Déficit fiscal: un freno al crecimiento
Hace ocho años que el país está inmerso en una estanflación de oferta originada por la mala política fiscal. La financiación con inflación o con deuda. El caso chileno. Por qué la situación sigue siendo tan grave.
Hace ocho años que el país está inmerso en una estanflación de oferta originada por la mala política fiscal. Por qué la situación sigue grave.
UN PROBLEMA CRóNICO
Como venimos sosteniendo desde principios de año, el gobierno de Cambiemos será exitoso sólo si logra que Argentina recupere el sendero del crecimiento perdido. Ergo, habrá éxito si y sólo si el PBI per cápita de diciembre de 2019 es sustancialmente mayor al que existía en diciembre de 2015.
No es sencillo, el PBI per cápita casi no creció en 2008/2015 (+1,8% punta a punta) y cayó en 2012/2015. En otras palabras, hace ocho años que Argentina está inmersa en una estanflación de oferta cuyo origen es la mala política fiscal. El aumento desmedido del gasto público y del déficit fiscal, aún con presión tributaria récord, son los que alimentan el proceso de estancamiento del nivel de actividad con elevados niveles de inflación (estanflación).
Suele observarse que a medida que se acumulan déficit fiscales crecientes, el estancamiento y el proceso inflacionario se profundizan año tras año. La mala política fiscal con abultados déficits fiscales no es un fenómeno nuevo, sino todo lo contrario. Se trata de un comportamiento sistemático que ya tiene más de 50 años.
La acumulación de altos déficits fiscales en forma permanente y constante impide que nuestra economía crezca en serio y en consecuencia deterioran la calidad de
El gobierno no sólo no resuelve los problemas de fondo, sino que los agrava cambiando la fuente de endeudamiento.
vida de los ciudadanos.
Este comportamiento de mala política fiscal y la acumulación de déficits fiscales insostenibles que se financian alternativamente con impuesto inflacionario (emisión monetaria “de más”) y/o deuda son la explicación de la decadencia argentina y su pérdida de PBI per cápita.
EL CASO CHILENO. La evidencia empírica avala que la mala política fiscal y los permanentemente abultados déficits fiscales están detrás de la magra performance en materia de crecimiento. En este sentido, es muy útil comparar Argentina y Chile.
La historia de Argentina y Chile de los últimos 50 años tiene el mismo comienzo: el problema del déficit fiscal. Ambos países poseían déficit fiscal en la década del ‘60 y ‘70. Sin embargo, lo que para Argentina continuó siendo constante, en Chile fue un firme cambio de comportamiento.
Desde 1961 a la fecha (56 años), Argentina tuvo déficit fiscal el 93% de ese tiempo, mientras que Chile sólo el 57%. Pero el gran cambio se da en los últimos 30 años. A grandes rasgos, se puede decir que Chile pasó a tener superávits fiscales desde mediados de los ‘80, que se consolidaron a partir de los 90, mientras que Argentina siempre tuvo elevados déficits fiscales.
Argentina sólo tuvo superávits en los años de Néstor Kirchner, beneficiándose del default (no se pagaban intereses de deuda) y del tipo de cambio sobre devaluado. Tomando un promedio de los resultados financieros y fiscales para cada caso desde 1993 al 2015, Argentina obtiene un déficit financiero de 2,1% del PBI.
Por el contrario, en el mismo lapso, Chile obtuvo un promedio de superávit fiscal de +1,2% del PBI. Las políticas fiscales opuestas (deficitaria contra superavitaria) conducen a resultados también opuestos en materia de inflación y PBI per cápita.
Permanentes y crecientes déficits fiscales llevan a elevada inflación con estancamiento económico y caída del PBI per cápita. Por el contrario, superávits fiscales llevan a crecimiento económico “en serio” con aumentos de PBI per cápita.
Es más, el ahorro público acrecienta la masa total de ahorro disponible en la economía permitiendo que la inversión pública sea financiada con recursos genuinos (ni deuda, ni inflación) sin generar crowdingout del sector privado ni volatilidad del tipo de cambio.
En otras palabras, con superávit fiscal aumenta la probabilidad de que la inversión pública complemente a la inversión privada incentivando su aumento, y por ende que se favorezca el crecimiento “en serio” de la economía. Por el contrario, con déficit fiscal lo más probable es que la inversión pública sea sustitutiva de la privada y no sirva para estimular el crecimiento.
Concretamente, en el período 1991/2015 Chile tuvo en promedio superávit fiscal (+1,2%) mientras
A medida que se acumulan déficit fiscales crecientes, el estancamiento y la inflación se profundizan año tras año.
que Argentina presentó déficit fiscal (2,0%), lo cual se tradujo en que la inflación chilena (+5,4%) fuese un tercio de la inflación Argentina (+16,2%). Ya en los años 2000 los números se hacen aún más contundentes.
El superávit fiscal chileno (+1,05%) se tradujo en una inflación promedio anual de +3,4%, mientras que el déficit fiscal argentino (1,8%) nos condujo a una inflación de +20,9%. En 2008/2015 el déficit fiscal de Argentina (3,8%) repercutió en una inflación de +25,2% promedio anual. Del otro lado, en Chile (0,4%) con equilibrio fiscal la inflación fue de +3,5% promedio anual.
En este contexto, el déficit fiscal argentino se tradujo en elevados niveles de inflación que impactaron negativamente en el PBI per cápita y en la calidad de vida de los argentinos. Por el contrario, el superávit fiscal chileno es la piedra fundamental de sus bajos niveles de inflación y de la mejora de su PBI per cápita y calidad de vida.
Chile nos da una lección mostrándonos cómo la responsabilidad fiscal es fundamental para lograr controlar la inflación y sentar las bases mínimas e indispensables para, a partir de buenas políticas económicas, tener chances de crecer sostenidamente, incrementar el PBI per cápita y mejorar la calidad de vida de los habitantes.
De hecho, Chile tiene una tendencia a acercarse a los primeros
La política fiscal es consistente con las metas de inflación si los déficits fiscales se perciben como transitorios.
puestos del ranking mundial de PBI per cápita, mientras que Argentina permanece estancada en torno al puesto 50, bien lejos del puesto 10 que tenía hace 70 años atrás.
EXPERIENCIA. Es más, la solvencia fiscal no sólo es clave, sino que es imprescindible para que el sistema de metas de inflación elegido por el BCRA sea efectivo para bajar la inflación y sirva para sentar las bases para volver a crecer “en serio”. De hecho, en las últimas jornadas monetarias del Banco Central los ex presidentes de los bancos centrales de Chile y Brasil fueron concluyentes en este sentido.
Arminio Fraga, ex presidente del Banco Central de Brasil en el período 1999 2003, afirmó que “las metas de inflación son buenas, pero no van a funcionar si no están respaldadas por otros aspectos, en particular el fiscal”. El ex banquero central agregó luego: “Es necesario un trípode compuesto por responsabilidad fiscal, metas de inflación y tipo de cambios flotante. Se necesita una combinación de cosas, pero no hay
nada más importante que tener un régimen fiscal sólido”.
Por otro lado, José de Gregorio, ex presidente del Banco Central de Chile explicó que “las causas principales de la inflación son razones fiscales y la falta de credibilidad, es decir, la debilidad institucional paracomprometerse con una inflación baja”.
En este contexto y de acuerdo con nuestro análisis, la meta de inflación 2017 (17%/12%) será cumplida porque la política monetaria seguirá siendo prudente, porque la demanda de dinero aumentará el próximo año y porque el mercado descuenta que se conseguirá todo el financiamiento necesario para “pagar” el déficit fiscal. Sin embargo, las metas de inflación de largo plazo (2018 y 2019) son otro cantar y se cumplirán sólo si la política monetaria es creíble, para lo que hace falta bajar el déficit fiscal en serio.
En otras palabras, las metas se cumplirán sólo si hay coordinación entre la política fiscal y la política monetaria; la primera, bajando el déficit y la segunda, reduciendo la inflación.
La política fiscal es consistente con el programa de metas de inflación sólo si los déficits fiscales se perciben como transitorios, es decir que tengan una marcada trayectoria descendente. Caso contrario, el endeudamiento alimenta la cuenta de intereses y contribuye a un mayor déficit fiscal futuro y las metas de inflación 2018 (12%/8%) y 2019 (5%) pueden quedar amenazadas.
La solvencia fiscal no sólo es clave, sino que es imprescindible para el sistema de metas de inflación.
Y aquí emergen los problemas. El presupuesto 2017 propone una reducción del déficit financiero consolidado de 8,5% (2016) a 7,9% (2017) del PBI. En realidad, en E&R contemplamos que el déficit no se reduciría durante el año siguiente sino que crecería hasta 8,8% del PBI e incluso, bajo un escenario que complique la posibilidad de realizar ciertos ajustes, podría trepar al nivel de 9.0%/9.5%.
En este contexto, los déficits fiscales no son percibidos como transitorios, ya que aumentan año tras año en la última década, y ponen en peligro el cumplimiento de la meta de inflación en el largo plazo.
Pero además, el problema es que para volver a crecer “en serio” no alcanza con sólo bajar la inflación. Hay que bajar la inflación y además bajar la presión tributaria que ahoga al sector privado desincentivándolo a que invierta, expanda su capacidad de producción y genere puestos genuinos.
Así, se entiende que el actual déficit fiscal de Argentina es más grave y problemático que en las décadas anteriores, porque ahora es con presión tributaria record; y en consecuencia no se puede corregir subiendo impuestos. En números redondos, tenemos un gasto público y una presión tributaria nacional que ascienden a 45% y 37% del PBI, lo cual nos acerca a un desequilibrio fiscal equivalente al de los ‘80 y apenas por debajo del que existía previo al Rodrigazo.
En este marco, si se tiene en cuenta que la elevada presión tributaria ahoga al sector privado y no deja que la economía crezca, es imprescindible bajar impuestos. Por lo cual la corrección fiscal tiene que tener un mix de baja de impuestos con una disminución del gasto público aún mayor de manera que el déficit disminuya. Y, al menos por ahora, el gobierno de Cambiemos está yendo en el sentido contrario: aumenta el déficit en 2016 y proyectamos que continuará incrementándolo durante 2017.
Es decir, el gobierno de Cambiemos no sólo no resuelve los problemas de fondo, sino que los agrava pero cambiando la fuente de endeudamiento que pasa a ser la toma de deuda. En este marco, lo más probable es que haya un rebote del nivel de actividad en 2017, pero no un crecimiento “en serio” en el largo plazo.
Sin cambios de estrategia, lo más probable es que el sistema macroeconómico ajuste en 2018.
En este marco, el PBI per cápita seguirá estancado o cayendo marginalmente como en los últimos cuatro años.