DE JÓVENES PARA JÓVENES En su último año de colegio, Lara Pizarro decidió, junto a dos amigos, crear juegos educativos para revolucionar la forma de enseñar y aprender.
Q“Queríamos hacer un producto para jóvenes hecho por jóvenes”, explica Lara Pizarro, refiriéndose a su empresa social Hexar, cuyo objetivo es crear videojuegos educativos y experiencias lúdico-digitales para enseñar ciencias duras a los jóvenes de América Latina. “Queremos revolucionar la forma de aprender”, dispara con contundencia, casi sin percibir la magnitud de su declaración. Está por cerrar la jornada laboral. Se encuentra rumbo al aeropuerto; es tiempo de tomarse unos días e ir a escalar al Sur de Argentina. Sin embargo, esto no es excusa para desconectarse de sus obligaciones. Como buena nativa digital, lleva la computadora y el teléfono para conectarse remoto desde la montaña. Así es Lara quien, con tan solo 20 años, ya tiene en la mira 420 colegios del Gran Buenos Aires por revolucionar.
Pareciera que lleva la ciencia en la sangre: su madre es ingeniera en sistemas y su padre ingeniero nuclear, pero eligió estudiar Sociología, carrera de la cual se graduó el año pasado en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Pero el verdadero interés por la ciencia surgió cuando se anotó en el Laboratorio de
Jóvenes Innovadores de la Fundación Eidos, para mejorar procesos de aprendizaje escolar. En aquella experiencia, conocería a sus actuales socios (Shanik Cuello, de 21 años, y Constanza Criado, de 24) y juntos armaron el equipo que dio vida a Hexar.
“Veíamos que la ciencia y las matemáticas se enseñaban de forma muy pasiva y que los profesores no lograban transmitir cuáles son las bases para crear algo nuevo. Faltaba motivar la curiosidad, tan solo se mostraban fórmulas. Entonces, sentimos que teníamos que hacer algo para cambiarlo. Queríamos que la escuela sea una nueva pasión y no una obligación”, asevera.
¿Cómo surgió esa primera idea?
Se nos ocurrió hacer videojuegos porque... ¿a qué chico no le gusta jugar? Pero nos faltaban dos cosas claves: plata y saber programar. Así que buscamos otra posibilidad, porque nuestro objetivo era cambiar la realidad en las aulas. Así surgió Hexar, con el “kit cerebro”, una serie de juegos de mesa hechos con materiales que se encuentran en la casa de cualquier chico de 17 años. Inversión: cero. Después, nos animamos a utilizar software libre y crear productos de realidad virtual. Porque sabíamos que para llegar a nuestro público (en definitiva, era gente de nuestra edad) teníamos que ser atractivos.
¿Cómo dieron el salto?
Nos dimos cuenta de que para realmente crecer con los juegos necesitábamos inversión. Así que ahí empezó la operación “tocar puertas”. Logramos dar con la Fundación EIDOS y el Ministerio de Educación de la Nación. Querían hacer 10 juegos virtuales en tres meses, con una inversión de US$ 31.000. Por distintos motivos, no pudimos avanzar con la aplicación. Sin embargo, un tropezón no es caída y, como dicen, lo que no te mata te fortalece. En el mundo digital, hay que estar acostumbrados a los cambios constantes, ser flexibles y adaptarse a las diversas situaciones. A fines de 2019, principios de 2020, deci
dimos que, sea como sea, íbamos a alcanzar nuestro objetivo de revolucionar la forma de aprender.
¿Buscaron nuevos inversores?
No. Esta vez no tocamos puertas para pedir capital, sino para vender. Luego de horas de brainstorming surgió la idea de ser una empresa social con dos unidades de negocios. La primera es crear juegos de inteligencia artificial para organizaciones, en su mayoría privadas, que pueden usarse para capacitaciones, enseñanza de protocolos de seguridad, entre otros. La segunda es una plataforma de juegos educativos, que no solo permite al alumno adquirir nuevos conocimientos de química, matemática o biología, sino que presenta un panel de control para que el docente pueda evaluar el desempeño, y así conocer qué hay que reforzar. La segunda se solventa con la primera. El primer año logramos facturar US$ 100.000. Las ganancias de la primera unidad hacen que sea rentable la segunda. Nuestro objetivo es transformar la educación, no aumentar ganancias sin gestar impacto y, en definitiva, un cambio sistémico. También participamos de un programa de incentivos como el Invisibile Beauty Makers que impulsa Ashoka junto a Puig, por el cual obtuvimos una beca de 3.000 euros.
¿En qué estadio está hoy la platafor
ma educativa? ¿Está funcionando?
Está en desarrollo y constantemente hacemos pruebas con más de 420 escuelas; ellos nos ayudan a reformular y mejorar el producto. Estimamos lanzar esta segunda unidad en diciembre.
¿Cómo es el joven de Latinoamérica al que apuntan?
Tiene mucha energía, pero dispersa. Creo que hay un sentimiento de “no nos escuchan”. Los jóvenes están siempre en el menú de discusión, pero nunca en la mesa y son la base poblacional mayoritaria en nuestra región. Sin embargo, no les damos lugar a opinar. Los tratamos como si fueran proyectos de personas, y no personas con proyectos. Tienen mucho que decir, hay que escucharlos, hacerlos parte, son nuestros agentes de cambio. Tienen la energía para hacer de todo pero, si no los motivamos, no harán nada.
¿Desde dónde se puede generar este cambio más estructural?
Desde la educación. El sistema educativo actual no está preparando a los jóvenes para el futuro del trabajo, que conduciría a un desarrollo próspero de nuestra economía. De hecho, ocho de cada diez profesores no se sienten calificados para preparar a los chicos; seis de cada diez no alcanzan conocimientos mínimos de ciencia y tecnología, que sin dudas son las áreas que aportan mayor conocimiento y así desarrollo. Entonces, me animo a decir que no estamos preparando a los chicos para el mundo del mañana, ni para el constante cambio que vivimos. Hay que trabajar en una educación de calidad y que motive al alumno, para que descubra por qué está dispuesto a comerse el mundo, y así transformarlo en función de sus pasiones.
¿De dónde viene el nombre Hexar?
Viene de hexágono, una figura muy compleja en las ciencias duras, y el “ar” alude a Argentina, porque somos un producto nacional, que quiere impactar en su territorio; y, por último, es un verbo porque es querer transformar.
“HAY QUE TRABAJAR EN UNA EDUCACIÓN QUE MOTIVE AL ALUMNO, PARA QUE DESCUBRA POR QUÉ ESTÁ DISPUESTO A COMERSE EL MUNDO Y TRANSFORMARLO EN FUNCIÓN DE SUS PASIONES”.
Brad Norman aprovechó el impulso que le dieron los Premios Rolex a la Iniciativa en 2006 para encontrar una manera de monitorear cada ejemplar del pez más grande de la tierra. Un algoritmo de la NASA, el mapa de las estrellas y la ayuda de “científicos ciudadanos” son sus herramientas.
Una vida de aventuras bajo el mar detrás de los pasos del pez más grande del mundo, Brad Norman supo que ese era su destino cuando se cruzó por primera vez con un tiburón ballena. ¿Existe? Sí, y corre riesgo de desaparecer. Por eso, el biólogo marino australiano decidió dedicar su carrera a investigar esta especie en peligro rodeada de misterios. Y consiguió grandes avances al encontrar una manera de identificar y monitorear cada ejemplar, a partir de un algoritmo desarrollado en la NASA y la colaboración de “científicos ciudadanos”
“Los tiburones ballena están amenazados. En los últimos años, su número disminuyó enormemente. Nuestro principal objetivo es usar nuevas tecnologías para averiguar dónde se reproducen y qué zonas son importantes para su supervivencia y poder protegerlos”, aseguró el también experto en buceo. En 2006 fue Laureado de los Premios Rolex a la Iniciativa y eso le permitió construir una base de datos (llamada The Wildbook for Whale Sharksy) y emprender acciones internacionales para proteger a este gigante dócil.
Fue el gran incentivo que necesitaba el investigador, quien muy pronto logró reclutar a miles de alumnos de escuelas, turistas y buceadores para que tomaran imágenes e informaran sobre encuentros con esta especie.
Cualquiera que al sumergirse en el océano tenga la suerte de toparse, cámara en mano, con un tiburón ballena puede luego ingresar la foto en el sitio web whaleshark.org
para su identificación. Hoy cuenta con 75.000 registros de avistamiento de 12.000 animales fotografiados por 9.000 ciudadanos científicos de 54 países.
DEL ESPACIO AL OCÉANO
“Los tiburones ballena son enigmáticos –asegura Norman–. Mi objetivo es conocer más sobre quienes habitan nuestros océanos para conservarlos para las generaciones venideras”.
Llamarlos “enigmáticos” no es caprichoso. Escasea la información sobre este pez enorme. Se sabe que puede llegar a los 18 metros de largo, no tiene dientes y se alimenta de plancton y cardúmenes. Pasa la vida deambulando por las aguas tropicales y no hay mucha más información.
Cuesta verlo, porque suele habitar por meses las profundidades. Pero, cuando se produce el encuentro, surge la magia. Esta especie cuenta con una particularidad maravillosa: un cuerpo con manchas que parecen estrellas. Y lo curioso es que cada ejemplar tiene su propia “constelación”.
Claro que no fue nada fácil identificar uno por uno. Para lograrlo, Norman tuvo que recurrir a las herramientas para estudiar el espacio de la mismísima NASA. La fórmula matemática de reconocimiento de patrones que utiliza el Telescopio Hubble para mapear estrellas permitió etiquetar individuos y así reconstruir patrones de migración y territorio. “Usamos el algoritmo para comparar miles de fotos.
Funcionó: logramos reconocerlos individualmente”, aseguró el experto.
Y lo mejor de todo es que cualquiera puede ayudar en la investigación del tiburón ballena. La información que recaba Norman se desprende, principalmente, de la comunidad de “científicos ciudadanos” de todo el mundo que comparte sus fotografías. No solo genera datos clave, sino que despierta el interés general que ayuda a la conservación de la especie.
“Los Premios Rolex me permitieron expandir el proyecto a todo el planeta. Así que ahora tenemos uno de los programas de vigilancia animal más completos del mundo. Actualmente, personas de más de 50 países nos ayudan a vigilar a esta especie amenazada”, aseguró el biólogo.
VIDA ACUÁTICA
Descubridor y valiente ante lo desconocido, Norman se pasa la mayor parte del tiempo vestido de buzo, con antiparras y patas de rana, en el arrecife australiano Ningaloo. Sus inicios, en 1994, fueron a pulmón. Los operadores de botes turísticos lo llevaban de acá para allá gratis, el organismo australiano de conservación de parques naturales (Department of Parks and Wildlife) le cedió un espacio para que montara una oficina, el restaurante local le proporcionó comida y encontró alojamiento gratuito en casas rodantes de amigos.
Lo suyo fue tejer redes. Y los Premios Rolex a la Iniciativa, además de hacer avanzar su investigación, lo llevaron a sumar una colaboración clave. Pues cuando Norman cambió su traje de neoprene por una camisa con corbata para asistir a la ceremonia de los galardones en
India, aquel 2006, conoció a otro laureado que resultó ser un importante aliado. Era Rory Wilson, investigador de la vida silvestre e ingeniero talentoso, quien creó para los animales el equivalente a una “caja negra” de avión.
Juntos equiparon algunos tiburones ballena con los sensores electrónicos Daily Diary de Wilson para poder observar su comportamiento. Estas etiquetas satelitales y cámaras abrieron el camino para estudiarlos como nunca antes.
Fundador de ECOCEAN, que desde 2006 se ha convertido en la principal organización no gubernamental de investigación de tiburones ballena, Norman se transformó en un líder defensor de la especie en todo el planeta. Con sus informes, logró incluir al pez en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) como especie en peligro. También ayudó a impulsar iniciativas globales para prohibir el comercio de los productos del tiburón ballena y desarrollar el Memorando de Entendimiento de la ONU para la protección de la especie.
Además, creó el programa escolar “Carrera alrededor del mundo”. El objetivo es que los estudiantes rastreen ejemplares y dibujen el mapa aún inexplorado de la migración del tiburón ballena.
Con todo, no extraña que en 2019 fuera nombrado miembro de la Orden de Australia (AM) por su “importante servicio a la ciencia como biólogo marino”. El galardón lo empuja a seguir con la misma pasión que pone desde hace 26 años. Su trabajo es complejo, pero no piensa flaquear. Sabe que cuenta con una poderosa red de colaboradores.