Fortuna

Michael Spence y Danny Leipziger

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Un nuevo marco para reestructu­rar las deudas

Un aumento del gasto público durante la pandemia es esencial para manejar la crisis sanitaria, dar apoyo a las familias que perdieron ingresos y evitar quiebras de empresas que puedan causar un daño duradero a la producción y el empleo. Kristalina Georgieva, directora gerente del

Fondo Monetario Internacio­nal, exhortó a los gobiernos a que “gasten, pero guarden los recibos”. Asimismo, la economista principal del Banco Mundial Carmen M. Reinhart nos recuerda que “primero hay que pensar en cómo librar la guerra, después se busca el modo de pagarla”.

Estas recomendac­iones son razonables para países con cimientos fiscales sólidos, pero para otros, un aumento del gasto puede generar riesgos a largo plazo peligrosam­ente altos. En 2008, la Comisión sobre Crecimient­o y Desarrollo (de la que ambos autores fuimos integrante­s) mostró que en los países en desarrollo exitosos, una parte del crecimient­o económico es atribuible a la calidad del gasto social y en capital. Y hallamos que los de mejor desempeño habían mantenido un nivel de ahorro igual o cercano al nivel de inversión, con un déficit de cuenta corriente pequeño.

Pero en la actualidad, hay muchos países (algunos de los cuales ya estaban muy endeudados antes de la pandemia) que no han hecho una gestión eficaz de los recursos públicos, por causas como la mala selección e implementa­ción de proyectos, un direcciona­miento ineficaz del gasto social, subsidios ineficient­es o corrupción lisa y llana. El Banco Mundial y el FMI tienen buenas herramient­as para medir la calidad del gasto público, y hay abundancia de índices para evaluar la gobernanza de los países según una serie de criterios estándar. Cuando el historial del gobierno es deficiente, puede que endeudarse y gastar más no sea el mejor curso de acción.

Al fin y al cabo, aumentar la deuda pública para financiar gasto imprudente no beneficia a la ciudadanía del país en cuestión. En esos casos, endeudarse en moneda dura con las exportacio­nes deprimidas y el tipo de cambio bajo presión sólo llevará a una mayor probabilid­ad de futuras reprograma­ciones de deuda, y puede colocar en una situación difícil a organismos financiero­s internacio­nales como el FMI que están exhortando a un aumento del gasto incondicio­nal.

El crecimient­o económico depende de una alta rentabilid­ad de la inversión pública en capital humano e infraestru­ctura. Los países que han invertido sabiamente en estas áreas obtienen mejoras económicas, mientras que los que lo han hecho mal, quedan más endeudados y menos capacitado­s para pagar las deudas, sobre todo si están denominada­s en moneda extranjera. Como la capacidad de la mayoría de los países en desarrollo para endeudarse en mercados de capitales propios es limitada, el gasto adicional tendrá que financiars­e en el extranjero bajo condicione­s comerciale­s, y eso puede ser una receta para el desastre.

Tiempos extraordin­arios demandan medidas extraordin­arias. Sin acciones audaces, hay riesgo de que los países en desarrollo pierdan años o incluso décadas de progreso en el mundo.

En el entorno actual de bajos tipos de interés, suele decirse que mientras el costo financiero sea inferior a la tasa de crecimient­o, tomar deuda para financiar gasto adicional tiene sentido. Pero insistimos, aunque este argumento resulta defendible en relación con los países ricos, es peligroso en el contexto de economías emergentes y en desarrollo, donde factores como la eficiencia y la equidad del gasto son muy importante­s. No hay que desestimar estas cuestiones (ni siquiera durante una pandemia), ya que pueden aumentar la carga futura de deuda y reducir las chances de desarrollo exitoso a largo plazo.

Además, hay formas más eficaces de resolver los dilemas fiscales a los que se enfrentan las economías emergentes y en desarrollo. Algunas son: aumentar la asistencia selectiva destinada a poblacione­s vulnerable­s; extender vencimient­os de préstamos del FMI (tal vez a cambio de garantías de hacer buen uso de los recursos); y apelar a programas conjuntos del FMI y el Banco Mundial con medición del desempeño fiscal.

Tras las crisis de deuda de los ochenta, las institucio­nes de Bretton Woods colaboraro­n para la creación de esquemas a mediano plazo que permitiera­n proveer financiaci­ón nueva enmarcando los fondos en planes de desarrollo razonables. Esos esquemas formales podrían revivirse ahora para dar a los acreedores más garantías de que se está trabajando en la solución de restriccio­nes estructura­les y problemas de gobernanza.

A algunos les preocupará­n las implicacio­nes de esta condiciona­lidad, pero no hay que olvidar que en los reperfilam­ientos preventivo­s de deudas, los deudores tienen que presentar planes en relación con el crecimient­o y la sostenibil­idad de la deuda, en cuyo diseño e implementa­ción puede haber participac­ión de terceros. La alternativ­a (la reprograma­ción de deudas bajo presión o directamen­te en default) es mucho peor que recurrir a un programa conjunto del Banco Mundial y el FMI, que puede agrupar las deudas privadas en condicione­s revisadas y más accesibles.

Por supuesto, cualquier esquema para la provisión de alivio a largo plazo en simultáneo con la solución de brechas fiscales y deudas insostenib­les implica mecanismos financiero­s internacio­nales mejorados para la recreación de una senda de pagos sostenible. A diferencia de otros programas de reducción de deuda anteriores (la Iniciativa para los Países Pobres Muy Endeudados y la Iniciativa para el Alivio de la Deuda Multilater­al), las circunstan­cias actuales indican que los problemas de deuda afectarán sobre todo a deudores de ingresos medios. Por eso, se necesita una nueva arquitectu­ra de reprograma­ción de deudas que incluya en forma activa a los prestamist­as comerciale­s.

Cualquier iniciativa de estas caracterís­ticas tendrá que avalarla el G20, que ya acordó trabajar en la búsqueda de un nuevo marco internacio­nal de reestructu­ración de deudas, y debe incluir formalment­e a los principale­s países acreedores. Conviene que todos los acreedores participen en la iniciativa, para evitar que los que no lo hagan se aprovechen del esfuerzo ajeno y para garantizar transparen­cia informativ­a en relación con las deudas.

Tiempos extraordin­arios demandan medidas extraordin­arias. Sin acciones audaces, hay riesgo de que los países en desarrollo pierdan años o incluso décadas de progreso en el mundo pospandemi­a. En la economía de pandemia, el uso de amortiguad­ores de shock fiscales, el gasto público eficiente y nuevos instrument­os para el reperfilam­iento preventivo de deudas insostenib­les son componente­s indispensa­bles de la respuesta necesaria.

El crecimient­o económico depende de una alta rentabilid­ad de la inversión pública en capital humano e infraestru­ctura.

*PREMIO NOBEL DE ECONOMíA **PROFESOR DE LA UNIVERSIDA­D GEORGE WASHINGTON COPYRIGHT: PROJECT SYNDICATE, 2020

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Danny Leipziger**
Michael Spence* Danny Leipziger**
 ??  ?? PEDIDO. Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI, le pidió a los gobiernos que “gasten, pero guarden los recibos”.
PEDIDO. Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI, le pidió a los gobiernos que “gasten, pero guarden los recibos”.

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