El dilema es cómo impulsar ahora la productividad
POLÍTICAS INSUFICIENTES
Gran parte de la economía global hoy es objeto de tendencias económicas positivas: el desempleo está cayendo, las brechas de producción se están achicando, el crecimiento está recuperándose y, por razones que todavía no resultan claras, la inflación sigue por debajo de las metas de los principales bancos centrales.
Por otro lado, el crecimiento de la productividad sigue siendo débil, la desigualdad de ingresos está aumentando y a los trabajadores con un nivel educativo más bajo les cuesta encontrar oportunidades de empleo atractivas.
Después de ocho años de estímulo agresivo, las economías desarrolladas están saliendo de una fase prolongada de desapalancamiento que, naturalmente, reprimió el crecimiento del lado de la demanda. Como se ha alterado el nivel y la composición de la deuda, las presiones de desapalancamiento se han reducido, lo que permitió una expansión global sincronizada.
Aun así, a la larga, el principal factor determinante del crecimiento del PIB —y la inclusión de patrones de crecimiento— serán las alzas de la productividad. Sin embargo, como están dadas las cosas, existen muchos motivos para dudar de que la productividad repunte por sí sola. Existen varios puntos importantes que están ausentes en la combinación de políticas, lo que suscita dudas sobre la concreción tanto del crecimiento de la productividad a plena escala como de un giro hacia patrones de crecimiento más inclusivos.
Primero, el potencial de crecimiento no se puede concretar sin capital humano suficiente. Esta lección es evidente en la experiencia de los países en desarrollo, pero también se aplica a las economías desarrolladas. Desafortunadamente, en la mayoría de las economías, las habilidades y capacidades no parecen ir al ritmo de los rápidos cambios estructurales en los mercados laborales. Los gobiernos se han mostrado reacios o incapaces a la hora de actuar de manera agresiva en términos de educación y perfeccionamiento de las capacidades o de la redistribución de ingresos. Y en países como EE.UU. la distribución de ingresos y riqueza es tan desigual que los hogares de menores ingresos no se pueden permitir invertir en medidas para adaptarse a condiciones de empleo que cambian.
Segundo, la mayoría de los mercados laborales tienen una gran brecha de información que tendrá que cerrarse. Los trabajadores saben que el cambio se avecina, pero no saben cómo están evolucionando los requerimientos de habilidades y, por lo tanto, no pueden basar sus elecciones en datos concretos. Los gobiernos, las instituciones educativas y las empresas todavía están muy lejos de ofrecer una guía adecuada en este frente.
Tercero, las empresas y los individuos tien-
La economía global se está recuperando pero el crecimiento de la productividad es débil y aumenta la desigualdad de ingresos.