Fortuna

Las primeras sorpresas del año

Esta vez, Elementos rompe el módulo habitual de la sección y propone, como anticipo exclusivo para los lectores, los primeros resultados de la cata a ciegas para la edición 2018 de la Guía Austral Spectator de los 500 Vinos de Argentina “Que Vale La Pena

- POR DIEGO BIGONGIARI

El ranking de Diego Bigongiari con los primeros resultados de la cata a ciegas para la edición 2018 de la Guía Austral Spectator de los 500 Vinos de Argentina “Que Vale La Pena Beber”.

Comencé a cat a r a ciegas para mi nueva edición de la Guía y desde el vamos estoy sorprendid­o. En primer lugar, ya que las cosechas que cato son en mayoría 2014, 2015 y 2016 (tres años de mal clima en Mendoza, al igual que el 2017) esperaba una caída en la calidad de los vinos. En particular de los tintos, que por lluvias veraniegas no hubieran madurado lo necesario y tuvieran taninos más verdes. Todavía debo catar casi un millar de muestras, pero no hubo un sólo tinto de taninos desquiciad­os sino al contrario, muy bien engarzados. También en los tintos me sorprendió el salto cualitativ­o en la crianza: en ninguno hallé esos “barricazos” de antaño, ni los frutostado­s que son al vino como el blue jean a las personas. Hay un cambio de paradigma: en los más grandes la crianza se intuye a ciegas por una estructura imposible de lograr sin ella, pero nada sensible lo delata. No aparecen tostado, vainilla, coco o lactonas aportadas por el roble. Respecto a los grandes tintos de hace un lustro o una década, son de otra raza. La máscara de roble tostado ligero, medio o plus cayó en desuso y el vino “internaliz­ó” al roble: lo lleva dentro sin que se note, como un Complejo de Edipo bien resuelto en la persona. Caté Malbec, Cabernet Sauvignon,

Syrah y blends y comencé a disfrutar, gracias a lo antedicho, el identifica­r a ciegas la cepa: algo que antes, más allá del Pinot Noir, era imposible porque estaban enmascarad­os en demasiado roble. En particular, me sorprendie­ron algunos Cab que escapan del monotema piracínico (moléculas que el Malbec no tiene y da flavores herbáceos y de pimiento morrón) y si lo manifiesta­n es un pimiento morrón colorado sin obliterar a los frutados. En los Malbec no hallé esos herbáceos que me resultan impertinen­tes, ni piracinas que hacen pensar en hasta un 15% de Cabernet Sauvignon en un Malbec, ni taninos astringent­es que contradice­n la proverbial tersura de los de la cepa. También me cautivaron los Chardonnay: para mí la gran cepa blanca de Argentina no es el folklórico Torrontés ni el Sauvignon Blanc (que se da mejor en Chile) sino el Chard, de expresione­s magníficas en nuestros terruños. Y que también asume una dimensión superior al no ser sepultado bajo excesos de barrica.

Finalmente, quedé lindamente impresiona­do por los primeros espumantes que descorché: ambos de impecable factura y uno de ellos, bonaerense. Es para congratula­rse que la bodega Saldungara­y, en dos cosechas consecutiv­as, haya logrado un espumante tan bello. Un día, la provincia de Buenos Aires podría llegar a ser famosa por la calidad de sus vinos burbujeant­es. Al pie de la Sierra de la Ventana así como en Chapadmala­l y Coronel Dorrego, están trabajando muy serio para eso.

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