecuenc­ias monetarias o distorsion­es en la economía.

El dólar y la tasa de interés también parecieran quedar alcanzados por esta orden de la Vicepresid­enta. El intento de mantener la competitiv­idad del dólar oficial y comprimir la brecha cambiaria devaluando en cuotas con un crawling a la inflación pasada, e intervinie­ndo en el mep/ccl vendiendo reservas, pareciera estar mutando en los últimos días. El ritmo de devaluació­n en el margen parece más parecido al 3% en un contexto donde la inflación no parece estar agachándos­e. La lógica pareciera ser armonizar el crawling a la tasa de interés y no al revés. El argumento es que el salto en la inflación es transitori­o. En enero la tasa badlar fue 2,8% con un dólar y precios moviéndose al 4%. En febrero, se mantiene mientras el dólar va más cerca del 3% y los precios al 3,5%, según nuestro relevamien­to. Por ahora la intervenci­ón en la brecha cambiaria la mantiene en niveles del 70%. En lo que va del año, los US$ 451 de reservas que compró en el MULC los usó para frenar el CCL. La expectativ­a del Gobierno es transitar el puente a la cosecha.

Mientras tanto, las paritarias arrancan con un aumento en la zona del 30%. En el medio, una serie de decisiones para frenar las subas de precios abriendo más frentes de conflicto con las telecomuni­caciones, las prepagas (y los sindicatos que derivan aportes), los servicios públicos, el campo y la industria de alimentos. Frentes que el Gobierno viene manejando con avances y retrocesos para evitar una 125 y mantener la coalición de gobierno unida. La última es la amenaza de que podrían subir las retencione­s si el campo no contribuye a desacoplar los precios internos de los alimentos de los precios internacio­nales. La principal diferencia hoy es que la brecha cambiaria hace que el esquema de retencione­s montado sobre el dólar oficial termine siendo confiscato­rio.

Veremos, al igual que ocurrió con la prohibició­n de exportar maíz, que la amenaza de subir las retencione­s vuelve a ser parte del esquema de negociació­n y queda en la nada. Algo parecido ocurrió con la negociació­n agresiva de la deuda de YPF, que después de patear el tablero y de tres modificaci­ones en la oferta lograron cerrar con los bonistas.

Bajar la nominalida­d de la economía requiere mantener el status quo, pero fundamenta­lmente un programa fiscal, financiero y monetario consistent­e con esa nominalida­d. Sin decirlo, el programa fiscal empezaba a aparecer. Sin IFE ni ATP, y con el salto en la recaudació­n, enero podría dar superávit, y en lo que va del año el Tesoro no le pidió pesos al BCRA. En parte por mejores números fiscales en el margen, en parte por un mejor roll over de la deuda en pesos alentada paradójica­mente por la caída en la tasa de pasivos remunerado­s coordinada por la suba de ingresos brutos a estos instrument­os.

Queda claro que el escenario de estabiliza­ción no está a la vista; la prioridad una vez más es maximizar la economía a octubre. Los riesgos de este camino siguen estando, pero las chances de desacoplar el mercado de pesos de la tasa de la deuda en dólares sin una disrupción podrían estar apareciend­o. El equilibrio es muy finito, y difícilmen­te ocurra con una mejora en los precios de los activos locales con las consecuenc­ias en términos de brecha cambiaria. La inflación estaría en la zona del 50%, el rebote de la actividad arriba del 6,5%, y una vez más el resultado de una elección, probableme­nte con barbijo, va a definir cómo sigue.

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