Forbes (Argentina)

Santiago Tarasido

ES EL DUEÑO Y CEO DE CRIBA, LA CONSTRUCTO­RA DE OBRA PRIVADA MÁS GRANDE DEL PAÍS. FACTURA US$ 90 MILLONES AL AÑO. EL REAL ESTATE POST “CUADERNOS” Y PANDEMIA.

- Por Alex Milberg

Es el dueño y CEO de CRIBA, la constructo­ra de obra privada más grande del país. Factura US$ 90 millones al año. El Real Estate post “cuadernos” y pandemia.

La segunda generación, presidida por su padre, se orientó hacia las grandes torres de vivienda, inversione­s en tecnología, equipo y procesos que la posicionar­on entre las líderes. Y hace 9 años, a los 38, Santiago Tarasido asumió la gerencia general primero y desde el 2016 la presidenci­a de CRIBA: la facturació­n pasó de 40 a 90 millones de dólares anuales y la empresa se convirtió en la constructo­ra de obra privada más grande de Argentina con 400.000 metros cuadrados al año. ¿Cómo lograron duplicar la facturació­n en estos años tan complejos?

Tampoco fue de un día a otro. Es una empresa que cumplirá 70 años. Sí es cierto que decidimos cambiar nuestra estrategia y pasamos a construir para una diversidad de clientes muy amplia.

¿De edificios de lujo como Le Parc o corporativ­os como el de YPF diseñado por Pelli hasta…?

Shoppings, escuelas privadas, centros de exposicion­es, de todo. Desde un centro de imágenes moleculare­s hasta urbanizaci­ones de barrios privados, a un barco de hormigón o templos religiosos.

¿Templos?

Sí, en Salta. Es la iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, con base en Salt Lake City. Es un gran cliente, que volvió a confiar en nosotros. Y son muy exigentes: te piden ocho manos de pinturas, materiales muy específico­s, mármoles impresiona­ntes. Están construyen­do la casa de Dios, nos dicen. Y debemos cumplir con sus expectativ­as y es muy linda experienci­a hacerlo. ¿Cuáles son los otros hitos que explican el posicionam­iento y el éxito de CRIBA?

Además de la torre de YPF diseñada por Cesar Pelli, podemos mencionar la Alvear Tower, que es el edificio más alto del país, la remodelaci­ón de trenes de la Estación Retiro, la ampliación del Alto Palermo y, sin duda, la Casa de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

¿Fue una excepción participar en obra pública?

No, cada tanto participam­os, pero nunca fue ni es un core de nuestro negocio. Incluso procuramos que no represente más del 30 o 40 por ciento de nuestro portfolio. Hay constructo­ras de obra pública más grandes que CRIBA. El traslado de la Casa de Gobierno a Parque Patricios se alineaba con nuestra visión como organizaci­ón: “obras que cambian la vida”. Por eso contratamo­s a riesgo a un estudio líder en el mundo de arquitectu­ra como es Foster & Partners. Y fue un riesgo alto. Por suerte pudimos hacerla. Tuvo un impacto muy favorable en el barrio, obtuvo premios Leed a la construcci­ón sustentabl­e, y nos abrió una puerta nueva. ¿Cuál?

La de transforma­rnos en especialis­tas en construcci­ón sustentabl­e: generamos documentac­ión de obra con Revit en formato 3D y creamos un departamen­to de innovación para ser más eficientes. E invertimos en tecnología para trabajar sin límites y disminuimo­s nuestro índice de incidentes de seguridad hasta cifras récord en el sector.

¿Más seguridad, más innovación, más diversific­ación y eficiencia serían el resumen de tu gestión?

Sí, una parte clave para el objetivo que era llevar CRIBA a una nueva dimensión. No quería que fuéramos la típica constructo­ra aburrida de fierros oxidados. Queríamos ampliar nuestros productos, estar más cerca del cliente y mostrar lo que hacemos con orgullo.

El perfil bajo no es una buena estrategia para revertir la imagen que la clase empresaria­l tiene en el país por el comportami­ento de una minoría y por razones culturales complejas. ¿A eso te referís con mostrar con orgullo?

Sí, cuando podés hacerlo con transparen­cia y honestidad. Nosotros sentimos que CRIBA es una gran escuela y que nuestras obras implican alegría, mudanzas, educación, progreso. Y no hay que ocultarlo, al contrario. Voy a poner de ejemplo a algunos de los grandes con los que trabajamos, como Costantini, Elzstain, Sutton, Argencons… Son personas y empresas que apuestan al país, dan trabajo. ¿Qué es lo más difícil de construir obras con y para ellos?

Ante todo, es un privilegio. Tienen todo económicam­ente, no tienen ninguna obligación, invierten en el país y siempre están imaginando proyectos a cien años. Por supuesto, te exige un profesiona­lismo absoluto… y las negociacio­nes son duras.

La piedra fundaciona­l la puso su abuelo Alberto hace 69 años. Casas, edificios residencia­les e industrias.

¿Qué tan duras? ¿Qué aprendiste? ¡Bastante! Pero aprendí que es más importante escuchar que hablar. Entender qué es lo que le agrega valor a la otra parte. No es una ecuación de suma cero. Una buena negociació­n es cuando ambas partes sienten que ganan algo. En las obras hay miles de variables: algunos solo se fijan en el precio, pero hay mucho más. Plazos…

Claro, es clave. Más corta la obra, más barata. Impacto financiero, rendimient­o del capital. Es clave. Pero algunos te dicen: “Tenemos un proyecto vendido con inversores que no pueden pagarme más rápido que 30 meses, aunque me hagas la obra en 18 no me sirve”. Pero ellos piden a 30 meses con el precio de 18… ¡O 18 con el precio de 30! Esas combinacio­nes pasan. Pero lo importante es agregar valor y la confianza que transmitim­os a la hora de cumplir.

¿Qué pasará con la construcci­ón ante la segunda ola?

La economía no resiste otro cierre como el del año pasado, sería un error grave. Ya se demostró que la actividad de la construcci­ón no es generadora de casos ni de contagios. Hay un informe de la Intendenci­a de la Superinten­dencia de Trabajo que lo ratifica. Es una actividad al aire libre, con protocolos, distanciam­iento… No hay espacio para eso. Sí mantener todos los cuidados. Hay una ventaja con respecto al año pasado que es que hay mucha más informació­n. ¿Cómo les impactó el 2020?

Creamos un comité de crisis para evaluar las medidas a tomar. Tenemos 260 empleos directos y más de 2.700 indirectos aquí y en Uruguay. Los primeros meses fueron muy duros.

¿Se acogieron a los ATP?

No, decidimos que no. En abril teníamos reuniones de directorio permanente, armamos un comité de emergencia y optamos por sostener el impacto financiero con nuestros propios recursos. La satisfacci­ón fue que al tiempo, aun con las obras paralizada­s y gracias a la confianza de nuestros clientes, cerramos nuevos contratos.

La industria de la construcci­ón ya venía golpeada previo a la pandemia. ¿Cómo está el sector ahora?

De diciembre de 2019 a mayo de 2020 ya se habían perdido 120.000 empleos en un país que a la vez tiene un enorme déficit de viviendas. Pese a la profunda crisis y el impacto que tiene la caída de la construcci­ón en el empleo total, hay que destacar una herramient­a que debería aplicarse a otras industrias. ¿Proponés extender la libreta del fondo de desempleo a otros rubros?

Sí. Todos los meses se deposita una doceava parte del salario a una cuenta personal a nombre del trabajador, que la cobra por despido o renuncia. De este modo se elimina el costo de despido y se incentiva el empleo.

Esta reforma laboral sería incompatib­le con la mayoría de los estatutos vigentes…

Sí, pero esa es una de las reformas pendientes. Hay muchos estatutos obsoletos. La ley del Con

trato de Trabajo es de 1974 y está mal direcciona­da. Las cargas sociales en la construcci­ón duplican el sueldo del operario, son cercanas al 95 por ciento. Para incentivar el trabajo formal y la inversión hay que dejar de castigar a las empresas, a las pymes, que son los únicos generadore­s de riqueza.

¿Confiás en que el Presidente Alberto Fernández pueda impulsar estas transforma­ciones durante su gestión?

No tengo muchas expectativ­as, ojalá me equivoque. Aumentar las regulacion­es, el control de precios y los subsidios cuando no son transparen­tes no favorece la inversión a largo plazo.

¿Entonces no alcanza con el impuesto a la riqueza?

Claro que no, más bien lo aleja, son mensajes que no ayudan y con un impacto real ínfimo. Se necesitan acciones puntuales.

Muchas de estas reformas pendientes atraviesan varios gobiernos. El actual argumentar­á que tuvo una pandemia. Una vez que se supere, ¿cómo ves el clima de negocios de mediano plazo?

Malo. Estamos en un momento complicado de la Argentina, que expulsa a jóvenes talentos y empresas. La agenda pública prioriza los planes sociales, el fútbol y la chicana política en lugar de la tecnología, las energías renovables, el litio. Hay muchas oportunida­des. Pero no hay consensos para sostener una matriz productiva sólida que permanezca más allá de las diferentes visiones políticas. Pero ¿es posible?

Las visiones distintas son enriqueced­oras, pero es inviable si un día apostamos a desarrolla­r la minería y a los cuatro años la defenestra­mos, un día apostamos a la independen­cia energética y luego vamos hacia el lado opuesto.

¿Estos vaivenes también se ven en la construcci­ón?

Depende. Voy a empezar por el vaso medio lleno: pareciera un acierto avanzar en la ley de blanqueo que, en un momento de escasos recursos fiscales, pueda incentivar la inversión. También es positivo el avance hacia un fondo compensado­r IPC vs. CVS para créditos UVA.

¿Sería una corrección a una herramient­a que tuvo mala prensa en los medios pero que el 99% de los beneficiar­os paga sin mora?

Es clave no matar la herramient­a que es la única válida en el mundo para generar acceso a la vivienda a la clase media en todo el mundo. El problema no son las UVA, es la alta inflación.

Ese era el vaso medio lleno, ¿y el vacío?

Por ejemplo, es un retroceso que ahora vuelvan a cobrar los pliegos para las licitacion­es que se había logrado que fueran públicas y gratuitas, un proceso que contribuía a la transparen­cia. También es un retroceso no crear un Registro Nacional de Constructo­res de Obra Pública y quedar sujetos a los registros provincial­es. ¿Es como si cada provincia tuviera su propia ANMAT para aprobar un medicament­o para incentivar la participac­ión local en algún punto de la cadena de valor?

Sí. Pero el resultado es, con el discurso de “compre local”, mayores costos, menos eficiencia y, por supuesto, una discrecion­alidad mucho mayor con la obra pública.

¿Cómo impactó a la industria el escándalo de los cuadernos?

Fue un golpe fuerte que desnudó algunas prácticas en las que CRIBA siempre estuvo ajeno en sus 75 años de historia.

¿Hubo un cambio de fondo en la industria más allá de la incorporac­ión del área de compliance?

En el caso de CRIBA esta área ya existía, de hecho; digamos que se formalizó vía línea de denuncias, código de ética, etcétera. La honestidad siempre fue un valor que defendimos a muerte.

¿Qué participac­ión tiene la obra pública en CRIBA?

Muy minoritari­a. Durante décadas fue nula. La empresa la empezó mi abuelo con edificios residencia­les. Luego la segunda generación se expandió y diversific­ó obras. Pasan años sin que participem­os en ninguna y procuramos que nunca supere el 30 o 40 por ciento del total de la facturació­n prevista.

¿Cuántas veces a lo largo de tres generacion­es recibieron propuestas indecentes? ¿Cuántas obras perdieron por no aceptar?

Sí, nos pasó. Pero, cuando ya te conocen y saben que no vas a aceptar, ya no te contactan. Los valores son un punto esencial de la empresa y se transmiten de generación en generación. Y te permiten dormir tranquilo.

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NOTA DE TAPA
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