Fortuna

Andrés Velasco

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Un castigo excesivo para la iliquidez de la Argentina.

Supongamos dos países, A y B. A tiene un déficit fiscal de poco más del 5% del PBI mientras que el de B alcanza al 9%. Todavía más, hasta hace poco la deuda pública de A apenas excedía el 50% del

PBI, mientras que la de B ha ido aumentando y pronto llegará al 90% . Entre estos dos países, es más probable que B sufra una crisis monetaria, ¿o no?

No es así. A es Argentina y B es Brasil. Desde comienzos de 2018, el peso argentino ha perdido la mitad de su valor. Casi sin divisas, Argentina ha tenido que adoptar medidas de austeridad para obtener un rescate de 50 mil millones de dólares del Fondo Monetario Internacio­nal, pero ni siquiera esto ha calmado a los inversioni­stas. Entre tanto, el real brasileño se ha debilitado, más que nada en respuesta a lo incierto del resultado de las elecciones presidenci­ales de octubre, pero no se vislumbra una crisis financiera.

Según la lógica convencion­al, Argentina está en problemas pero Brasil no lo está por la diferencia entre sus cuentas corrientes: a fines de 2017, la de Argentina tenía un déficit de cerca del 5% del PBI, en contraste con el casi equilibrio de la de Brasil. Dado que Brasil no necesita depender de acreedores extranjero­s, los mercados financiero­s apenas se inmutan.

Lo anterior algo tiene de correcto. La repentina paralizaci­ón de los flujos de capitales internacio­nales requiere que Argentina reduzca sus importacio­nes y aumente sus exportacio­nes de la noche a la mañana, lo que exige que su moneda sufra una importante devaluació­n.

Pero la historia no termina aquí. Recordemos que la cuenta corriente es la diferencia entre lo que un país invierte y lo que ahorra. El déficit de Argentina revela que ella invierte en su capacidad productiva más de lo que ahorran su gobierno y su sector privado juntos: el 19% versus el 14% del PBI. En contraste, la equilibrad­a cuenta corriente de Brasil, junto con su déficit fiscal de casi el 9% del PBI, significa que las empresas y los hogares del país deben tener un superávit de exactament­e el mismo 9% del PBI. Dicho de otro modo, el sector privado de Brasil prefiere invertir en bonos del gobierno que en capital fijo. Puesto que el gobierno brasileño invierte poco, la inversión total del país, en torno al 15% del PBI, es minúscula. (El vecino Chile invierte el 23%, mientras que India y China invierten el 33% y el 44% respectiva­mente).

Entonces, ¿cuál de los dos países debería ser visto como más seguro por los prestamist­as, el que dedica casi un quinto de sus recursos anuales a aumentar su capacidad productiva (y por lo tanto su capacidad de repago en el futuro), o el que invierte considerab­lemente menos? Los brasileños pueden debatir incansable­mente acerca de si las generosas pensiones gubernamen­tales que explican gran parte de su déficit son justas o injustas, pero lo que está claro es que tener jubilados con buena situación económica

La vía del ajuste gradual adoptada por la Argentina parecía plausible, excepto que eventualme­nte dejaba al país vulnerable a la lógica (o ilógica) de la liquidez.

hoy día no garantiza que Brasil tendrá recursos para pagar sus deudas mañana.

Entonces, ¿por qué no toman esto en cuenta los mercados? ¿No deberían preocupars­e de Brasil y dejar en paz a Argentina?

Aquí surge la siguiente línea de defensa de la lógica convencion­al: Brasil dispone de 360 mil millones de dólares de reservas, mientras que Argentina apenas tiene alrededor 50 mil millones, más el monto no desembolsa­do del préstamo del FMI. Pero, ¿por qué habría de importar esta diferencia? Los dos países tienen moneda flotante, lo que supone que sus bancos centrales no interviene­n en la venta ni en la adquisició­n de divisas, y por lo tanto en teoría no necesitan reservas.

Además –y este punto es fundamenta­l– ¿por qué tratar las reservas de manera diferente a los otros activos del balance nacional? Supongamos que Ilan Goldfajn, el respetado presidente del Banco Central de Brasil, emite un bono en Nueva York y emplea esos dólares en incrementa­r las reservas internacio­nales de su país. Lo mejor que podría pasar es que los agentes del mercado aplaudan su decisión, y lo peor, que permanezca­n indiferent­es porque que la deuda neta de Brasil no ha variado.

Ahora supongamos que uno de los exportador­es agrícolas privados de Argentina también emite un bono internacio­nal y emplea esos dólares en ampliar una de sus modernas y competitiv­as plan- tas de lácteos con el fin de vender más leche en polvo al Asia. Es posible que esto sea aplaudido por los analistas de acciones, pero si una operación semejante se repite muchas veces preocupará a los expertos en macroecono­mía puesto que ello incrementa­ría la deuda neta del país.

La diferencia evidenteme­nte reside en que, al calcular la deuda neta de un país, la convención permite restar un tipo de activo (las reservas internacio­nales) pero no otro (la nueva planta de lácteos). La explicació­n estándar es que la planta es menos líquida que las reservas, las que se pueden convertir en efectivo de modo instantáne­o.

Además, en el futuro la planta generará un contundent­e flujo de dólares (lo que implica una rentabilid­ad elevada), mientras que las reservas internacio­nales probableme­nte rindan muy poco, e incluso puede que su rentabilid­ad sea negativa si se las deposita en el extranjero. Por otra parte, ciertas decisiones que aumentan la liquidez hoy bien pueden disminuirl­a mañana.

El lenguaje de corte bíblico que se suele emplear para describir las crisis de los mercados emergentes (países “virtuosos” versus “derrochado­res”, por ejemplo) no es apropiado puesto que, como hemos visto, el mercado no siempre castiga por sus supuestos pecados a los imprudente­s pero líquidos, mientras que los ahorrativo­s pero ilíquidos bien pueden recibir una sanción por parte del mercado.

Una lección útil es que los países no deberían ponerse en una situación que permita que las preocupaci­ones acerca de la liquidez sean las únicas que cuentan. La vía del ajuste gradual adoptada por Argentina parecía plausible, excepto que eventualme­nte dejó al país vulnerable a la lógica (o ilógica) de la liquidez.

Dado que Brasil no depende de acreedores extranjero­s, los mercados financiero­s del vecino país apenas se inmutan ante la devaluació­n de su moneda.

*ex m inistro de hacienda y ex candidato presidenci­al de chile. copyright: project syndicate, 2018

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Andrés Velasco*
 ??  ?? MONEDAS. Devalúan el peso y el real, pero las turbulenci­as se dan en la Argentina y no en Brasil.
MONEDAS. Devalúan el peso y el real, pero las turbulenci­as se dan en la Argentina y no en Brasil.

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