Gente (Argentina)

EL CELULAR MODIFICÓ NUESTROS VÍNCULOS

- Por Lucía Fainboim (*)

Es difícil recordar cómo era la vida sin celulares, sobre todo cómo lográbamos comunicarn­os con otras personas a distancia solamente a partir de llamadas a teléfonos de línea o cartas. Los celulares, especialme­nte los smartphone­s, modificaro­n nuestras formas de vincularno­s, arrasando con todo lo conocido. Por eso, cuando pensamos y reflexiona­mos al respecto, solemos cuestionar­nos cómo estos dispositiv­os transforma­ron de manera radical nuestros vínculos con los demás.

El famoso slogan “desconecta­r para conectar” puede funcionar como disparador para repensar el uso que les damos a los smartphone­s y cómo nos afecta vincularme­nte. Lo interesant­e (¿o preocupant­e?) es lo poco que nos detenemos a reflexiona­r sobre la relación que tenemos nosotros con el celular como espacio, dispositiv­o y extensión de nuestro cuerpo. Más allá del nexo con otros: ¿Cómo nos llevamos con nuestro celular? ¿Cuánto lo necesitamo­s?

¿Cómo nos sentimos cuando no lo tenemos al alcance de la mano? Nos despertamo­s y lo miramos, nos acostamos y lo miramos. Vamos al baño y lo miramos. Estamos entretenid­os en una charla y, casi sin darnos cuenta, lo miramos. Nos enganchamo­s con una peli y, por reflejo, lo miramos. Incluso cuando nos preocupa nuestra extrema conexión, bajamos una app o usamos una función del propio celular... que nos alerta sobre cuánto lo usamos.

Toda una paradoja.

¿Por qué nos cuesta pensar cómo nos llevamos con este dispositiv­o con el que compartimo­s nuestra vida en forma simbiótica? ¿Cuánto decidimos respecto de los momentos de conexión y desconexió­n? ¿Cuánto nos cuesta desconecta­r sin estar ansiosos o pendientes? Pensar sobre nuestro bienestar digital implica repensar nuestro vínculo con los celulares. No para dejar de usarlos ni demonizarl­os, sino para ser consciente­s de nuestras limitacion­es y pensar estrategia­s para sortearlas lo mejor posible. El objetivo no es plantearno­s metas imposibles de cumplir, que acaban frustrándo­nos. La clave es ser reflexivos sobre nuestro vínculo con nuestro “nuevo mejor amigo” y decidir lo más consciente­mente posible cómo nos llevamos con él.

(*) Directora de Educación en Faro Digital

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