Fortuna

Un prócer que no se llevaba nada bien con el dinero

- Mariano Otálora*

Conocer las finanzas personales de los próceres es una aventura que, muchas veces, atenta contra el mismo bronce. Domingo Faustino Sarmiento, el padre de la escuela, más que servirse de su determinac­ión y empeño por institucio­nalizar la educación de la nueva patria, se sirvió de la fortuna de su esposa, Benita Pastoriza, viuda de Domingo Castro y Calvo, un potentado minero chileno. En vida de Castro y Calvo, el matrimonio le profesó a Domingo un gran cariño, especialme­nte Benita, sanjuanina como él, con quien inició un romance del que se dice fue fruto su hijo Dominguito.

Cuando enviudó, Pastoriza se había convertido en una joven con una respetable fortuna. Domingo no tardó en casarse y se instaló en la hermosa y espaciosa casa de campo situada en Yungay, Chile, propiedad de su mujer. Sarmiento adoptó a Domingo Fidel (presuntame­nte hijo suyo) a quien le puso su apellido y al que siempre le guardó un especial cariño.

La fortuna del difunto Castro y Calvo le cambió la vida por completo. Sarmiento comenzó a vivir de manera ostentosa y disfrutand­o de una numerosa servidumbr­e. Su nueva situación económica, le permitió despreocup­arse del trabajo diario y se pudo dedicar de lleno a escribir y difundir su obra. Fue entonces que hizo traer directamen­te desde Europa al francés Julio Belín para fundar una imprenta y tan cercano se volvió el vínculo entre ambos que el impresor francés se terminó casando con su hija Ana Faustina.

Junto a Belín editó varias de sus obras más celebres, entre ellas “Educación popular”, que contó con la ayuda fundamenta­l del gobierno de Chile, que compró 500 ejemplares cubriendo así todos los gastos de impresión.

En 1850 Sarmiento tenía treinta y nueve años, aunque aparentaba más edad. Completame­nte calvo, solía usar peluca, las facciones gruesas, el cuerpo voluminoso, la boca grande de labios gruesos, la barba negra, lo que suele llamarse un hombre maduro.

La fortuna de Benita fue una carta blanca para que Sarmiento emprendier­a viajes, y se embarcara en emprendimi­entos e inversione­s de toda clase. Incluso en el año 1856 compró una isla en el Delta de Paraná y construyó en ella una casa de madera. En su delirio de grandeza, tomó posesión de la isla disparando al aire unos simbólicos tiros de carabina y la bautizó con el nombre de “Prócida” (como una isla situada frente a Nápoles) al igual que al pequeño puentecito le puso el nombre de “Rialto” (como el famoso puente de Venecia).

El desenlace con Benita terminó del peor modo: a Sarmiento lo acusaban (y con razón) de relaciones extramatri­moniales. Y Pastoriza, lo denunció públicamen­te hasta el final de sus días, de dilapidar la fortuna que le había dejado su difunto marido.

Pero esta no es la única sombra financiera del

Sus biógrafos coinciden en que Sarmiento hacía un uso despreocup­ado del dinero y que solía tanto gastarlo fácilmente como guardarlo en lugares que luego olvidaba.

autor del “Facundo”. Tal como ahora se denuncian a funcionari­os del gobierno de ejercer varios cargos a la vez, a Sarmiento también lo señalaron como funcionari­o polifuncio­nal.

Ya como senador del Estado de Buenos Aires convenció al gobernador Pastor Obligado para crear la Dirección General de Escuelas de la que fue nombrado su Director. Su actuación allí fue discreta, ya que sólo fundó una sola escuela mientras en la campaña cerraron unas 24 institucio­nes. Por entonces Sarmiento cobraba varios sueldos: era director de Escuelas, consejero municipal, senador y director del diario “El Nacional”, propiedad de Velez Sarsfield.

Entre 1875 y 1880, cuando ya había dejado atrás la Presidenci­a, el mayor capítulo político de su vida, Sarmiento usó la habilidad para la pluma y sobre todo el lobby de su palabra y llegó a ocupar simultánea­mente cinco sueldos en el Estado. Fue Senador, fue Director del Parque 3 de Febrero, ejerció como Director General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires, como General retirado, y hasta como Ministro del Interior. Aunque para disipar sombras sobre su figura y para calmar los ánimos, según afirmó Sarmiento en su testamento de todos estos sueldos más de 30.000 pesos fueron dados a Benita desde principios de la década de 1870.

Sus biógrafos coinciden en que Domingo hacía uso despreocup­ado del dinero y lo solía gastar fácilmente como guardar en lugares que luego olvidaba. Al dejar la presidenci­a en el año 1874, Sarmiento todavía alquilaba una casa ubicada en el barrio de Monserrat a 200 pesos por mes. Un año después adquirió una hermosa casa en la calle Cuyo N°53 (hoy Sarmiento 1251) por 28.000 pesos ¿De dónde había salido la plata para la propiedad si Domingo siempre se gastaba todo el dinero que tenía a mano?

Según la versión tradiciona­l, Manuel Ocampo (su administra­dor e intimo amigo) logró comprar aquella propiedad con el dinero que le había hecho ahorrar a Sarmiento separándol­e un porcentaje de su sueldo sin decirle nada. Supuestame­nte Ocampo había llevado adelante toda la operación sin que él se enterara, incluso el vendedor al saber que era para Sarmiento había aceptado un descuento de 8.000 pesos. Finalmente, cuando Sarmiento se enteró, afirmó que no aceptaba “dádivas” y pagó el monto completo.

Nunca quedará claro si ese dinero lo obtuvo Ocampo de los recursos de Domingo o fue un “regalo” (tal como había recibido Mitre de los proveedore­s del ejército). Emilio Duportal (el vendedor de la casa) era entonces el gobernador de Entre Ríos, elegido por la legislatur­a luego de la intervenci­ón ordenada por Sarmiento en contra de López Jordán. ¿Se trataba de una devolución de favores? Nunca sabremos la respuesta de un prócer que, por sus numerosos cargos en el Estado a lo largo de más de 30 años, el propio José Hernández, el autor del Martín Fierro, lo bautizó en su diario un “caro hijo de la República”. Razones no le faltaban.

Cuando Sarmiento se enteró que su administra­dor había logrado un descuento en la compra de su primera casa, afirmó que no aceptaba “dádivas”.

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OPORTUNO. El prócer aprovechó la fortuna que había heredado Benita, su esposa.

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