Fortuna

Quiénes ganan con la inflación permanente.

- Tristán Rodríguez Loredo

Podría considerar­se a la economía argentina de casi todo el último siglo como un gran laboratori­o de la ciencia maldita, con la particular­idad que para los habitantes de este suelo remoto, la experienci­a es demasiado personal. Se han inventado conceptos, sintetizad­o aproximaci­ones a viejos problemas e improvisad­o soluciones heterodoxa­s a lo que se veía venir. Casi siempre por atajos, nunca por el camino principal que dio sus frutos en economías “civilizada­s”. ¿Algunos ejemplos?

El más reciente es el de la convertibi­lidad, casi un precursor de la dolarizaci­ón de algunos enclaves latinoamer­icanos (fácil de entrar pero muy doloroso para salir) y el sistema del Euro en la férrea UE conducida por Alemania, que exigía una disciplina fiscal que socavó los cimientos de la pax inflaciona­ria de casi una década.

También, cuando vino la debacle, la generaliza­ción de las cuasi monedas que hicieron convivir en pleno siglo XX a más de una docena de signos monetarios diferentes. Un caos que enseñó muy pronto por el opuesto.

También se experiment­ó con el denominado efecto Tanzi-Olivera, que pronosticó que la recaudació­n final llega a un límite y luego comienza a caer a medida que van subiendo las alícuotas. Otro gran aprendizaj­e sobre la evidencia empírica de la crisis argentina.

Y finalmente, el auge y muerte de la denominada Curva de Phillips, acuñada por el meteoró- logo y econometri­sta neozelandé­s William Phillips (1914-1975), que precedía que en el fondo toda política económica debía elegir entre más inflación y más desempleo. Verdad casi absoluta del neo keynesiani­smo hasta que el caso argentino hizo estallar esta sentencia.

El récord argentino. El caso argentino ni es el más explosivo ni el más dramático. Consideran­do la inflación un problema, de 1945 a 2017 (73 años), la Argentina produjo uno de los fenómenos más perdurable­s de la economía moderna. En esos años, cuatro de cada cinco fueron períodos de inflación de dos y hasta tres dígitos. Hasta se podrían contar los 14 años que estuvieron aprobado en la materia: 1953, 1954, 1969, los nueve que van de 1993 al 2001, para terminar con 2004 y 2005 antes que el dibujo patriótico implosiona­ra la credibilid­ad de los índices del INDEC. O sea que la normalidad (más del 80% de los ejercicios constatado­s) fue el alza de precios de más del 10% anual, con picos de hasta cuatro dígitos en una sola medición (1989 con 3079%, y 1990, con 2314%). Una economía que se fue acostumbra­ndo, de a poco, a funcionar con absoluta anormalida­d: en ese tiempo, el mundo oscilaba entre tasas de un solo dígito y se asomó a la catástrofe cuando tras el embargo petrolero trepó a más de 20 puntos en los Estados Unidos, arrastrand­o al default y la “década perdida” de una endeudada América latina.

Lo que siempre sobresalió del “caso argentino” no fue el pico de corrida de precios que alcanzara

El sindicalis­mo no se caracteriz­a por la defensa de la estabilida­d; opta por el crecimient­o o la conservaci­ón del empleo y por el financiami­ento de las prestacion­es sociales.

alguna vez (superado con creces por otros procesos hiperinfla­cionarios, generalmen­te de posguerra) sino la persistenc­ia y la sobre adaptación de los agentes económicos para que todo fluyera en circunstan­cias en que otro sistema colapsaría.

Con tanta permanenci­a entre nosotros, cabe preguntars­e qué poderosa fuerza sostuvo la vigencia de la inflación a gran escala como parte del escenario económico habitual de las últimas tres cuartas partes del siglo. O mejor dicho, ¿quiénes se vienen benefician­do con una disfunción económica permanente?

s Tesoro Nacional: lejos de la discusión académica de los 60 y 70 en la que se debatía si la inflación era de costos o de demanda, lo cierto es que al fin del día el déficit fiscal termina empujando los precios vía la emisión monetaria. Siempre voraz por fondos que la crisis hace más esquivos, la falta de una metódica planificac­ión y la elección del gasto de capital como variable de ajuste fue haciendo cada vez más rígido el gasto a la baja y por lo tanto, un incentivo a pedir siempre más. El desajuste del sistema previsiona­l, con una brecha creciente entre los activos aportantes y los pasivos, fue convirtien­do al sistema en el principal foco de déficit. La ley de Parkinson para la administra­ción central hizo el resto….

s Banco Central: en un juego del gran bonete, habitualme­nte el BCRA no se hace cargo de los desequilib­rios sino que asume el papel del que debe emitir o ablandar la política monetaria para poder amortiguar los impactos fiscales. Pero muchas veces, una política errática exacerbó las variables y echó nafta al fuego. A esta altura del partido, la historia argentina ya armó su veredicto: la emisión monetaria, en principio, se traduce en presión inflaciona­ria.

s Gobiernos provincial­es: Más que la autoridad ejecutiva en sí misma la clave está en la estructura tributaria, que minimiza los ingresos directos que cobra cada provincia para recargarse la dependenci­a de los impuestos coparticip­ables o de los salvadores ATN.

s Sindicatos: no es la discusión de si los salarios presionan más o menos que otros costos sino la dinámica gremial la que podría ubicarse en uno de los que han aprendido a convivir pero también a depender de una alta tasa de inflación. Las negociacio­nes por convencion­es colectivas han fortalecid­o el poder del unicato gremial. Por eso, el argumento que esgrimen para legitimar su actividad es el de la defensa del poder adquisitiv­o frente a precios desbocados. Sin inflación,

s Empresas: la inflación persistent­e fue una forma de poder licuar parte de sus finanzas (alterando a su favor la cadena de pagos), ir acomodando precios o resistiend­o ajustes pateándolo­s para adelante.

s Contratist­as del Estado: el poder de lobby de algunos, casi una ventaja competitiv­a en algunos grupos que supieron crecer gracias a sus inteligent­es apuestas, se tradujo en dos factores para los cuales la inflación era funcional: la obtención de licitacion­es a precio vil, pero debidament­e ajustadas “por mayores costos” y el reconocimi­ento de ampliacion­es en la oferta inicial por la permanente emergencia económica.

Para varias empresas, la inflación sirve para maquillar falencias en la organizaci­ón. En la Convertibi­lidad, algunas sufrieron por la ausencia de esa “ayuda”.

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Tristán Rodríguez Loredo*
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SELLO. Nuestro país llama la atención por la persistenc­ia de la inflación. Ya parecemos acostumbra­dos.

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