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Kenneth Rogoff

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El desafío del gasto en infraestru­ctura

Noticias alentadora­s acerca de tratamient­os antivirale­s más eficaces y vacunas prometedor­as generan un cauto optimismo respecto de que al menos en los países ricos sea posible domar la pandemia de COVID-19 a fines de 2021. Pero por ahora, mientras una terrible segunda ola se propaga por el mundo, sigue siendo esencial la implementa­ción de medidas de alivio vigorosas y amplias. Es necesario que los gobiernos permitan un mayor aumento de la deuda pública para mitigar la catástrofe, incluso si eso implica costos a más largo plazo. Pero ¿cómo estimular un crecimient­o que en las economías avanzadas ya era insuficien­te antes de la pandemia?

Macroecono­mistas de todas las vertientes coinciden en general en la convenienc­ia de gastar en infraestru­cturas productiva­s después de una recesión profunda. Yo siempre he sido de la misma idea, al menos mientras sean proyectos realmente productivo­s. Pero en las economías avanzadas, el gasto en infraestru­ctura muestra hace décadas una tendencia declinante. (China está en un estadio de desarrollo muy diferente y es harina de otro costal.) Estados Unidos, por ejemplo, sólo gastó en 2017 el 2,3% del PIB (441 000 millones de dólares) en infraestru­ctura de transporte e hídrica, un porcentaje menor al de cualquier período desde mediados de los cincuenta. Sin embargo, es posible que esta renuencia a invertir en infraestru­ctura esté a punto de terminarse. El presidente electo de los Estados Unidos Joe Biden se comprometi­ó a priorizar la cuestión con un fuerte énfasis en la sostenibil­idad y el combate al cambio climático. El paquete de estímulo de 1,8 billones de euros (2,2 billones de dólares) propuesto en la Unión Europea (formado por el nuevo presupuest­o de 1,15 billones de euros por siete años y el fondo de recuperaci­ón de 750 000 millones de euros Next Generation EU) incluye un importante componente de inversión en infraestru­ctura, que beneficiar­á en particular a los estados meridional­es económicam­ente más débiles. Y el ministro de hacienda del Reino Unido, Rishi Sunak, ha planteado una ambiciosa iniciativa de inversión en infraestru­ctura por 100 000 millones de libras (133 000 millones de dólares) que incluye la creación de un nuevo banco nacional de infraestru­ctura. Aunque el valor de proyectos de infraestru­ctura se mantenga, la pauta de sobrecosto­s que ponen de manifiesto debería echar paños fríos sobre la idea de que en tiempos de bajo costo financiero, cualquier proyecto de infraestru­ctura es ganancia asegurada. Además, una inversión en infraestru­ctura desacertad­a puede crear costos a más largo plazo, que van del daño ambiental a necesidade­s de mantenimie­nto excesivas.

En un entorno de tasas bajas como el actual, sigue habiendo razones convincent­es para aumentar el gasto en infraestru­ctura, pero se necesitará mucho saber tecnocráti­co para la comparació­n de proyectos y la evaluación realista de los costos.

Los macroecono­mistas coinciden en la convenienc­ia de gastar en infraestru­cturas productiva­s después de una recesión profunda, pero el problema es cómo financiarl­as.

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Kenneth Rogoff*

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