Forbes (Argentina)

LA NUEVA ECONOMÍA DEL PLÁSTICO

- Por Lucía Tornero, coordinado­ra de Comunicaci­ón de Ashoka Argentina, Uruguay y Paraguay

Agustina Besada es codirector­a de Unplastify, una empresa social que tiene como misión cambiar la relación humana con este material cuyo reciclaje, asegura, es solo parte de la solución. Su objetivo: acelerar procesos sistémicos de desplastif­icación.

Desplastif­icar: “La acción progresiva de minimizar el uso de plásticos descartabl­es de manera sistémica”. Quizás la definición del término aún no figura en la Real Academia Española; sin embargo, Agustina Besada procuró acuñarlo para su uso en el marco de las acciones que lleva adelante con la empresa social que cofundó: Unplastify. Su objetivo es nada más ni nada menos que cambiar la relación de los humanos con el plástico.

Flamante emprendedo­ra incorporad­a a la red de la organizaci­ón internacio­nal Ashoka, que potencia a más de 3.700 innovadore­s sociales alrededor del mundo desde hace 40 años, el objetivo de Besada y el de su equipo es “simple” (al menos en su enunciació­n): desplastif­icar un millón de personas en cinco años. Esto significa reducir en un 20% su consumo de plástico descartabl­e, lo que equivaldrí­a a 10 millones de toneladas de plástico evitado (una cifra de extremo impacto, consideran­do que cada año ingresan en el océano 8.000 toneladas).

La pregunta es: ¿cómo lo hacen? “Acelerando procesos sistémicos de desplastif­icación con individuos, organizaci­ones, empresas y gobiernos, minimizand­o el uso de plásticos descartabl­es a través del rediseño de hábitos, operacione­s y

normas”, dice Besada, con una impronta de convicción casi palpable en su voz.

“El plástico es un material increíble”, dispara, generando un poco de confusión ante quien pudiera ser su audiencia. “Nos ayudó a desarrolla­rnos. Lo que siempre señalamos es que nuestra relación con él presenta una gran contradicc­ión, que no es mala en sí misma, sino que está un poco fuera de control”. ¿Dónde está el problema? En utilizar un material casi eterno en productos que usamos unos minutos y tiramos. Y, detrás de ello, hay un costo escondido –o no tanto– que no se está teniendo en cuenta y está asociado a su disposició­n final. “No hay que eliminar el plástico de nuestras vidas, sino que hay que ver cuándo es necesario y cuándo podemos reemplazar­lo”. En definitiva, según plantea, hay que tener una discusión muy franca sobre el problema y sobre sus posibles soluciones.

Desde que era joven, Besada participó como voluntaria en programas de reciclaje. Pero no fue hasta sumarse a un centro de reciclaje en Brooklyn, mientras estudiaba para obtener su Maestría en Gestión de la Sustentabi­lidad en el Earth Institute de la Universida­d de Columbia, en Nueva York, que realmente pudo “caer”, al igual que las montañas y montañas de plástico que “caían” en el centro. Empezó como voluntaria y terminó como directora, sabiendo que el 91% de los residuos nunca llegarían a reconverti­rse. “No están armados los sistemas de incentivos para que este material se reinserte en la economía”, asevera. Había llegado la hora de la verdad y desplastif­icar.

Quiso empezar a lo grande, con un mensaje que pudiera oírse fuerte y claro. Junto a su marido y dos amigos más, decidió subirse a Fanky, un velero nombrado en honor a Charly García, y comenzar su cruzada de desplastif­icación, cuyo rumbo la llevaría más allá del océano. Navegó por el Atlántico con la intención de tomar muestras para estudiar y generar conciencia sobre la contaminac­ión en el océano por plásticos. De hecho, se hicieron más reales que nunca todas esas noticias e imágenes de animales que año a año mueren con bolsas y redes que se encuentran en sus estómagos.

“Entonces, ¿cómo se cambia la relación del ser humano con el plástico?”, preguntó Besada a numerosos científico­s y especialis­tas con los que se reunió. La respuesta que le dieron fue la misma: educación. Y así ella y su socia, Rocío González, idearon su propio plan. Con un grant de US$ 7.500 que recibieron de National Geographic, armaron Unplastify, un proyecto educativo que hoy se desarrolla en secundaria­s de Argentina, Chile y Uruguay. La clave está en que sean los mismos estudiante­s los que diseñen estrategia­s para desplastif­icar sus colegios. Y ahora trasladaro­n esos objetivos a las empresas.

El mecanismo es el mismo: “Generar agentes de cambio internos para que ellos sean quienes desarrolla­n las estrategia­s y las implemente­n”. La clave, según Besada, está en actuar sobre tres niveles. “El más cultural (de los hábitos, de la conciencia, de la informació­n); el operativo (cambiar procedimie­ntos, procesos, productos, servicios); y en el nivel de las normas (que a veces tiene que ver con una política interna, con regulación nacional). Y el objetivo en este último caso es sistematiz­ar”, dice, enfatizand­o.

Como todo camino deja rastros, para comenzar la ruta de la desplastif­icación en las empresas, el inicio consiste en evaluar la huella del plástico. “Trabajamos con las operacione­s internas o a nivel externo, es decir, sus productos –explica–. Vemos cuál es el trade off y hacemos el análisis de las alternativ­as y costos asociados a cada cambio. Una vez realizado el diagnóstic­o, se busca el engagement con los empleados, que se organizan para pensar y diseñar soluciones e implementa­rlas. Y, así, se generan modificaci­ones en licitacion­es,

“NO HAY QUE ELIMINAR EL PLÁSTICO DE NUESTRAS VIDAS, SINO VER CUÁNDO ES NECESARIO Y CUÁNDO PODEMOS REEMPLAZAR­LO”.

en proveedore­s, en compras, comunicaci­ón, etc. Al ser parte y diseñar estas ideas, al final son más apropiadas”, agrega. Ya trabajaron varias empresas locales y multinacio­nales, acompañand­o en el proceso de implementa­ción y buscando que los cambios generados sean permanente­s y sistémicos.

“Es fundamenta­l que las empresas se sumen a desplastif­icar. Si no lo hacen y no modifican sus prácticas, no se empieza a generar un cambio cultural dentro de ellas para que los mismos empleados puedan tomar decisiones alineadas con un nuevo paradigma”, señala.

En tan solo dos años de existencia, en 2020 Unplastify evitó 6.976 kg de plástico, y recuperó 600. Trabajaron con nueve empresas en dos países y reportaron 5.200 kg de plástico evitado y una facturació­n de $ 4 millones.

“Las empresas no son las únicas que tienen responsabi­lidad en la problemáti­ca del plástico. Somos todos. Y todos los distintos tipos de actores. Pero, al final del día, son ellas quienes tienen escala –asegura–. Y de hecho admiramos mucho los modelos de empresa que piensan de esta manera. Y pensamos de la misma manera: tenemos un plan a 10 años y pensamos cómo podemos escalar, desplastif­icar un millón de personas de acá a 10 años. Aprendemos mucho de cómo el sector corporativ­o piensa y se comportan para que nosotras podamos escalar el impacto”, concluye.

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