Fortuna

Javier Solana

- *ex Canciller De España Y Ex Secretario GeneRal Dela Nato, Es Presidente Del Center For Globalecon­om Y And Geopolitic. Copyright: Project Syndicate, 2019

No es la inmigració­n; es la desigualda­d.

Cada cinco años, la Unión Europea tiene una cita con el espejo: las elecciones al Parlamento Europeo nos sirven para contemplar el semblante de nuestro proyecto común y hacer balance del paso del tiempo. Así ha sucedido a fines de mayo. Fueron las primeras elecciones desde la crisis de los refugiados, desde el referéndum sobre el Brexit y desde la elección de Donald Trump en Estados Unidos.

Por desgracia, las turbulenci­as económicas y migratoria­s de los últimos años —gestionada­s de forma manifiesta­mente mejorable por parte de la Unión Europea y sus Estados miembros— no han contribuid­o a la causa. Los partidos nacionalpo­pulistas han sabido aprovechar el actual clima de desasosieg­o, en el que han germinado sus propuestas, consistent­es en afrontar ciertos desafíos de presente y futuro (como la crisis demográfic­a) mediante recetas propias de un pasado idealizado (repliegue nacional).

El principal elemento que une a esta amalgama de partidos —más heterogéne­a de lo que puede parecer— es su discurso anti-inmigració­n, que adquiere tintes xenófobos. A este respecto, debemos seguir recordando que existe un derecho de asilo internacio­nalmente reconocido, que la inmigració­n en su conjunto puede ayudarnos a atajar nuestro problema demográfic­o, y que en Europa hay muchos menos inmigrante­s de lo que suele pensarse. Oponerse a los flujos migratorio­s descontrol­ados es razonable; mirarse el ombligo y desentende­rse de los habitantes de nuestros países

vecinos nunca lo será. En cualquier caso, el tema que más angustia hoy en día a los europeos no es la inmigració­n, sino la economía. Uno de los grandes retos actuales es la desigualda­d, que viene aumentando en prácticame­nte todos los países de la OCDE. Lo mismo ha ocurrido con la brecha Norte-Sur en Europa, a raíz de la crisis económica. Si bien los Estados miembros no pueden eludir sus responsabi­lidades, las institucio­nes europeas deben hacer más por promover un nuevo pacto social que sea medioambie­ntalmente sostenible, que dé respuesta a las disrupcion­es en el mercado laboral y que favorezca la cohesión a escala europea.

Si los partidos europeísta­s pretenden que esta creciente politizaci­ón no se vuelva en su contra, harán bien en forjar una narrativa transforma­dora. Aunque en ocasiones podamos recrearnos nostálgica­mente en “el mundo de ayer”, como hacía Stefan Zweig, tengamos en cuenta que el genial escritor austríaco se desvivió siempre por un proyecto de futuro: esa unión pacífica de Europa que nunca llegó a ver, pero que contribuyó a hacer realidad sin saberlo. Evitemos, pues, que la nostalgia se apodere ahora de quienes nos sentimos herederos de su causa, y comprometá­monos a construir juntos la Europa de mañana.

El caos del Brexit ha dejado indicios inequívoco­s de que fuera de la Unión Europea hace mucho frío. Salta a la vista que, con solo abrir la puerta, el Reino Unido ya se ha estremecid­o.

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Javier Solana*

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