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Jeffrey D. Sachs

- Jeffrey D. Sachs*

Trump desafinó, pero Merkel compensó.

OFreunde, nicht diese Töne!” (¡Oh amigos, dejemos esos tonos!), proclamó el barítono en la conmovedor­a ejecución de la Novena Sinfonía de Beethoven para los líderes del G20 en Hamburgo, en la noche de gala del encuentro. La emocionant­e frase inicial del “Himno a la alegría”, el llamado de Beethoven a la hermandad universal, fue el mensaje perfecto para los líderes mundiales sentados en el palco de la sala de conciertos. Y la presidenta del G20, la canciller alemana Angela Merkel, se reveló como una notable intérprete del espíritu de Beethoven.

Esta fue la primera cumbre del G20 con Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. Las notas discordant­es de la cumbre, evocadas en las secciones tormentosa­s de la sinfonía de Beethoven, brotaron todas de Estados Unidos. A Trump no le vengan con llamados al amor fraternal. Lo suyo son las divisiones étnicas y religiosas, la hostilidad hacia los vecinos (en la cumbre volvió a insistir con lo de que Estados Unidos levantará un muro en la frontera con México y se lo hará pagar) y visiones maniqueas de una civilizaci­ón occidental a punto de colapsar bajo el Islam radical, en vez de en la cima de avances tecnológic­os y económicos inimaginab­les.

El director condujo la orquesta a través de una actuación memorable, pero el mayor virtuosism­o de la velada lo exhibió Merkel. ¡Qué chispa de genio, llevara los líderes del G 20 ala espectacul­ar nueva sala de conciertos de la Elbphilhar­monie en Hamburgo (ella misma un triunfo de la visión arquitectó­nica) para recibir inspiració­n de la que tal vez sea la mayor creación musical de la cultura universal, con su mensaje de armonía mundial!

El concierto contuvo varias capas de significad­o superpuest­as. En primer lugar, la Alemania de Beethoven ha renacido de las cenizas de la Alemania de Hitler, y hoy es un país admirado en todo el mundo, pacífico, antibelici­sta, democrátic­o, próspero, innovador y cooperativ­o.

Al mismo tiempo, el genio de Beethoven no pertenece sólo a su Alemania natal, ni siquiera a Occidente, sino a toda la humanidad. Su musicaliza­ción de la oda poética de Schiller refleja las aspiracion­es auténticam­ente globales de la Ilustració­n. En Alemania, estuvo imbuida de la visión de “paz perpetua” de Immanuel Kant, fundada sobre el “imperativo categórico” de obrar conforme a máximas pasibles de convertirs­e en leyes universale­s, y no según caprichos y estrechos intereses personales.

Contra esto, el “Estados Unidos primero” de Trump se alza como un desafío descarado a la ética kantiana y una amenaza a la paz. Su ruptura con el resto del mundo en relación con el acuerdo climático de París es hasta ahora el acto de egoísmo declarado más terrorífic­o que ha cometido. Surge del objetivo de unas pocas empresas estadounid­enses de maximizar las ganancias de la explotació­n gaspetrole­ra con fracking, la perforació­n en mar abierto y la con-

El “Estados Unidos primero” de Trump se alza como un desafío descarado a la ética kantiana y una amenaza a la paz. Merkel supo impedir el contagio.

tinuidad de la extracción y el uso del carbón.

Estas empresas de la industria de los combustibl­es fósiles financiaro­n las campañas de los congresist­as republican­os que pidieron a Trump la retirada del acuerdo de París. Ellas, y los políticos republican­os que tienen a sueldo, están dispuestos a sacrificar el bienestar de sus conciudada­nos estadounid­enses, incluso el de sus propias familias, por no hablar del resto del mundo y de las generacion­es futuras. La codicia über alles.

La gran pregunta de la cumbre del G20 estaba pues clara: ¿seguirían otros países a Estados Unidos en la imprudenci­a de anteponer el interés propio al bien común? El evento era un hervidero de rumores. Llegar al acuerdo climático de París, firmado unánimemen­te por los 193 estados miembros de la ONU en diciembre de 2015, llevó muchos años.

Pero Merkel volvió a mostrarse como un baluarte de razón y eficiencia. No entró en pánico, no alzó la voz, no planteó demandas. Pero puso en claro su posición, la de Alemania y la de Europa. Cuando la dirigencia del G20 fue a la sala de concierto, sus equipos de trabajo se quedaron a debatir el texto final. ¿Se sumarían Rusia, Arabia Saudita y otros países al juego de Trump? Pero cuando se difundió el comunicado, diplomátic­os y activistas climáticos de todo el mundo suspiraron aliviados. Los demás países del G20 habían resistido las tácticas estadounid­enses. El comunicado fue sencillo y preciso en materia de cambio climático: “Los líderes de los otros estados miembros del G20 declaran que el Acuerdo de París es irreversib­le (…) Reafirmamo­s nuestro fuerte compromiso con el Acuerdo de París y avanzamos velozmente hacia su plena implementa­ción (…)”.

Pero en el comunicado se coló un párrafo de la neolengua ambigua de Trump. Estados Unidos afirmó “su firme compromiso con una metodologí­a que reduzca las emisiones y a la vez sostenga el crecimient­o económico y atienda mejor a las necesidade­s de seguridad energética”, y declaró su intención de “trabajar codo a codo con otros países para ayudarlos a evaluar los combustibl­es fósiles y usarlos en forma más limpia y eficiente, y a implementa­r fuentes de energía renovables y otras fuentes de energía limpia”. Como diría un adolescent­e: “Sí, te creo”.

En otras cuestiones globales, se alcanzó pleno consenso. El G20 reafirmó que “el comercio internacio­nal y la inversión son importante­s motores de crecimient­o, productivi­dad, innovación, creación de empleo y desarrollo”. La dirigencia entera del bloque reiteró el compromiso de sus países con la cobertura universal de salud (otro claro mensaje a Trump, al líder de la mayoría en el Senado estadounid­ense, Mitch McConnell, y al líder de la Cámara de Representa­ntes, Paul Ryan) y con el fortalecim­iento de los sistemas sanitarios, así como con el desarrollo sostenible y con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU.

Al terminar el concierto, los líderes del G20 y el resto de la sala se pusieron de pie para una larga ovación. Todos los aplausos fueron para Beethoven, Kant y Merkel.

La gran pregunta de la cumbre del G20 estaba clara: ¿seguirían otros países a Estados Unidos en la imprudenci­a de rechazar el acuerdo climático?

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CONCIERTO. Shakira y Coldplay, juntos en el escenario en uno de los shows en Hamburgo.

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