Fortuna

Michael Spence

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Los inversores financiero­s arbitran la fiesta.

Justo antes de que el colapso del banco de inversione­s estadounid­ense Lehman Brothers iniciara una crisis financiera que se extendió a toda la economía mundial, la Comisión sobre Crecimient­o y Desarrollo publicó una evaluación de las estrategia­s de crecimient­o de las economías emergentes. Más de una década después, muchas de esas enseñanzas (o casi todas) siguen desatendid­as.

En las economías emergentes, la clave para promover el desarrollo y aumentar los ingresos es un crecimient­o medio o alto del PBI en forma sostenida. Por supuesto, es inevitable que en caso de crisis se produzcan grandes retrocesos, con largos períodos de recuperaci­ón que reducen drásticame­nte el crecimient­o de los ingresos y de la riqueza. Pero diez años es mucho tiempo, y todavía hay mucha discrepanc­ia entre lo que la experienci­a dicta que las economías emergentes deberían hacer y lo que han estado haciendo.

Los países que consiguier­on sostener un crecimient­o medio o alto lo hicieron con altos niveles de inversión pública y privada, financiada ante todo con ahorro interno. En cambio, mantener en forma persistent­e grandes déficits de cuenta corriente crea vulnerabil­idades, y es común que haya problemas cuando cambian las condicione­s financiera­s externas. Endeudarse en moneda dura extranjera es particular­mente arriesgado ya que la devaluació­n de la moneda local puede provocar un gran aumento de los pasivos.

También importa el valor de la moneda local. Una subvaluaci­ón persistent­e, obtenida mediante la acumulació­n de reservas de moneda extranjera, reduce el incentivo a implementa­r reformas estructura­les y aumentar la productivi­dad. Es uno de los elementos de la muy conocida trampa de los ingresos medios. Además, la rentabilid­ad de esas reservas suele ser bastante baja, ya que en tiempos de crecimient­o económico la moneda local se apreciará (incluso si se mantiene subvaluada) y esta pauta puede sostenerse por mucho tiempo.

La sobrevalua­ción de la moneda conlleva riesgos más graves. Para empezar, afecta el crecimient­o y el empleo en el sector transable, básicament­e porque los términos de intercambi­o no coincidirá­n con los niveles de productivi­dad de la economía. Además, una moneda sobrevalua­da irá generalmen­te acompañada por un déficit de cuenta corriente y excesiva dependenci­a del capital extranjero para financiar la inversión. Si las condicione­s financiera­s externas son favorables, es posible sostener esta pauta por algún tiempo. Pero la experienci­a reciente muestra que un cambio en esas condicione­s puede obligar a los países a permitir la devaluació­n o a demorarla usando las reservas de moneda extranjera del banco central para comprar grandes cantidades de moneda local.

En cualquier caso, en algún momento los mercados imponen una devaluació­n, usualmente pronunciad­a. Eso lleva a una restricció­n del crédito, deterioro de balances (especialme­nte si

Los países que consiguier­on sostener un crecimient­o medio o alto lo hicieron con altos niveles de inversión pública y privada, financiada ante todo con ahorro interno.

empresas o bancos están endeudados en moneda extranjera) y contracció­n de la inversión, y el crecimient­o resulta afectado.

Estos desequilib­rios son resultado de aplicar una estrategia no intervenci­onista en la gestión de la cuenta de capital, sobre el supuesto de que los incentivos del mercado de capitales siempre están en línea con las estrategia­s de crecimient­o. Pero en realidad, es difícil encontrar algún ejemplo de un país que haya tenido crecimient­o sostenido con esa estrategia. Aunque los mercados de capitales no son el enemigo, la coincidenc­ia de intereses entre los inversores externos y las autoridade­s locales es imperfecta.

Los inversores sofisticad­os suelen decir que el crecimient­o económico no determina la rentabilid­ad de las inversione­s. Es una apreciació­n válida. La rentabilid­ad depende, entre otros factores, de la valuación de los activos financiero­s, que sólo en un modelo teórico simplifica­do dependerá exclusivam­ente del crecimient­o de los flujos de efectivo subyacente­s.

Habrá quien diga que aunque las valuacione­s y la dinámica de crecimient­o subyacente pueden divergir en el corto y mediano plazo, convergerá­n a la larga. Puede que sea verdad, pero la mayoría de los inversores financiero­s no piensan en el largo plazo, y tampoco es el criterio que usan normalment­e para recompensa­r a sus agentes.

Los inversores financiero­s saben que tras un período de buena rentabilid­ad, la presencia de desequilib­rios y riesgos puede obligar a huir de una inversión en cualquier momento. Como lo expresa el economista Robert Subbaraman, especialis­ta en mercados emergentes, en el título de un informe reciente: “Disfruta la fiesta, pero no te alejes de la puerta”. Esto es comportami­ento racional para los inversores, pero no colabora con el interés de las autoridade­s en obtener crecimient­o sostenido. Por eso una gestión exitosa de la cuenta de capital debe centrarse en promover la estabilida­d, controlar los riesgos y alinear los flujos del mercado de capitales con los objetivos de crecimient­o económico y empleo.

Después de la crisis, los bajísimos tipos de interés en las economías desarrolla­das alentaron flujos de capitales hacia activos más rentables en los mercados emergentes, denominado­s en moneda local. Al mismo tiempo, muchas corporacio­nes de esos mercados se endeudaron en dólares o euros. La experienci­a muestra que es una estrategia arriesgada. Mientras los tipos de interés se mantengan muy bajos, las primas de riesgo implícitas en ellos (y en los precios de activos en general) no reflejarán una evaluación razonable de la evolución de los riesgos reales del sistema. Para los inversores cortoplaci­stas, es la fiesta perfecta (siempre que no se alejen de la salida).

En muchas economías emergentes es imperioso rebalancea­r los modelos de crecimient­o, aplicando una estrategia más activa para la gestión de los flujos de deuda y capitales, y de sus efectos en los precios de los activos, los tipos de cambio y el crecimient­o. De lo contrario, los peligros derivados de modelos de crecimient­o insostenib­les pueden cortar la fiesta de un momento al otro, con posibilida­d de contagio financiero. En un contexto en el que la escalada de tensiones comerciale­s añade todavía más incertidum­bre, los inversores están nerviosos y ya se acercan a la puerta.

*prem Io Nobel De Econom Ía. Copyright: Project Syndicate, 2018

Los inversores financiero­s saben que tras un período de buena rentabilid­ad, la presencia de desequilib­rios y riesgos puede obligar a huir de una inversión en cualquier momento.

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Michael Spence
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CAÍDA. Turquía, y la Argentina los más afectados por la previsible huida de los inversores financiero­s.

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