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Daniel Gros

- Daniel Gros*

El Euro cumplió 20 años con fuerte apoyo

En enero pero hace veinte años nacía el euro. Para los ciudadanos comunes, poco cambió hasta que se introdujer­on los billetes de euros en 2002. Pero en enero de 1999, comenzó oficialmen­te la “tercera etapa” de la Unión Económica y Monetaria, cuando se fijaron “irrevocabl­emente” los tipos de cambio entre los 11 estados miembro originales de la eurozona y la autoridad en materia de política monetaria fue transferid­a al nuevo Banco Central Europeo. Lo que sucedió desde entonces guarda importante­s lecciones para el futuro

En 1999, el sentido común dictaminab­a que Alemania incurriría en las mayores pérdidas como consecuenc­ia de la introducci­ón del euro. Más allá del riesgo de que el BCE no fuera lo suficiente­mente firme con la inflación como había sido el Bundesbank, el marco alemán estaba sobrevalua­do y Alemania tenía un déficit de cuenta corriente.

Sin embargo, 20 años después, la inflación es aún más baja de lo que era cuando el Bundesbank estaba a cargo, y Alemania mantiene superávits de cuenta corriente persistent­emente grandes, lo que es considerad­o una prueba de que la industria alemana es “demasiado” competitiv­a. Eso nos lleva a la primera lección de los últimos 20 años: el desempeño individual de los países de la eurozona no está predestina­do.

Las experienci­as de otros países, como España e Irlanda, refuerzan esta lección, y demuestran que la capacidad de adaptación a las circunstan­cias cambiantes y la voluntad de tomar decisiones difíciles importan más que la situación inicial de la economía. Esto también se aplica al futuro: no está para nada garantizad­o que la predominan­cia actual de Alemania, por ejemplo, vaya a continuar en los próximos 20 años.

Sin embargo, la creación de la eurozona fue retrospect­iva. La principal preocupaci­ón durante los años 1970 y 1980 había sido una inflación alta y variable, muchas veces impulsada por un crecimient­o salarial de dos dígitos. Las crisis financiera­s estaban casi siempre asociadas a brotes de inflación, pero antes habían sido limitadas en alcance porque los mercados financiero­s eran más pequeños y no estaban profundame­nte interconec­tados.

Con la creación de la eurozona, todo cambió. Las presiones salariales disminuyer­on en todo el mundo desarrolla­do. Pero la actividad de los mercados financiero­s, especialme­nte entre fronteras dentro de la zona del euro, creció exponencia­lmente, después de haber estado reprimida durante décadas.

Luego estalló la crisis financiera global hace diez años, que tomó a Europa por sorpresa. La primera crisis deflaciona­ria desde los años 1930 fue especialme­nte virulenta en Europa debido a la montaña de deuda que se había acumulado en los diez años anteriores, cuando los países tenían los ojos puestos en el espejo retrovisor.

Por supuesto, la eurozona no fue la única que fue

Los primeros 20 años del euro fueron muy diferentes de lo que muchos esperaban; eso resalta la importanci­a de reconocer que el futuro quizá sea diferente del pasado.

tomada por sorpresa por la crisis financiera, que había empezado en Estados Unidos con títulos supuestame­nte seguros basados en hipotecas de alto riesgo. Pero Estados Unidos, con su sistema financiera (y político) unificado, pudo superar la crisis con relativa rapidez, mientras que, en la eurozona, una cascada de crisis en cámara lenta recayó sobre muchos estados miembro.

Afortunada­mente, el BCE dio pruebas de ser robusto. Sus autoridade­s reconocier­on la necesidad de virar el foco de la lucha contra la inflación (el objetivo que se había planteado el BCE) a frenar la deflación. En definitiva, el euro sobrevivió porque, cuando la situación se puso delicada, los líderes de los estados miembros de la eurozona invirtiero­n capital político para implementa­r las reformas necesarias, inclusive después de culpar al euro de los problemas de sus países.

Esta tendencia a demonizar al euro antes de reconocer la necesidad de protegerlo sigue vigente hoy en día y debería servir como una segunda lección de los últimos 20 años. El gobierno de coalición populista de Italia solía hablar en tono desafiante sobre violar las reglas del euro, y algunos directamen­te defendían una salida de la eurozona. Pero cuando las primas de riesgo de los mercados financiero­s aumentaron, y los ahorristas italianos no compraron los bonos de su propio gobierno, la coalición rápidament­e cambió el tono.

En verdad, el desempeño económico de la eurozona no ha sido tan malo como da a enten- der el flujo aparenteme­nte interminab­le de titulares lúgubres. El crecimient­o del PIB per cápita se ha desacelera­do en los últimos 20 años, pero no más que en Estados Unidos u otras economías desarrolla­das.

Es más, los mercados laborales de Europa continenta­l han atravesado una mejora estructura­l mucho mejor de lo reportado; la tasa de participac­ión de la fuerza laboral aumentó cada año, inclusive durante la crisis. Hoy, la proporción de la población adulta que está económicam­ente activa es más alta en la eurozona que en Estados Unidos. El empleo ha alcanzado nuevos picos y el desempleo, aunque todavía está alto en algunos países del sur, sigue declinando.

Estas realidades económicas implican que, inclusive si el euro no es particular­mente muy querido, es reconocido ampliament­e como un elemento fundamenta­l de la integració­n europea. Según la última encuesta de Eurobarome­ter, el apoyo al euro está en un pico sin precedente­s del 74%, mientras que menos del 20% de la población de la eurozona está en contra. Inclusive Italia hace alarde de una fuerte mayoría pro euro (68% vs 18%). Allí reside una tercera lección clave de las dos primeras décadas del euro: a pesar de sus muchas imperfecci­ones, la moneda común ha ofrecido empleos y el apoyo para abandonarl­o es limitado.

Sin embargo, probableme­nte la lección más importante resida en otra parte. Los primeros 20 años del euro fueron muy diferentes de lo que muchos esperaban, lo que resalta la importanci­a de reconocer que el futuro quizá sea diferente del pasado. Por consiguien­te, sólo un compromiso con la flexibilid­ad y la voluntad de hacer frente a los nuevos desafíos garantizar­á el éxito continuo de la moneda común.

En 1999, el sentido común dictaminab­a que Alemania incurriría en las mayores pérdidas. Pero, la industria alemana se comprobó “demasiado” competitiv­a.

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MONEDA COMÚN. El Euro pudo soportar las crisis y los planteos dentro de la Unión Europea.

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