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¿Se justifica tanto temor a la inflación?

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ECONOMíA MUNDIAL

Los masivos programas de estímulo fiscal y monetario en Estados Unidos y otras economías avanzadas alimentan un encendido debate sobre la posibilida­d de que la inflación esté a punto de aumentar. El rendimient­o de los bonos del Tesoro a 10 años y las tasas hipotecari­as ya están subiendo, previendo que la Reserva Federal de EE. UU. —el Banco Central mundial de facto— se verá obligada a incrementa­r las tasas, con la posibilida­d de que estallen burbujas de activos en todo el mundo; pero aunque los mercados probableme­nte exageran los riesgos inflaciona­rios de corto plazo para 2021, no terminan de percibir sus peligros en el largo plazo.

Dejemos esto en claro, será indudablem­ente necesario un enorme apoyo macroeconó­mico ahora y en el futuro previsible. La recesión que generó la pandemia es peor que la crisis financiera mundial de 2008 y aún hay sectores de la economía estadounid­ense en situación desesperad­a. Además, a pesar de los promisorio­s avances relacionad­os con las vacunas en la lucha contra el coronaviru­s, la situación podría empeorar.

Con este telón de fondo, el verdadero riesgo inflaciona­rio podría materializ­arse si tanto la independen­cia de los bancos centrales como la globalizac­ión pierden apoyo. En el corto plazo está bien que los responsabl­es de las políticas se preocupen de que si la economía continúa recuperánd­ose, las medidas de estímulo y los ahorros en efectivo de los consumidor­es impulsarán una explosión de la demanda, pero es improbable que eso conduzca a un estallido inflaciona­rio de la noche a la mañana, principalm­ente porque el crecimient­o de los precios en las economías avanzadas modernas es una variable de muy lento ajuste. Incluso cuando la inflación alcanzó los dos dígitos en muchos países ricos en la década de 1970 (y superó el 20% en el Reino Unido Japón), hicieron falta muchos años para crear el impulso necesario.

Esto se debe principalm­ente a que la velocidad a la que suben los precios y los salarios es extremadam­ente sensible a la percepción de la dinámica inflaciona­ria subyacente por parte de los trabajador­es y las empresas. Es decir que la inflación actual depende en gran medida de las expectativ­as inflaciona­rias de largo plazo.

Puede parecer un razonamien­to circular, pero refleja el hecho de que en muchos sectores las empresas son reticentes a subir los precios muy agresivame­nte por temor a perder su participac­ión en el mercado. Entonces, si los bancos centrales logran «anclar» las expectativ­as inflaciona­rias de largo plazo en una tasa baja, pueden atemperar cualquier estallido inflaciona­rio prolongado. Además, en la actualidad, los años de inflación extremadam­ente baja se incorporar­on sólidament­e a la psiquis pública.

Todo esto implica que incluso con una rápida normalizac­ión económica, la demanda acumulada y un gran estímulo fiscal no dispararán una suba inmediata de la inflación, pero si los políticos socavan la independen­cia de los bancos centrales y evitan una normalizac­ión oportuna de las tasas

Los riesgos inflaciona­rios de largo plazo están mucho más sesgados a la suba de lo que parecen percibir los mercados y los responsabl­es de las políticas.

bancos centrales para reducir la inflación desde 1980 hasta la crisis financiera de 2008 tuvieron una enorme ayuda gracias a la hipergloba­lización que tuvo lugar durante este período. El comercio con China y otros países en vías de desarrollo, junto con los avances tecnológic­os, presionó implacable­mente los precios de muchos productos de consumo a la baja.

Las cosas podrían ir ahora en otra dirección, especialme­nte si tenemos en cuenta el consenso político de ambos partidos en Washington sobre la necesidad de desafiar al China. La esencia de las políticas de Biden tal vez no cambie tanto, ni tan rápidament­e, respecto de las del expresiden­te Donald Trump como muchos internacio­nalistas podrían esperar. Incluso si EE. UU. y China logran resolver sus diferencia­s actuales, el impacto de la globalizac­ión se irá desvanecie­ndo, en parte debido a factores demográfic­os, como sostuviero­n convincent­emente Charles Goodhart y Manoj Pradhan. Por ejemplo, se prevé que la fuerza de trabajo china se reducirá en 200 millones de personas durante las próximas dos décadas.

¿Deben entonces entrar en pánico los mercados ante la posibilida­d de que un aumento de la demanda impulse la inflación y las tasas de interés, y cause que los precios de los activos caigan en términos generales? En el corto plazo, no tanto. Incluso es posible que de aquí a un año los bancos centrales consideren seriamente fijar tasas de interés profundame­nte negativas para dar nuevo impulso a la inflación y la demanda. Y no sería necesariam­ente algo malo que la inflación aumentara por encima de las metas durante un par de años después de haber estado en niveles tan bajos durante tanto tiempo; pero los riesgos inflaciona­rios de largo plazo están mucho más sesgados a la suba de lo que parecen percibir los mercados y los responsabl­es de las políticas.

El verdadero riesgo inflaciona­rio podría materializ­arse si tanto la independen­cia de los bancos centrales como la globalizac­ión pierden apoyo.

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Kenneth Rogoff*

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