DEL JUEGO A LA REALIDAD
Antonio Aracre, presidente de Syngenta para Latinoamérica Sur, arrancó su carrera en un laboratorio farmacéutico suizo. Pero desde chico jugaba al banquero e inversor.
“Mi plan de carrera empezó de chico. Cuando mis amigos se divertían jugando al fútbol, yo padecía esa eterna espera de las dos filas indias en las que los más torpes en la destreza deportiva íbamos quedando irremediablemente y siempre al final en la formación de equipos”, recuerda Antonio Aracre, presidente de Syngenta para Latinoamérica Sur. “Yo me divertía jugando al banquero”, admite. Así, acompañaba a su papá al banco y se traía las boletas de depósito o extracción de dinero que estaban en los mostradores de aquellos tiempos. Sus juegos en la vereda: “La idea era convertirnos en pequeños empresarios que venían a mi stand en búsqueda de algún préstamo para invertir en su nuevo negocio; casi sin darme cuenta, y muy intuitivamente, estaba evaluando sus casos de negocios como si fuera una ronda de inversores”. La elección de Ciencias Económicas como carrera fue, dice, “cantada”.
Uno de sus primeros empleos fue en un laboratorio farmacéutico suizo muy tradicional. “Al principio sentí que no encajaba ahí. Mis compañeros eran rubios y mayormente descendientes de alemanes. Lo mío era la tez oscurita y una madre calabresa. Pero tuve un hada madrina, Ercilia Bertagnini, controller del grupo, quien me enseñó todo lo que la facultad no te da”, recuerda Aracre. El contador público por la UBA, recibido con medalla de honor, asegura que su mentora lo hizo perfeccionar su inglés, le explicó que hay ventanas de oportunidades para visibilizarse que solo se aprovechan si uno va bien preparado, y lo introdujo en “el arte de la buena política corporativa, donde lo único que te sostiene a largo plazo es una gestión de excelencia que te distinga con la palabra clave que todos los accionistas buscan en su management: confiabilidad”. Su carrera profesional incluye también experiencias en Pistrelli, Diaz y Asociados, Ciba Geigy y Novartis, y ocupa su posición actual en Syngenta desde 2011.
“La mejor herencia que me dejaron mis viejos fue el hambre. Hambre de progreso con la que crecimos quienes no nacimos en cunita de oro. Lo que antes se conocía como el círculo virtuoso de la movilidad social ascendente que era posible gracias a una educación pública de excelencia. Soy un orgulloso exponente de esa Argentina”, cierra.